El frío de la lápida abandonada debía de ser, a juzgar por las fotos del momento, similar al que en esa Venecia de 1985 soportaron los más de treinta autores españoles que se congregaron en el cementerio de San Michel. La piedra ante la que leyeron poesía y sobre la que dejaron un sobrio ramo de flores tenía –debe tener- talladas unas letras que configuran, para muchos, el nombre del poeta cuya obra es “la columna vertebral de la Poesía moderna” (1): Ezra Pound.
“Todo empezó una noche -recuerdo el frío al salir a la Zaterre ai Saloni, la niebla- del invierno de 1983. Carmen y yo habíamos pasado la tarde con Olga Rudge en su pequeña casa de la calle Querini. Pound seguía viviendo en aquella voz: ‘Por esa escalerita bajó para ir al hospital. Era un león. Ya no volvería’. Recuerdo que la desolación parecía envolver a Olga mucho más que otras veces. Recuerdo también que la casa estaba helada, porque Olga no disfrutaba precisamente de recursos muy espléndidos. Salimos bajo la impresión de un amargo desconsuelo. Le dije a Carmen: Hay que hacer algo”.
De ahí parte el viaje, ahí está el origen del recuerdo reconstruido en el primer párrafo de este texto. Habla el poeta español José María Álvarez, quien, tras la visita a la última mujer de Pound, trabajó por orquestar un homenaje mundial al poeta coincidiendo con el centenario de su nacimiento. Poner unas flores sobre una lápida olvidada sería un símbolo, vida sobre la muerte para recordar a uno de los maestros contemporáneos de la poesía universal, para dejar a un lado –que no olvidar– la turbia conexión política de Pound con el fascismo de Mussolini y agradecer en el peso de su legado lírico.
Jorge Luis Borges, Vicente Aleixandre, Juan Carlos Onetti, Camilo José Cela, Octavio Paz, Mario Vargas Llosa, Günter Grass, Rafael Alberti, Miguel Delibes, Luis Rosales, Federico Fellini, Jaime Gil de Biedma, Ángel González, Pablo García Baena… La lista de adhesiones que logró la iniciativa se cuenta por centenares. Y no solo estuvo compuesta por poetas, cuya presencia, al abrigo de la obra de Pound, se asume; librerías, universidades –Stanford,Texas, Zurich…– y otras instituciones dejaron clara su solidaridad para con la celebración, que finalmente, y tras muchos inconvenientes e intentos de frustrar el plan, se llevó a cabo.
El testimonio de lo sucedido, donde se cuenta a las claras cómo el viaje a Venecia se realizó contra viento y marea, está reflejado en dos interesantes volúmenes publicados: el primero, elaborado por la Editora Regional de Murcia en 1986, que sirve como acta del evento; el segundo, de Renacimiento (2017), recoge las impresiones de los viajeros y seguidores del norteamericano, e incluye todo lo que recogió el primer libro.
Fueron una treintena los poetas que, finalmente, pusieron rumbo a la ciudad de los canales. En autobús y desde Cartagena comenzó un largo periplo que llevó a un grupo de literatos a pasar una noche entre anécdotas, cansancio, lecturas y conversaciones que giraron presumiblemente en torno a la figura del poeta mudo de Venecia. “La noche y el día se sucedieron en aquel habitáculo. Sobre nosotros la esperanza de llegar a Venecia. La isla de San Michele nuestro destino” (2). De este modo, casi con añoranza y bajo la pátina de la belleza que ofrece la emoción aún vívida, recuerda estos instantes la poeta Dionisia García, quien dedicó al poeta estos versos:
En San Michele el cementerio un huerto.Mañana de noviembre
Los versos de la usura.
Silencio y tierra. Flores
Los peregrinos buscan vestigios naturales.
La pisada de Pound en la pradera última.
Raíces de laurel. Yedra. Rocío sobre el césped.
Llegamos al lugar como a la posesión de un territorio.
Y no se oía nada. Y llovía.
Los recuerdos de la amable convivencia generada por el respeto hacia la obra del poeta son una constante en aquellos que estos días recuerdan el acontecimiento. Porque el homenaje se revistió del sabor de lo fraternal y la convivencia y, pese a que Pound era el centro unívoco que los unía, hubo lugar, en las breves jornadas por tierras italianas, para todo. José Daniel M. Serrallé lo rememora: “La ocasión dio para mucho. De la capitanía entusiasta e indesmayable del propio José María y Carmen Marí, a las emocionadas lecturas ante la tumba del maestro; de Jaime Ferrán haciéndose fuerte en la trasera del autobús, a la discreta y amable sabiduría de Carlos García Gual; del humor socarrón, como dos niños malos, de Eduardo Chamorro y Javier Roca, a las madrugadas venecianas junto a Eloy Sánchez Rosillo, Pedro García Montalvo y Alfonso Sampedro; del encanto sereno, como de otro tiempo, de Olga Rudge y el príncipe Ivancich, a la belleza enigmática de la hija de éste; de Barnatán y Pereda rijosos entre la niebla, a la estampa distraída de Jesús Pardo; de la brillante curiosidad de Luis Antonio de Villena, a la cálida cercanía de Andrés Linares, Dionisia García, Xavier Seoane…”. Fue, sin duda, una ‘fiesta de exaltación de la amistad y la poesía’.
En Venecia, tras los actos institucionales habituales en estas empresas y después de visitar a Olga Rudge “en la casa de la que Pound salió para Morir” (3), los viajeros se reunieron en los salones de la sociedad Dante Alighieri para leer, recordar y hablar sobre Pound. Quedó evidenciado en las comunicaciones realizadas el peso del legado de Ezra como poeta vertebrador de la lírica contemporánea. Las traducciones realizadas por el poeta enjaulado y su basto intento de gran poema vital que son los Cantares centraron las ponencias, en las que también se abordó su ‘locura’, la mudez voluntaria a la que se sometió los últimos años de vida, su condena psiquiátrica y, de un modo tangencial, su filiación política.
Leyendo el resultado de esas conferencias, es muy posible conocer, como si de una biografía canónica se tratase, importantes aspectos sobre la concepción creativa de Ezra Pound. Su legado está ahí a través de los originales receptores del mismo. Uno casi puede escuchar la voz de José María de Areilza en aquellos salones, imaginar el eco con el que resonaban sus palabras, revividas ahora (4):
“Ezra Pound fue un poeta universal aunque nacido a las letras dentro de la cultura anglosajona. Su asombrosa intuición lingüística le hizo poeta multinacional. Su obra maestra demuestra que la cultura no debe tener fronteras. Se sumergió en la búsqueda de la inspiración en las mitologías y leyendas de Europa y de Asia y entre ellas resuena de tiempo en tiempo el chispazo de lo hispánico como centellas arrancadas del metal de nuestra épica histórica. Ezra Pound descubrió la necesidad de crear nuevas formas de expresión para explicar las profundidades del alma del hombre moderno”.
Cuando uno de los participantes de aquella aventura rememora el viaje, el encuentro, las vivencias guardadas en el recuerdo…, algo vibra tenuemente en su voz. “Lo hicimos y fuimos felices, y ese homenaje cambió algo dentro de nosotros”, parece decir algo que se impone a las palabras. Y el que las recibe desea ser mayor, añora ser poeta, sueña con haber vivido esos años de vino, rosas, palabras y misterio.
UNA FOTO DE EZRA POUND EN VENECIA, 1968 (5)
(Recordando aquella visita a su tumba
en el otoño brumoso de 1985)
Tan destruido como elegante, señor.
Aire de sabio, de profeta y ciego.
Las manos nudosas se retuercen: Nada.
Se bebieron todo el agua del vaso.
Los diccionarios lijaron la piel,
los libros afilaron, sentenciosos, los dedos.
Las imágenes secaron aquel iris potente.
La hermosa tradición y la moderna
ménade podaron lentamente los labios.
Huele a cultos jazmines, rotos en el aire.
Niegas, afirman, gritamos: La vida.
Señor, tan destruido y elegante.
Luis Antonio de Villena
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(1) Palabras de José María Álvarez recogidas en el libro ‘Treinta años después’, pag. 73 (Renacimiento, 2017)
(2) Del libro ‘Treinta años después, pag. 19 (Renacimiento, 2017)
(3) Del libro ‘Treinta años después, pag 73 (Renacimiento, 2017)
(4) Del libro ‘Treinta años después, pag. 107 (Renacimiento, 2017)
(5) Del libro ‘Treinta años después, pag. 13 (Renacimiento, 2017)
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