Volver a Luis Antonio de Villena es ovillarse en el lugar caliente de la costumbre. Sus versos, con el temor a la escarcha que lo cubre todo en invierno, pero a la vez dotados de la excelsa belleza del carpe diem, se convierten en un hogar al que gusta regresar a menudo.
Eros se derrama en casi todas las páginas de Alejandrías, una antología de la obra del poeta desde 1970 hasta 2013 que recoge, a juicio del compilador, el poeta Juan Antonio González Iglesias, las mejores composiciones de este hombre que escribe «rayando el vértigo» y que se muestra «un contemplador apasionado de la belleza masculina» y cuyo instinto poético late «al ritmo de su tiempo, cuando no por delante«.
Alejandrías, publicado por Renacimiento en esta versión ampliada en 2015, es un compendio de amor homosexual, recuerdo y agradecimiento (hasta en los peores momentos) hacia el pasado, y temor a lo que está por venir. El poeta construye, siempre en torno una mirada que le coloca en el centro, un imaginario que bebe de un modo desaforado del mundo clásico y se sienta en las ruinas de un mundo del que cada vez se siente más ajeno, como en DÍAS DE OCIO EN EL PAÍS DE YANN
¿Qué verano fue? ¿El del 78, el del 79?
Hubo días –¿te acuerdas?– en que parecía no existir
el mundo. Quiero decir el trajín, las guerras,
el crimen, la política, la constante mentira que se nutre
con todos… Como si el sol –dijéramos–
lo envolviese todo. Sólo el latir de la sangre
en los miembros, la noche que se abría como
damas de noche, su perseguido cuerpo tan silvestre
y tan dulce, untado aquel amanecer de pachulí
o frambuesa. Que lo hacía imbesable ¿te acuerdas?
No existía el mundo ni el tiempo (fueron cuatro
o cinco días, acaso seis seguidos) en que la vida,
eso que llamamos vida ¬–la pasión de los labios,
el corazón ardiendo, la embriaguez de las horas cuando
rompe los límites, un júbilo de sol y de cuerpo
asentido– la vida, coincidía por entero con los vivos,
y vivir era exactamente igual que estar viviendo.
Te lo conté, Higinio, ¿te acuerdas? Un verano, hace
tiempo…
Y se me ocurre ahora (ahora que noto de nuevo
-ponme otra copa, sí- que huele ya a fin del invierno, y
tal vez
tornen a ocurrir días milagrosos como ésos) pienso,
fíjate, que la plenitud de estar vivo debe parecerse
enormemente a todas las demás plenitudes: El gran
amor, el gozo de ser otro, el hondo fin en que un dolor se
muda,
y sobre todo estar muerto. La plenitud de estar vivo
debe ser casi igual a la muerte. Pues morir (o vivir) es sólo
desentenderse del mundo, de su miseria, y del tiempo.
Luz de invierno
También del futuro (y por tanto del frío y del invierno) tiene miedo María Florencia Rua. Poeta, actriz y directora de teatro argentina nacida en 1992, ha publicado en Liliputienses su primer poemario, Luces mal usadas.
Se trata de un libro breve que detiene el tiempo en la última juventud, que llora a los seres queridos que ya no están porque se han convertido en polvo de asfalto y que, desde la sensación de ingravidez que aporta la pérdida, reflexiona sobre el temor al futuro, un futuro distinto al que inventaron los padres.
Los poemas, que beben de las referencias del día a día, que están anclados al calendario, son crudos, vertiginosos, realistas y a la vez hijos del símbolo y tienen el tono de lo biográfico. FIJAMOS LA SALIDA es un ejemplo:
Afuera las cenizas alisaron el pasto, la crecida
clave contra la tierra seca.
De las que abandonan el pueblo
al atardecer pareciera
la estación de servicio robar energía.
De frente una fila de autos apurados por llegar
de vez en cuando un camión
de carga, soltás tu pelo atado:
detrás de todo el bosque
la gracia
de nuestras caras nuevas.
El espacio del ahora
Cleofé Campuzado ha publicado también en su primer poemario, El ocho de las abejas (Devenir, 2018, su búsqueda del lugar propio. Con un discurso, complejo, simbólico, basado en la dicotomía entre la perfecta estructura de la vida social de las abejas y la imperfecta relación del ser humano con su entorno con los otros.
Ya se intuía una voz interesante en el poema que la autora publicó en el número DOS de la revista de poesía La Galla Ciencia (texto que forma parte de este libro, precisamente), y la escritora murciana ha confirmado con este primer trabajo su interés por una poética de orfebre, cuidada en las imágenes, pero sin perder de vista su tiempo.
Hay, en El ocho de las abejas mucha reflexión sobre la búsqueda de un lugar propio, de una base sobre la que sostenerse para vencer el calendario, de un espacio que contribuya a definir a la poeta/persona.
Me siento desalojada,
tal vez, quizá,
por haber escuchado la locura
de los destinos inapelables.
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