Su voz y su risa, inconfundibles, se escapan de la casa donde va a tener lugar el encuentro. Cuando Soren Peñalver habla, todos escuchan. Es imposible hacer otra cosa. El poeta, crítico, lector, gestor cultural e intelectual murciano atesora viajes, vivencias y conocimientos que lo autorizan para ser la batuta de cada encuentro. Él lo sabe y se siente cómodo en esa posición: dirige las charlas como si de una partitura memorizada se tratase.
Soren Peñalver es lo que cualquier niño imagina cuando le hablan de un poeta: una larga melena revoltosa; la piel llena de arrugas, que le confieren una especial belleza, y el vapor en vestimentas de infinitos colores. En su discurso se agolpan autores, versos que recita de memoria y, sobre todo, un profundo amor por el ser humano y por el mundo.

-Siempre habla del pasado pero, ¿cómo es el Soren de hoy?
-¿Me hablas a mí? (ríe) Dice Noelia Illán que yo no tengo nostalgia. Es curioso, quizá yo hablo del pasado sin nostalgia. Mi esfinge particular, Noelia, dice que sí. Además, el pasado también está en el presente.
-Pero ¿cómo se define?
-Soy yo en mejor: el Soren del pasado pero en mejor. Creo que sí, que lo soy. En todo.
-En alguna entrevista lo definen como ‘un verso suelto’. ¿Así lo siente? ¿Cómo ha repercutido en su vida ser así, algo original?
-¡Hombre! Si el verso es de Walt Whitman, maravilloso. Si es el de José María Álvarez, el de Erza Pound, el de Noelia Illán, el de Kavafis…, maravilloso. Si el verso es de Soren Peñalver…, habrá que ver si merece la pena.
-¿Ha sido difícil mantenerse fiel a uno mismo?
-Yo siempre he dicho que no tiene mérito porque no me ha costado. Soy como soy, y eso no tiene ningún mérito.
-Pero usted se cría en un contexto que quizá no era el idóneo. ¿No tuvo que enfrentarse a diferentes trabas?
–Yo creo que todos los sitios son de todos. Lo que ocurre es que unos son más genuinos que otros, y debes tener la suerte de encontrarlos o encontrarte en ellos. Hay que saber buscarlos. Yo fui siempre libre para seguir mi camino, así que no me quejo. No soy un rebelde sin causa ni un rebelde con causa: soy un revoltoso continuo. Yo creo en la revolución continua; es decir, lo que vas revolucionando continuamente. Eres tú quien hace rodar las situaciones. Siempre he sido libre, siempre he sido revoltoso, nunca me he sentido oprimido por nada.

-¿Frente a qué merece la pena ser revolucionario?
-Para ir contracorriente, diré que hay que ser revolucionario contra lo social. Creo que es un escándalo que socialmente no estén solucionadas muchas cosas todavía. En eso quizá soy un retrógrado o miro hacia el pasado, vuelvo al principio, a mis dieciséis o veinte años, en los que yo fui una persona social y políticamente muy comprometida. A mí me interesaban, y me interesan, los problemas sociales y del ser humano. Mi compromiso es totalmente social, y ahora cada vez más.
-¿Más?
-Así es: voy cumpliendo más años y, aunque estoy en esta situación (señala a su mano izquierda, inmóvil bajo un hermoso pañuelo de colores dorados), estoy cada vez más rebelde a los problemas sociales. Y eso sin hacer poesía social.
-No hace falta, ¿no?
-Es verdad, no hace falta. Pero siempre hay algo; entre los versos siempre se puede leer una inquietud por los problemas. Sobre todo por los de los jóvenes, a los que se les emplea sin pagarles nada o muy poco, a los que se utiliza… Es decir: a los jóvenes siempre se les inmola de una forma o de otra. Antes se les inmolaba por los dioses antiguos, y ahora se les inmola por el dinero y por otras cosas. Creo que esa es una buena frase. Y no me la he inventado, pero se me ha ocurrido ahora (ríe).
-¿A qué ha tenido que renunciar para sentirse libre?
-A nada. Para ser libre hoy, quizá habría tenido que renunciar al amor y a la amistad, pero no he tenido que hacerlo. Me han seguido amando, queriendo y amistando mis amigos. Me han querido siempre como era y no me han coartado nunca.
Bueno, ¡libertad! Decía Lenin, ahora que se cita mucho a los marxistas, que libertad para qué: si no es para nada… La libertad tiene que tener una base, un cometido. Yo creo que un ser libre siempre tiene que tener un compromiso con el ser humano, con la vida, con el amor, con la amistad… Yo estoy aquí, y no en otro lado, porque mi madre todavía vive y le gusta verme, y a mí verla a ella. Y también por mis amigos, por mi pueblo, en el que tanto me quieren. La libertad debe estar vivida con los demás. ¿La libertad para uno solo? ¿Para qué? Otra vez Lenin. Y es que la libertad no tiene sentido en un desierto.
-¿Es ahora más difícil que antes ser libre?
-Yo pienso que para la gente joven ahora es más difícil ser libre. Para mí no. Esto lo podría decir cualquier persona de cierta edad; no de mi edad, porque yo no tengo edad. Esas gentes que, como digo, tienen años, se han jubilado y están yendo a centros, aprendiendo literaturas, bailes y otras cosas hermosas. Están viviendo la libertad que no pudieron en su tiempo, por la Guerra Civil o por otras cosas. Esa gente se merece todo, todo, todo lo que les pase.
Sí, soy ahora más libre. Que me quiten lo ‘bailao’. Y todo lo que venga debe ser positivo, porque lo contrario sería estúpido.

-¿Qué espera del futuro?
-Lo mismo que de ahora. No espero grandes cosas. Sí que me gustaría tener todo lo que tengo, mis libros y mis cosas, que están un poco hacinadas, para todos, a disposición de todos. Es triste tener una casa que parece un museo, tener una biblioteca infinita y no poder compartirlas con los demás.
Durante la vida, cada uno va acumulando cosas que responden a un proyecto o a una idea personal, pero llega un momento que eso tienes que darlo a los demás. Lo que aprendes tienes que enseñarlo, darlo, transmitirlo. Y creo que lo voy a hacer bien. Si sigo, y tengo unos años por delante, haré las cosas bien para lo que yo he acumulado a través de mi vida sea para los demás.
Quiero compartir no mi sabiduría, sino mis conocimientos. No se debe aprender para morir, se debe aprender para transmitirlo a los demás. Eso creo.
-¿Qué otras cosas preocupan al Soren de hoy?
-En mí siempre es una preocupación viva la mujer. Si digo la mujer y no digo el hombre es porque la mujer tiene que hacer más esfuerzos que el hombre en cualquier trabajo o en cualquier situación. Parece que no, pero no avanzamos todo lo que deberíamos en ese terreno. También los jóvenes, gente como tú, me preocupan. De hecho, creo que de alguna forma sigo viviendo, aunque sea entre comillas, por la gente joven. Incluso por los niños, que siempre te dan esperanza, te sonríen. No quiero ponerme sentimental, pero la vida merece la pena por eso, te hace ver que todavía hay que confiar en el ser humano.
-Es optimista entonces
–No, yo no soy un optimista. Tengo un punto de escéptico, no de pesimista ni catastrofista. El escéptico es el que realmente quiere conocer, tiene inquietud. Las personas que dicen que todo es bueno y que están bien, son a veces demasiado conformistas. Yo soy un escéptico, pero un escéptico apasionado.
-¿Soren es consciente de que Soren es un mito?
-Sí…
(Ríe, y su mano válida atrapa el pañuelo de la mesa y lo lleva hacia su cara. Allí, bajo unos ojos divertidos, brillantes como los de un niño, cubre su boca en un gesto de pudor. El poeta juega con su propia percepción, disfruta en ella y de ella, y agradece siempre, con efusividad, el aplauso inteligente)
Me he convertido en un poeta de culto. Creía que era un poeta culto, pero me he convertido en un poeta de culto…, qué bonito juego de palabras, ¿verdad?
-¿Le preocupa esto?
-Me gusta, me gusta. De hecho, soy coqueto con ello. Hace poco me dijeron que había hecho un mito de mí mismo y yo dije que ya lo era, pero que no me daba cuenta (las carcajadas interrumpen unos segundo su discurso). La verdad es que no he hecho nada por serlo. Y puedo decirlo no con orgullo, sino con sinceridad: no he hecho absolutamente nada por ser de culto, por ser un poeta conocido, por ser requerido… Y no lo digo con vanidad, me gusta haber llegado a serlo porque los demás lo han querido. Estoy muy agradecido por ello, me gusta.

-Eso implica que usted nunca esté solo. Resulta difícil caminar con usted por Murcia sin que lo paren e interrumpan continuamente…
-Si fuéramos por Fez, nos pasaría igual. Y esto es una vanidad, pero si fuéramos por el centro de Atenas…, ¡sería la leche! Ocurre igual que en Murcia.
-Esto entra en conflicto con la necesidad de estar solo del poeta. ¿Cómo conjugarlo? ¿Cómo decir “basta, necesito encerrarme”?
-Ayer mismo me pasó eso: psicológicamente necesitaba estar solo. Y no solo para escribir ni para regar mis plantas, sino por algo más. Creo que a esto podría contestar bien uno de mis maestros en castellano, Miguel de Unamuno. Él decía que a la persona misógina le gusta estar entre la gente siempre para, así, generar su desdén por las personas. Sin embargo, la persona solitaria es la que quiere de verdad, la que ama verdaderamente a sus semejantes. Eso me gustó muchísimo cuando lo leí. En soledad yo quiero a mi gente muchísimo más. Cuando estoy con ellos, comparto con ellos la vida y me alegro, y disfruto. Pero el solitario ama a la gente, estoy seguro. Yo soy un ser muy solitario y, a la vez, muy social. Creo que es algo que no está en absoluto reñido. Se puede ser ambas cosas. Quizá sea lo mismo, incluso.
-¿Querer tanto duele?
-No sabría contestar a esto. Creo que no voy a hacerlo bien.
Sí. Cuando se quiere de una forma apasionada, muy absoluta (y el absoluto implica y exige perfección), entonces quizá sí que se sufra. Pero este es un amor que no trasciende al amor.
Como Rainer María Rilke, admiro y adoro a Magdalena. Creo que su amor no es el de El código Da Vinci, sino que trasciende al amor: no quiere un amor igual, quiere un amor que se entrega, que es muy distinto al amor común. Por eso, Magdalena no quiere en Cristo un amor parecido al que ha vivido y por el que ha sufrido. Entonces, el amor implica dolor cuando hay mucha carga de apasionamiento, exigencia. Pero cuando es un amor como el de Magdalena, que trasciende al amor, entregado, tiene que dar gozo, tiene que tener una dimensión muchísimo más generosa. Y hace que te identifiques con ese amor.
Yo estoy enamorado del amor de los demás. No estoy enamorado del amor que yo siento por las cosas, sino del amor que los demás sienten por los otros, por las cosas y por mí. Y he sido capaz de llegar a eso hace ya años.
-Pero sí ha llegado a vivir ese amor intenso.
-¡Hombre, claro! ¡Si soy escorpión! Sobre todo cuando se tiene la sangre joven.
-¿Cómo es ese amor?
-Recuerdo que en los libros utópicos que se leían en mi primera juventud entre Londres y París, se hablaba mucho de que los amores serían más efímeros y las amistades serían muy cambiantes, porque el mundo va más rápido. Pero existe una cosa que no cambia y es el ser humano, que tiene una partícula divina, acaso.
Yo no creo que se deje de querer a una persona nunca. Yo nunca dejo de querer a nadie que he querido. Y a mí tampoco han dejado de quererme nunca, estemos juntos o no o estemos a miles de kilómetros. En el tiempo, en la distancia, con el decaimiento del cuerpo, de la belleza física…, nunca hemos dejado de querernos. No creo que se pueda dejar de querer a la persona si se la ha querido de verdad. Otra cosa son los intereses, las trampas del sexo.
-Pasando a su faceta creativa, ¿sería capaz de catalogar o definir su obra?
-Es una obra muy ecléctica, personal e íntima. Muy autobiográfica y pienso que universal.
Hablaré de dos grandes poetas americanos que me han gustado mucho durante toda mi vida: Walt Whitman y Emily Dickinson. Curiosamente, yo me definiría como un Walt Whitman: libre, que habla sin pelos en la lengua, pero sin condenar nada…, algo así como un Cristo laico que defiende la libertad del cuerpo, la libertad de las ideas, la libertad de los espacios… y luego está Emily Dickinson, que no es famosa hasta posteriormente, y que ahora, de pronto, se convierte en una lectura elegida que fascina incluso a jóvenes. ¿Para quién escribía Emily Dickinson?: ¿Para ella? ¿Para dios? ¿Para nadie? Sin embargo ¡es magnífica! ¡es tan grande como Whitman! Y creo que la poesía debe estar ahí, entre esos dos vates tan importantes.
-¿Para quién escribe usted?
–¡Ahí está! Yo escribo para… (aquí el poeta para unos segundos, alza la mirada de la mesa, en la que su mano juguetea con la copa de agua y limón, y mira de frente. Se le endurece el gesto de un modo extraño. Quizá como se tornan las caras que hablan desde lo profundo) Esto es ser muy vanidoso, pero estoy convencido de que escribo para lectores que ya están nacidos, pero a los que tuve que esperar mucho tiempo. Tuve que esperar que a que esos lectores nacieran, pero ya están aquí y ya los tengo. Y algunos son muy jovencitos.
Es algo que sabía, por eso no tuve prisa: ni publiqué ni me preocupaba. Ahora son esos jóvenes los que me requieren. Sí, escribía para un público que estaba por nacer y ya está nacido. Con lo cual, me siento halagadísimo.

-¿Eso responde a la gran pregunta de por qué no publica su obra?
Soren vuelve a ser el niño travieso. La sonrisa, que siempre está acechando, cobra nuevo protagonismo y se deja acompañar de carcajadas.
-¡Me has pillado! (ríe). Sí, hay una parte de coquetería en eso. Pero hay otra parte más completa, o más sencilla según se mire.
No voy a ser crítico de nadie, pero cuando alguien hace mucho por su obra es que no está convencido él mismo. Quiere convencerse a sí mismo a través de los demás. Por el contrario, cuando uno sí está convencido de sí mismo (y no digo con esto que se crea grande), no tiene prisa, elabora su obra con naturalidad, como hace otras cosas como comer, respirar, disfrutar de los amigos… El convencido va haciendo las cosas en soledad, casi como un sepulturero: en la oscuridad.
Y luego, cuando eso sale a la luz y te lo piden, lo das, te lo requieren. ¿Tú sabes la satisfacción que es que eso haga eco en otros seres? Si eso es recibido por las personas, entonces es cuando es maravilloso. Es mucho mejor a que tú digas que lo enviaste a tal concurso o que ganó aquel otro premio. Si los demás valoran lo que tú haces, se genera en ti una satisfacción muy grande.
Yo agradezco que a alguien le haya interesado lo que he hecho. Me siento satisfecho de eso. Y creo en mí por eso. Me gusta que los demás me hagan creen en mí.
-A este propósito: si los grandes, de los que usted y otros poetas se han nutrido, hubieran decidido, como usted, guardar lo escrito, ¿no lo consideraría un acto egoísta? ¿No hay egoísmo, falta de compromiso con los lectores, con la sociedad?
-Hay muchas personas válidas con importancia en nuestra cultura universal. De tantos que conocemos, hay un alto porcentaje de ellos que no publicaron en vida o publicaron muy poco en alguna revista. Yo no voy a compararme con los grandes, porque yo no voy a suponer que soy grande, si acaso tengo alguna particularidad, pero por ejemplo Emily Dickinson, Kavafis y muchos otros hicieron así.
No digo que no publique porque no quiero que se conozca mi obra, porque la restringa al lector. Si no pensara en el lector, yo no existiría en el futuro. Todo lo tengo preparado para los demás.
Posiblemente en mí haya un pudor extraño que ni yo mismo comprendo y que me ha llevado a no publicar. Pero esto no es algo que me preocupe. Ni tampoco he hecho una estrategia de ello. Creo que he sido sincero con mi labor de escribir, con mi sentimiento como escritor, y no he querido participar de ese exhibicionismo que hay entre los artistas y que viene, en ocasiones, de un narcisismo muy grande. Este es un mundo ajeno a mí. Nunca me interesó el culto a la personalidad que se formó en el cristianismo y luego en el marxismo.
A veces pienso: qué triste es estar en boca de todos y no tener significado alguno porque solo interesa el nombre y no lo que hay detrás del nombre. Todo tiene interés, pero nada importa. Lo importante es que lo que hagas tenga interés, que a la gente le parezca que merece la pena escuchar algo que tengas que decir.
-¿Teme que ese culto al nombre ocurra en su caso?
-Sí y no. Es decir, a mí me gusta caer bien, que la gente me requiera. ¿Cómo voy a decir lo contrario? ¡Qué soberbia sería! Además, sería injusto, porque la gente también tiene unas admiraciones, unos quereres que son humanos y hermosos. Me gusta.
Eso de que mi nombre no tenga significado alguno sí lo he sentido alguna vez. Curiosamente no lo he sentido con gente sencilla, cotidiana, más común, directa. Lo he sentido, a veces, con otros nombres, llamados importantes, de la literatura. Ellos han buscado que mi nombre esté junto a ellos. Y no por ello son personas negativas, pero es un problema.

La lectura ocupa el tiempo que no dedica a sus amigos y familia. Libros de gente cercana, que reseña en un periódico de tirada regional, autores universales a los que siempre regresa… El escritor no ha perdido en ningún momento la sed por conocer lo que se está haciendo, lo que se ha hecho, en el mundo de la literatura.
-¿Quiénes han sido sus maestros, sus autores de cabecera?
Mis autores favoritos no son los del común humano. Aunque en algunos coincido, me gustan autores muy diversos y que no tienen que ver con la modernidad. Y quiero ser rotundo aquí: he tenido razón con Margueritte Yourcenar, que es una de las autores más grandes que ha dado la humanidad. Algo que también pienso de Karen Blixen, Isak Dinesen, la de Memorias de África. Tengo gustos muy cercanos a mucha gente, y luego admiro a otros escritores que se citan mucho, pero que se leen muy poco. Por ejemplo, Marcel Proust, uno de los grandes escritores que yo admiro. A él habría que leerlo más.
-¿Qué hay de España?
-Dejando de lado los clásicos, que son una maravilla, comenzaré del 98 para acá. Unamuno me apasiona. No hay momento que yo no lleve un libro de Unamuno conmigo. Me parece un escritor al que siempre se va a leer. Quizá ahora no está de moda, pero volverá. Es un autor que inquieta a la gente joven.
Después, y sin dejar atrás a Machado, a Hernández, a Lorca…, me voy directamente a Cernuda. Estoy hablando de hace 30 o 35 años en Londres. Estado allí, Cernuda se convierte en mi maestro. Después de él, es difícil que uno tenga maestros en castellano, aunque no puedo evitar poner sobre la mesa a Brines o a José María Álvarez, contemporáneos que están ahí y que deben estarlo.
-¿Y más atrás?
-Bécquer. Bécquer me parece de una limpieza lingüística tremenda. ¿A quién no le gusta una Leyenda de Bécquer, por ejemplo? Bécquer es único. ¿Más? San Juan de la Cruz, Fray Luis de León y Santa Teresa. ¿Qué hay de ella? La vemos como una mujer andariega, pero es inmensa. Escribe la primera autobiografía, que es realmente maravillosa. Es impresionante. Yo siempre la he tenido como al margen de San Juan de la Cruz, pero ahora no: creo que son paralelos, complementarios. Creo que debemos hablar de ella.
-Más allá de este país, y de los americanos y otros autores que ya ha citado, ¿qué poetas o escritores están ahí y se podrían calificar como sus favoritos?
– Yo sé otros idiomas, sin embargo no sé alemán. Y hay alemanes que me han influido. Quizá mi poeta favorito es en ese idioma que no puedo penetrar. Es Friedrich Hölderlin. Él es mi poeta favorito. De hecho, cada vez me parezco más a él (ríe).
Pero también me he formado con poetas ingleses románticos: Shelley; Byron; Keats; Browning; Elizabeth Barrett Browning, su mujer, y otros poetas menos conocidos.
Luego está Shakespeare. Cuando era muy joven y me hartaba de cualquier literatura me iba a Shakespeare. Descubrí, como no, a Christopher Marlowe y me volví loco.
-No ha hablado de la poesía oriental.
-Adoro el mundo oriental, me he formado y sé árabe. Me gusta el sufismo, la poesía sufí. Hay un poeta, Al Hallaq, que me gusta muchísimo. Tuvo una vida tremenda.
El mundo árabe en la poesía, excepto en algunos casos, tiende mucho al surrealismo, como los poetas griegos modernos, porque la cultura les pesa tanto que tienen que irse por las ramas. Yo soy muy crítico con esto. Cuando hay una cultura clásica, hay una modernidad excesiva. Con Sudamérica también pasa: todos vuelan (ríe).
-La lista parece infinita.
-Me gusta muchísimo también Calderón. La gente no lo lee por la parte teologal, pero a mí me encanta. Es un autor que me apasiona.
Pienso además en los poemas épicos: desde la Ilíada hasta Camões. No sé por qué. Quizá por mi cercanía con José María Álvarez. Él tiene una poesía intimista y a la vez con un gozo de vida… En él no veo una poesía elegíaca. Tiene un gozo de vivir, es una oda continua a la vida. Me apasionan esos poetas que gozan la vida.
No puedo dejar de nombrar a Borges. Es el sudamericano que más me gusta. En general, esos autores no me vuelven loco, pero algunos son magníficos. Borges, al que se le ha hecho poca justicia en su centenario, y Octavio Paz son destacados.

-Escribe para los que están por nacer, pero por sus lecturas y lo que dice queda claro que siempre lo hace con la vista en lo Clásico.
-Ah, sí, claro. A mí la poesía de Vanguardia no me interesó jamás. Ahí soy injusto, porque hay cosas muy buenas, pero primero hay que leer aquello que te deleita. Si no lees por placer, entonces ¿para qué? No hay que leer con esa vanidad de querer estar al tanto de lo moderno para poder escribir, estar por encima y ser original. A mí eso no me interesa.
Lo dice mi amigo, el gran poeta Eloy Sánchez Rosillo: la poesía no cambia nunca a través de los siglos. El hueso, el alma de la poesía siempre es la misma. El amor, el sentimiento, el paso del tiempo, la añoranza de ser feliz, el ansia, el deseo…, la poesía es siempre la misma. Por eso Leopardi, que es uno de los grandes poetas de la humanidad, nos gusta tanto a lectores como Eloy, Antonio Colinas y a mí. Él habla de todo eso. Si hubiera escrito en inglés o en francés ¡madre mía! Sería mucho más conocido.
-¿Es productivo a la hora de crear su obra?
-Ahora soy muy productivo ¡y eso que no tengo tiempo! Estoy pasmado con lo que estoy haciendo. Pero tengo que decir arrête la machine, para la máquina. Cojo el poema y le doy la vuelta en mi cabeza, o lo dejo sobre la mesa y voy a buscar un limón o a hablar con un bebé. Y luego regreso y escribo. Hago como el pintor zen: me paseo en el crepúsculo, cojo el color y luego lo pinto en la oscuridad.
Es peligroso tener la facilidad de escribir. Pero como no publico, tengo la facultad de no errar (ríe),
-¿No se agotan los temas, los versos?
-No, y que me perdonen los que vayan a leer esto. Es verdad: no se me agotan. Estoy sorprendido. De un tiempo para acá, y no desde que me pasó esto (señala por enésima vez su zurda), sino desde hace ya varios años. Yo creo que es porque la madurez interior, orgánica, espiritual, es distinta. Yo hasta me asusto. Hay un demonio en mí, un demon. Intento domesticarlo, pero siempre sale por un lado o por otro. Es como los pentagramas de la música: sonidos que puedes compaginar infinitamente. La poesía tiene que ver mucho con esto.
-¿Cuál es el momento para la escritura?
-Suelo escribir bastante de noche. Me desvelo, me levanto y escribo. No sé por qué. ¡Son misterios! La vida es un misterio.
-¿Cuándo acaba el poema?
-Pues yo creo que nunca. Le das término, eso sí, pero no acaba. Además, según un amigo antagonista, que los tengo, soy perfecto en los títulos, en los principios y en los finales. Y yo digo: ¿y el relleno qué? Y empezó a reírse, no me contestó. Eso quiere decir que algo pasa. (ríe)
-¿Hay momento de sequía?
-¿En mi caso?
-Sí.
-Muy pocos. Quizá cuando me distrae mucho la vida, en el buen sentido. Pero cuando me doy cuenta, enseguida el barbecho empieza a bullir. Antes le decía a los jóvenes que si me echas al mar, como una pastilla, el mar entra en efervescencia. No sé lo que es la sequedad. Quizá porque estoy lleno de buena voluntad para el mundo y es el mundo el que me inspira.
Yo no soy nada narcisista. Me inspiro en el mundo, aunque a veces escriba en primera persona. Pero eso es una forma, un estilo. A través del filtro de lo que siento o pienso escribo. Son los demás los que me inspiran. No hablo de mí mismo, no me pienso ni me miro al espejo.

-Entonces, ¿cuánto de usted hay en su obra?
-Siempre hay algo de mí, porque escribo a través de mí, del filtro de mi memoria. Soy un poeta con sentimiento, un poeta humanista y en absoluto un poeta solo de ideas. Entonces, la poesía soy yo también. Pero repito: aunque el pretexto sea yo, hablo de los demás. Y a través de los demás hablo de mí.
La otredad y la identidad. Tú buscas en los demás lo que eres y lo que no eres. En mi obra, claro está, hay mucho de mí. En cualquier obra que uno hace hay mucho de él mismo. ¡Qué pregunta! Esto es difícil de explicar en mi caso.
-¿Por qué?
-Mira, cuando yo hablo de un autor, inspirado en un personaje, suelo escribir en primera persona. Y cuando he escrito de mí lo he hecho en segunda o tercera, para dar distancia. Esta no es una mala norma, ¿sabes? He personalizado lo que podía pensar un personaje interpretado por mí y he dado una distancia, una impersonalidad, cuando he querido hablar de mí.
Quizá eso ahora lo haga menos, pero es un buen consejo. Una buena norma que he aprendido de otros autores, entre ellos de Cernuda.
-¿Se puede llegar a desentrañar a Soren Peñalver a través de su obra?
-Sí, claro. Es muy fácil. Hay, quizá, una complejidad por la acumulación de conocimientos literarios, de referencias…, pero la clave siempre está. Y yo creo que es el yo que habla, la voz de fondo, el eco del alma del escritor. El hilo de Ariadna en ese laberinto del texto es el mismo autor: Soren Peñalver.
Soy leído por gente joven y, como sabes, la gente joven es una esponja y lo van a entender fácil, lo van a intuir. Van a usar la inteligencia de la intuición y van a llegar a Soren. Así lo creo.
Medio mundo, sobre todo la zona griega y oriental, ha sido hogar de Soren Peñalver. Desde muy joven, el escritor ha buscado en distintos países y ciudades algo que todavía hoy parece seguir buscando. Es como un viajero continuo que, aunque ahora vive en Murcia, nunca abandona ese sendero de geografías extrañas. Sean reales o evocadas.
-¿Qué es para usted el viaje?
-El viaje es algo que ocurre mientras ocurre. Cuando vuelves, se ha acabado.
(Las risas de Soren Peñalver estallan sobre la mesa. Parece que así rompe con la tensión con la que ha viajado por las últimas preguntas, que trataban de penetrar en lo más hondo de su creación y su vida interior)
-Pero usted ha sido un gran viajero.
-Eso es un bulo. Y te lo voy a explicar. Yo más que viajero, he vivido en los sitios. Podríamos decir que me he desplazado. He sido de instalarme en los sitios porque me gusta la gente, los idiomas, las caras… ¡estaba harto de la endogamia! Quería ver otras caras, otros paisajes, otros mundos, otros hombres, otros niños, otros viejos… Esto no es broma.
-¿Qué ciudades son las suyas?
-Mis ciudades favoritas: Estambul, Venecia, Londres, París, Lisboa, Fez, Roma, Siena, Palermo, Creta, Sicilia, Cerdeña, Lesbos… (el poeta enumera las ciudades dejando distancia entre una y otra, como si recorriera un mapa mental confeccionado por recuerdos y vivencias).
Turquía, en general es un país que me encanta. Creo que es el lugar con la gente más culta que me he encontrado. Estambul es la ciudad con la música más impresionante del mundo. Si hablo de Turquía no paro. Idioma, literatura, música…, no paro.
-¿Y Murcia? ¿Dónde queda en todo esto?
-Murcia también. La quiero mucho, estoy aquí, soy de aquí y me ha acogido muy bien. Murcia me parece… ¿Tengo que ser sincero?
-Puede ser lo que quiera ser.
-Murcia es tan amable, tan magnífica, que te atrapa y no evolucionas ni te vas. Es un peligro. Es algo ambiguo. Está muy bien, pero hay que salir y volver.
A mí lo que me disgusta de Murcia es que la gente diga que como aquí no se está o no se come en ningún sitio. Yo me quedo alucinando y digo, pero ¿conocerá otros sitios? La gente no lo dice de una forma negativa, ni imponiendo. Y es que, en realidad también tienen razón, se come bien, se vive bien, pero te atrapa. Cuando se es joven hay que salir de Murcia, pasarlo mal. Luego vuelves a Murcia y la disfrutas, pero antes pásalo mal en otros sitios.
-¿Por qué la poesía actual no está en las universidades de España como ocurre en otros países? ¿Por qué los grandes poetas no tienen presencia, por qué no dan clases, como ocurre en Norteamérica?
-Estoy de acuerdo. Hay una cosa muy curiosa: los poetas beatniks, que ahora están redescubriéndose, han estado marginados también en Estados Unidos. Solo que cuando Allen Ginsberg volvió a la universidad a dar clases después de todo el movimiento beatniks, el LSD, la época fuerte de los 60 y los 70, le dicen que por qué ha vuelto. Ya era reconocidísimo por ser un poeta escandaloso y distinto, y dijo “es que voy a minar la universidad desde dentro”. Todo el mundo se quedó impactado por esa idea de poner una bomba intelectual en la universidad.
Eso, estoy seguro, ayudó muchísimo a que pasara eso a lo que te refieres. La gente iba a sus clases. En las universidades de allí saben que el talento es el que genera cultura, avances y buena imagen al exterior. Y por eso admiten a estos profesores.
-¿Y por qué no aquí?
-Yo creo que por la envidia. Porque la mayoría de profesores que tenemos aquí en España son poetas frustrados. No todos; hay gente magnífica, pero sí se da en muchos casos. Ser poeta profesor es una pretensión que se da mucho en España. Es la pura verdad.
-Si no tuviera límites para trabajar por la poesía, si le diera presupuesto infinito…, ¿qué haría?
-¡La Galla Ciencia! ¡Haría la Galla Ciencia! Lo digo de verdad, por eso estoy con ellos. Estoy que me los como. ¡Lo que yo hubiera querido encontrar algo así en los tiempos en los que coordinaba revistas, que no me dejaban hacer más que lo que ellos querían! Es la pura verdad. Y me voy a empeñar porque siga saliendo.
