Si todo fuera tan sencillo… Y al cabo lo es. La propia vida es solo eso: el azar de la luz hermosa de crepúsculo, la fragancia del jazmín en primavera, el amargo del aceite al untar los carrillos de la boca…, y el mar, la inmensidad del océano, la ilógica razón de las olas rompiendo una y otra vez contra el origen de la tierra.
El mar, el océano mar. Ayer las tablas del escenario del Teatro Romea se inundaron sin remedio. Era el mar, el océano inmenso que fluye de las manos de Alessandro Baricco. Porque ayer, apenas un centenar de personas se sentó en la caja de las ilusiones y, todas ellas, como náufragos, se agarraron a una única tabla de salvación: un texto teatral, un monólogo de belleza: Novecento. La leyenda del pianista en el océano.
Silencio en el escenario reconvertido en patio de butacas. Frente al público, el envés del telón. Negro. Ni un ruido. Y, de repente, un barco. Porque la magia del teatro convirtió el patio de butacas, la platea y los distintos palcos, o más bien sus luces de asistencia, en los testigos luminosos de un trasatlántico. Y el público, frente a ese espectáculo de luces dispersas, en la oscuridad, no fue más un hombre perdido, un náufrago, olas, peces libres y dichosos o el propio océano.
Y allí apareció: un músico miserable, un hombre triste, un trompetista -fue digno- que apenas podía enlazar ya tres o cuatro notas. Ni el instrumento pudo conservar. Sobre todo, en el escenario había un hombre herido. Herido y feliz por atesorar, al menos, una historia: la historia de Novecento, la vida de Danny Boodmann T. D. Lemon Novecento.
Miguel Rellán fue el maquinista que condujo a los espectadores a través del texto del italiano Alessandro Baricco a un lugar derramado de belleza. El actor se puso en la piel de ese músico, del amigo de Novecento, el pianista más grande que jamás ha puesto sus manos sobre las ochenta y ocho teclas de un piano.
Con un montaje de Raúl Fuertes que deja todo el protagonismo al texto, Rellán fue capaz de convertir el escenario en barco, en sala de fiestas, en mar. Y materializó un piano e hizo que todos olieran el humo de un cigarrillo inexistente. Emocionante hasta el extremo, la vida de búsqueda de Novecento discurrió con toda nitidez en un escenario vacío.
Es Baricco un autor en constante búsqueda de los límites. La propia obra, Novecento, es una reflexión sobre los límites de un mundo infinito y la finitud de un océano que se antoja inabarcable. Rellán evocó la vida del pianista, jugó con la propia obsesión del autor: rompió los límites del escenario, ‘bajó’ a pasear su historia entre el público y derramó, como miel dulce, la memoria de Novecento en el oído de cada persona.
Novecento es poesía en esencia, es un elemento puro al que le sobran todos los elementos. Es una magia inexplicable que trasciende al texto, que va más allá de la obra. Es la magia del océano, la magnitud del mar, el impresionante grito de las olas al chocar contra las rocas. Anoche todo fue agua salada.
«El más grande. Lo era de verdad. Nosotros tocábamos música, él era algo distinto.Él tocaba… Aquello no existía antes de que él lo tocara, ¿de acuerdo?, no estaba escrito en ningún sitio. Y cuando él se levantaba del piano, ya no estaba… y ya no estaba para siempre…
Danny Boodmann T.D. Lemon Novecento.
La última vez que lo vi estaba sentado sobre una caja de dinamita. En serio. Es una larga historia…»
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