Un visitante contempla 'Lo incierto', de Martínez Mengual.

Más allá de Lo Incierto

Una especie de energía antigua se pega al estómago cada vez que una obra de Antonio Martínez Mengual está delante de los ojos. Ese laberinto de colores que se convierte en lenguaje para decir, una y otra vez, el origen, todo aquello que es Lo incierto, pero que resulta necesario para definir al hombre.

Martínez Mengual ha regresado de nuevo a la tierra sagrada de Grecia para crear la veintena de cuadros que forman parte de Lo Incierto, una nueva muestra que el pintor ha inaugurado en la galería Chys, de Murcia, y que estará abierta para los visitantes hasta el próximo 28 de febrero.

Lo que el artista ofrece en esta nueva exposición es un viaje a las entrañas del misterio. El rapto de Perséfone suena como eco de fondo en cada uno de estos cuadros, que viajan siglos y siglos al pasado para situarse en el centro de las celebraciones sagradas de Eleusis.

Así, el visitante de Lo incierto se sobrecoge necesariamente ante los papeles negros que son el hogar de Hades, siente la paz de noche y el calor del fuego incandescente que, durante años, cegó a aquellos hombres y mujeres que quisieron alabar a las Diosas y, de paso, conocer el camino que les llevaría más allá de la muerte.

En formatos grandes y desde la figuración hasta el abstracto, los cuadros que forman Lo incierto son una puerta a todo lo que somos: Grecia como origen, como parte necesaria de la historia que nos define, como tantas veces ha querido dejar patente Antonio Martínez Mengual.

Cartel de Lo Incierto, de Martínez Mengual.

Un texto que abrigan los cuadros

He tenido el inmenso honor de firmar el texto del catálogo de Lo incierto, de trabajar con los pigmentos de los pinceles de Martínez Mengual sobre las manos, con el ritmo pausado y extraño de los himnos órficos, con el sabor de Grecia entre los labios. De ese texto son estas breves líneas:

Como otros antes que él, el pintor ha comprendido: no caben respuestas exactas en el arte ni en ninguna otra cosa. No son siquiera deseables. Es en la pregunta, en el constante querer saber por qué, donde la obra se engrandece, perfila su materia y se eterniza. Más todavía: no son pertinentes tampoco las preguntas cuando la realidad se convierte en pintura y trazo, cuando se dibuja una biografía. Únicamente sirve entonces contemplar, ese dejarse llevar por el sentimiento -la música apagada, a solas y en silencio en el taller- y que la danza de colores surja casi sola, como impulsada por los recuerdos, por lo vivido, por aquello que se aspira a experimentar. Esa vibración al pisar tierra sagrada en Atenas; las manos temblorosas que ofrecen la preñada fruta a las puertas del templo; esa cuna de las cunas que un día traspasó con su luz de caos y el peso de su historia el cuerpo del pintor, que le definió de un modo distinto, que le hizo otro.

Hay que visitar una y otra vez la obra de Martínez Mengual, es un mandato divino. Los viejos dioses griegos viven en él, respiran a través de sus manos. Y entrega ese legado de color preciso a nuestros ojos indignos, para que a través de cada obra podamos comprender.

Las diosas y los iniciados, de Martínez Mengual.

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