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Volver al amor

Regresar, de vez en cuando, a ciertos libros. Encontrarse de nuevo con algunos párrafos o versos subrayados, algún viejo papel utilizado como marcapáginas o los pétalos secos de una flor que se introdujo dentro.

Existen esos libros. Lo escribiré de nuevo: existen esos libros. Son los que se identifican perfectamente en su lugar de la estantería, a los que se les lanza una mirada de vez en cuando para comprobar que siguen allí, que solo bastaría alargar la mano para encontrar de nuevo el sosiego, la alegría, el temor, la emoción de lo que hay escrito en ellos.

Los últimos perros de Shackleton es uno de ellos. Este libro de Ben Clark, publicado en 2016 por Sloper, es siempre una excusa para hablar del amor. El mismo autor lo dice en las páginas iniciales: «Unir por unir, un mar y otro mar, conectados por el sencillo deseo de la propia unión».

Así son las almas que se imantan de algún modo misterioso para compartir la vida juntas: dueñas de un propósito tan inútil como hermoso, tan imposible como verdadero.

Decía Rostropovich
que uno antes de tocar las Suites de Bach
debía pedir perdón.

Lo que hago es parecido cada vez
que deseo tocarte y tú me dejas:
pido perdón por todos los poemas
que escribí describiendo este momento.

Arañar el otoño

Otro de esos libros a los que volver cuando la tarde se frustra por la lluvia tiene el sabor de lo cercano, lo barroco, lo breve. Manuel Dato escribió una metonimia de amor y otoño en Last Autumn’s Dream. Un libro que se lee como un canto continuado, como un poema largo improvisado en cada paseo, en cada café, en cada ausencia.

El poeta ciezano no pudo dedicarme el libro porque yo jamás se lo pedí. Un día de verano se le rompió el corazón. La imagen es recurrente cada vez que leo alguno de sus versos. Y yo me empeño en hacerlo, por si alguna vez despierto y su voz me habla para decirme que está ahí, en el café, esperando con la pluma cargada, porque me debe versos:

Cuando yo me haya ido
por sendas o por silencios,
por trochas o por poemas.
cuando yo me haya ido
y mis arrugas sean un cántico
a todos los otoños,
y mis ojos candelas de umbría,
y mis oídos un susurro de luz,
y mis manos, con las que tanto te hablé y amé
sean desiertos y oscuridad,
y mis labios digan frío de lo que fue belleza,
y mi cuerpo un paisaje gris
donde no crezca ni el tacto,
y mi corazón, que fue fiel y respetuoso,
sea carne de cloaca y morfina,
cuando en mis versos se vislumbre acíbar
o un bestiario de miedos y luto,
cuando todo en mí sea luto o espalda,
cárcava o recuerdo,
piensa en mí, solo piensa en mí,
recoge tus lágrimas,
evoca mis turquesas y la plata,
y no violentes al escombro
porque cada brizna de polvo
guarda la sombra y el dulzor
de aquel que te amó
con aquella carne otoñal
que fue su historia y su lamento.

Hermosa historia, dulce lamento

A través de Alicia

Quizá no sea un libro conocido, pero este cuadernito titulado Una duda de Alicia de Ramón Mayrata, guarda un lugar especial en la biblioteca. Es un breve poemario con sabor a mar, para leer en un lugar en el que las olas lancen lametones desvergonzados a los pies; un libro para sentirse barco y gaviota, un trabajo breve que encierra, en su poema a modo de prólogo, todo el misterio de la magia, del ilusionismo:

Dirige tu mano hacia una esquina
de la mesa. Como si fueras a coger
el mechero.
Nadie se fijará en el resto
de tu cuerpo.
Solo existirá tu mano,
pues los hombres tan sólo perciben
las acciones finales, jamás los pasos
intermedios.
Yo he coordinado
todas mis acciones hacia un único
fin: el de no existir. Tal es
mi secreto.
Ni siquiera mi mano,
ni un dedo, ni una de mis uñas
puedes percibir. Pero yo puedo
darte fuego. Pues estoy aquí,
contigo, en esta misma habitación,
empuñando tu propio mechero.

Cuando no hay amor

También del amor (¡Y de qué modo!) escribe Fernando Savater en La peor parte. El filósofo ha escrito una hagiografía de su mujer, Pelo Cohete, destrozado por su muerte.

Con un tono entre la charla de amigos, el diario personal, el cariño cursi del que deja notas en el frigorífico y el hombre enfadado que no comprende por qué a él, por qué la muerte, Savater ha escrito un libro hermoso sobre lo que son las relaciones: no islas sagradas, no cristales inmaculados, sino todo lo contrario: ese imposible deseo de unir mar con mar, de ser un océano nuevo y en calma.

Savater utiliza La peor parte para relatarse, para definir ante los lectores y ante él mismo lo que es, lo que ha sido y lo que será gracias a esa compañera junto a la que, muy en silencio, veía películas, cada verano, en su isla secreta.


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