Raquel Lanseros

Raquel Lanseros: “La poesía es resistencia aunque no sea poesía social”

Consérvense en mis manos las canciones,

muchas y muy ruidosas y con muchos acordes. 

Por si vinieran tiempos de silencio. 

R. L. 

Su voz dulce ha recitado versos en una aséptica sala de hotel minutos antes de tomar asiento frente a la grabadora. Raquel Lanseros (Jerez de la frontera, 1973) habla de poesía con el poso de quien ha tenido tiempo de reflexionar y sentar las bases de su propia creación. La escritora ama el arte de hacer versos y sus ojos brillan, junto a su sonrisa, al hablar de ello. 

La joven poeta y traductora, una de las escritoras más relevantes del panorama poético actual, responde a las preguntas en una animada terraza de la ciudad de Murcia. Allí, entre conversaciones más o menos triviales, risas y el ruido de platos, vasos y cubiertos, Lanseros mira a su propia vida, recuerda cómo surge su amor por la palabra escrita y deja patente que la poesía está viva y que hay que amarla y cuidarla con respeto.

-Ha resultado curioso que en el recital previo a esta entrevista haya utilizado usted el teléfono móvil para leer un poema. 

-Alguna vez había leído con la tableta, que la letra es más grande. Lo que ha pasado es que no me ha dado tiempo a imprimir y quería leer el poema en cualquier caso, así que lo he leído en el móvil. Todavía me responde la vista (ríe)

-Además, está muy integrada en las redes sociales. Comparte muchas cosas y está completamente activa. 

Lanseros participó en un recital en Murcia.
Lanseros participó en un recital en Murcia.

-Sí. Y fíjate: lo estaría más si el día tuviese más de veinticuatro horas. Las redes sociales son un instrumento muy útil. Vincula a la gente de otra manera. Creo que ocurre algo muy similar en el periodismo. A mí me da la sensación de que el periodismo, a través de internet, está sufriendo una revolución positiva. Y es que el antiguo creador de opinión, que antes imprimía el texto y lo dejaba en manos de los lectores, ahora trabaja en un ámbito más interactivo, con los límites jerárquicos casi eliminados. Eso permite que todos se relacionen al mismo nivel. 

-En el ámbito literario y en su caso concreto, ¿qué respuesta, qué interacción vive con sus lectores?

-Muchísima. Y por eso lo decía, porque todo el mundo comenta y todos tienen razón y a la vez no la tienen. A mí me gustaría poder dialogar con todo el mundo, pero el único problema es la escasez de tiempo. Si uno quisiera llevar Twitter, Facebook, el blog y la web necesitaría tres horas diarias o un community manager. Pero claro, eso para el que se lo puede permitir (ríe). A título personal, hago lo que puedo. Es importante tener en cuenta las redes sociales porque determinan la forma de relacionarse de las personas hoy en día. No se puede ir contra la Historia. 

-Algunos poetas, entre los que se encuentra, tienen una legión de seguidores y casi se podría decir que son como las rock&roll star de los años ochenta. ¿Cómo se combina esa fama con las necesidades de soledad y momentos de silencio necesarios para la creación literaria? 

-Yo creo que el poeta nunca llega a Rock&roll star por mucho que uno tenga muchos seguidores. Por ejemplo, y solo voy a pensar en poetas contemporáneos que hemos conocido, Mario Benedetti, que era uno de los poetas más amados por el pueblo, podía andar por la Gran Vía madrileña, e imagino que igual en Montevideo, aunque nunca coincidí con él en Uruguay, sin que nadie le molestara. Esa es la diferencia con la verdadera estrella del rock, que es una persona tan famosa y tan reconocible que supongo que no podrá bajar al bar de la esquina. No imagino a Mick Jagger bajando a tomar un café al bar de abajo.

 Creo que los poetas no tenemos ese peligro porque la poesía, por muy amada que sea (y lo es más de lo que la gente de fuera piensa), no deja de ser para inmensas minorías, que decía Juan Ramón Jiménez. Eso permite salvaguardar suficientemente el anonimato y la soledad necesarias para la creación poética. 

-¿No afecta entonces la fama y todo lo que conlleva a la creación poética? 

-A veces se dan de palos todo lo que tiene que ver con los saraos y la visibilidad con la reflexión suficiente para crear. Lo importante es que uno tenga claro que debe intentar reservarse suficientes espacios de tiempo para leer, para escribir con calma, para reflexionar y también para vivir. Al fin y al cabo, uno escribe sobre aquello que interioriza y luego regurgita, así que hay que intentar hacer encaje de bolillos para combinarlo todo. 

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-Hace un momento ha desmitificado que la poesía no tiene un público tan minoritario como parece. Sin embargo, cuando alguien dice que lee versos lo tratan como a un tipo raro… 

-A veces me preguntan qué escribo y, cuando digo que es poesía, me consideran friki. Hay mucha gente a la que no le interesa. Pero también hay que tener esto en cuenta: la poesía, como se escapa del mundo comercial que responde a los cánones del capitalismo imperante, puede defender un territorio de libertad creativa muy superior al que pueda gozar un novelista, que está mucho más supeditado a las ventas. La poesía no tiene la misma estructura de causa-efecto que pueden tener otros campos literarios donde de verdad se mueven grandes cantidades de dinero… 

-Y a propósito… ¿No cree que vivimos un momento de “moda poética”? 

(La poeta sonríe con franqueza, se da unos segundos para reflexionar y realiza un gesto afirmativo) Sí, y sobre todo en España. Verás, en Europa hay países como Francia, que tiene una tradición poética y una riqueza tremenda, en los que no merece la pena organizar recitales porque no va nadie. Da la sensación de que la poesía está de capa caída en el sentido de que no tiene tanta presencia cultural en la calle. Eso lo hablaba el otro día con un poeta parisino. Sin embargo, en España, y en toda Hispanoamérica de una forma más notable, sí que se está dando el fenómeno de que la poesía está resurgiendo.

-¿A qué podría deberse este hecho? 

-Yo creo que la poesía es, como decía Javier Egea, un pequeño pueblo en resistencia. Vivimos tiempos en los que la resistencia es fundamental, y la poesía es resistencia incluso aunque no sea poesía social porque siempre tiene unas cotas bastante fuertes y evidentes de reflexión. 

-¿Y de llevar la contra? 

-En el sentido de que uno se hace dueño de su propia vida. No es tampoco llevar la contra por llevarla, sin haberlo meditado. Es intentar hacernos dueños de nuestra propia existencia, meditar los porqués sin que te los dicten desde fuera. Y reflexionar también sobre la belleza con mayúsculas, entendida no como nos la venden en las revistas, en Cosmopolitan: una belleza banalizada que no nos sirve, sino la belleza como todo aquello que nos hace humanos y nos hace libres. De esa fuente bebe la poesía y esa fuente se da de palos con el poder. 

Por eso decía que la poesía, aunque no tenga grandes ventas, de pronto tiene mucho más alcance de lo que parece. De hecho, casi todos los regímenes autoritarios del pasado han perseguido a los poetas. Por algo será. Si fueran tan inocuos no habría pasado esto. 

-Por tanto, la poesía ahora pasa por un buen momento en España. 

-Por ejemplo, en Madrid, por hacer mención a la ciudad que conozco más de cerca, hay una eclosión bestial de poesía en la calle. Hay Jam sessions, gente que quiere leer, colas para apuntarse a actos… Continuamente hay cosas que hacer todos sitios, en Malasaña, en Lavapiés… y a mí me parece algo absolutamente saludable. 

-Esas posibilidades, ¿no son un peligro para el pudor que debería tener el poeta, el escritor? 

-Como muy bien saben los que conocen algo de filosofía oriental, no hay nada absolutamente bueno ni nada absolutamente malo. Aunque algo nos parezca positivo en un porcentaje alto, siempre esconde el ying y el yang. Eso pasa incluso en las cosas más hermosas, como el amor, que también tiene su cruz.

Lo que me dices también puede tener contraindicaciones, como los medicamentos, pero yo creo que son superiores los efectos buenos. El hecho de que la gente se interese por la palabra, sea oral o escrita, hablada en unos momentos en los que parece que la imagen ya había derrotado al lenguaje, me parece algo absolutamente interesante. No sé a dónde llegará históricamente, pero me parece que, de pronto, no está todo tan bajo control como parece, y la gente tiene ganas de expresarse y, a pesar de utilizar una tablet, sigue teniendo los mismos sentimientos, las mismas inquietudes y las mismas ganas de comunicarse de una manera humana, menos maquinizada.

 Raquel Lanseros se sirve la tónica que ha dejado el camarero a su lado y observa las burbujas escapar del vaso mientras escucha las preguntas. Su primer libro publicado fue Leyendas del promontorio (Ayto. de Villanueva de la Calzada, 2005). Desde entonces, la poeta ha llevado al mercado más de una decena de libros, entre poemarios propios, traducciones y antologías. Su último poemario, Las pequeñas espinas son pequeñas (Hiperión, 2013), obtuvo el XXIX premio Jaén de poesía. 

-¿Cuándo se mira al espejo y se reconoce poeta? 

-Yo creo que nunca, y no es falsa modestia. La palabra poeta, que etimológicamente es “el creador”, es un título tan grande que solamente te lo pueden llamar los demás si así lo deciden. Que uno mismo se diga poeta…Bueno: escribidor de versos, amante de la poesía, pero poeta…, me parece…. 

-¿Una presunción quizá?

-De alguna manera. A las artes en general, y a la poesía en particular, les pasa algo: la poesía es fugitiva, es esquiva, y el haber tenido en el pasado un logro X no presupone en absoluto que el próximo libro o el próximo poema vaya a estar en ese mismo nivel de logro. Es muy posible que ni siquiera merezca un cero o que, de pronto, uno esté en estado de gracia y supere todo lo anterior. Pero no ocurre como en el oficio de ebanista, donde el profesional puede tener ciertos fallos, pero que, con la práctica, va a ir puliendo su técnica y puede incluso logra suplir en momentos la falta de inspiración con la experiencia. 

En poesía esto no pasa. No hay muchos maestros, y los que hay lo son por los logros que han tenido, pero no por los que vayan a tener, porque estos están siempre por hacer y nunca están en absoluto comprados. Esa es la magia que tiene también la poesía, que nadie puede coger el cetro y la corona y decir “yo soy poeta”. Ése es uno de los grandes misterios, y el hecho de que la poesía sea así de misteriosa y de volátil es una de las razones por las que la amamos tanto. 

-Cuando alguien como usted, con una trayectoria que va consolidándose, se pone ante el papel, ¿no escribe con el peso de tener una deuda con el lector, intentando igualar o superar el nivel de los trabajos anteriores? 

-Es inevitable que eso pase por la cabeza, pero creo que hay que intentar dejar de hacerlo. Ese pensamiento es algo que no ayuda, es contraproducente y puede bloquear. No tiene mucho beneficio compararse, pero ¡claro!, uno no quiere hacer algo peor que lo anterior, y menos comparándose con uno mismo, que es la peor de las comparaciones, la más dura. 

Cuantas menos condiciones le ponga uno al proceso creativo, mejor. Debemos intentar caminar hacia eso.

-¿Hacia dónde camina su poesía ahora?  

La poeta guarda silencio, deja que la cuestión planteada recale dentro y bien hondo. Sonríe sutilmente, casi con humildad, reconociendo lo difícil que es hablar de ese plano profundo de la creación que se encuentra oculto en su mente y que ella, en su rol de creadora, no puede siquiera controlar. 

-¿Quién sabe? No lo sé. A mí, lo que me gustaría es que caminase hacia la Verdad. Y esto son ya palabras muy grandes. Hacia la Verdad con mayúsculas, no esa verdad que se apropian unos y otros. La inmutable Verdad de la existencia, la de la vida. ¿Hacia dónde va? Quién sabe… Yo no soy la dueña de la poesía, ni de la mía propia. 

-¿Qué autores considera que sí han llegado a lograr plasmar esa Verdad? 

-Tenemos la suerte de que haya muchos… No sé… De la cultura hispana, en España hemos tenido un Lorca, a NerudaOctavio Paz… Sé que son nombres que no sorprenden, pero es que, para mí, han sido poetas que han logrado eso que decía Pablo Neruda, poner la mano en el latido de la tierra. Tenemos a Baudelaire, a Shakespeare, a Eugenio Montale, a Kavafis, a Emily Dickinson, a César Vallejo… Hay mucha gente que ha sido capaz de conectar con la verdad de lo que significa estar vivos un período de tiempo y estar unidos a una Verdad superior a nosotros que es la cadena de la vida. 

-¿Cuándo se da cuenta de que está completamente envenenada de poesía? ¿Quién es ese profesor, cuál es el libro?  

-La mirada del otro es la que te empuja, normalmente, a pensar que quizá eres capaz, que lo que escribes se puede publicar. A mí eso me ocurrió aquí en Murcia, en un período en el que viví aquí. Hay un poeta murciano, que se llama Fulgencio Martínez y es un buen amigo, que fue mi padre poético. Él fue la primera persona que me corrigió un poema. Recuerdo que tenía treinta versos y me lo dejó en unos cinco. Y tenía razón, el resto era paja. También empezó a sugerirme que enviara poemarios al Adonáis y a otros premios. 

Siempre tiene que haber otro u otros. Tiene que ser la reacción de los demás, que veas que lo que haces interesa y gusta. Uno es muy mal juez y parte, aunque guarde lo que escribe y lo lea diez meses después.

-¿La labor del editor es, entonces, indispensable? 

-En poesía, más que editores, esa labor la hacen los buenos amigos, aquellos en los que confías. A mí me parece muy importante que alguien crítico lea lo que haces, porque pueden señalar cosas en las que no habías reparado. Ahora, tienen que ser personas en las que realmente confíes y que sean suficientemente sinceros contigo: el falso halago hace mucho daño y también una crítica feroz te puede desorientar. 

-¿Hay demasiadas palmaditas en la espalda? 

-Sí, ¡claro! Habrá esferas en la vida donde todavía funcionará más. Es muy cómodo adular. Lo que realmente se necesita es tener cerca a alguien que entienda de poesía, o que al menos sea un gran lector, y que tenga contigo la confianza suficiente como para señalarte los fallos y los aciertos con cierta justicia. 

-Volviendo a ese momento en el que se siente ebria de poesía, ¿cuándo es usted consciente de la grandeza de la palabra hecha verso? 

-Desde que sé leer estoy enamorada de la poesía. Siempre he tenido el acceso a la poesía relativamente fácil. Mi madre es una gran lectora de poesía y mi padre, aunque de ensayos y de temática histórica, también es un gran lector y, por tanto, en el salón de mi casa había una gran biblioteca llena de libros. Desde pequeña pude coger aquellos libros que me interesaban.

Los libros de poesía son finitos normalmente, y un niño se siente atraído por esos libros finitos más que por una enciclopedia. De pronto me encontraba leyendo a Lope de Vega. ¡Claro! Con esa edad no eres capaz de comprender la magnitud de lo que tienes delante, pero la sensación de estar ante algo grande sí la tienes.

Raquel Lanseros.
Raquel Lanseros.

-¿Ya desde pequeña tenía esa sensación de leer algo grande? 

-Escribí un poema, que llamé ‘Bécquer y el Rock and roll’, en el que describo la sensación que tuve la primera vez que leí una rima de Bécquer. Recuerdo perfectamente el día, encontrarme leyendo y decir: “¿esto qué es?”. Lo llamé así porque a mí me gusta mucho ese tipo de música y es una sensación parecida, sabes que tiene fuerza, pasión. De niña, obviamente no alcanzaba a comprender la dimensión de los adultos ni la pérdida ni el dolor ni la alegría siquiera, pero entendía que eso era algo más que palabras. Eso me ha ocurrido desde que tengo uso de razón. 

Por otro lado, tuve la suerte de criarme durante largos períodos con mis abuelos, porque mi madre trabajaba. Esa relación fue muy especial, y de ellos heredé el concepto del tiempo. Mi abuelo había sido, de joven, apuntador de comedias en su pueblo. Él era un hombre culto y ejercía ese puesto, así que se sabía de memoria piezas de teatro clásico como el soliloquio de Segismundo en su torre. Cuando mi abuelo decía “sueña el rey…”, yo, sin entender nada, sabía que me encontraba ante algo diferente a cuando me decían “pásame el pan”. Era la sensación de estar ante una algo de una solemnidad y una grandeza tales, que es mejor quedarse callado y escuchar.

 -¿A qué sensaciones se enfrenta usted cuando mira atrás y observa su trayectoria? 

-Desde el punto de vista personal, nostalgia. Pero no por los libros en sí, sino porque siempre que uno mira atrás es más joven y eso es un valor propio, porque tiene más vida por delante (ríe)

Si miro la obra, hay algunos poemas que ya no son tan hijos, que están escritos por una persona que ya no soy yo del todo, pero hay otros con los que me sigo identificando. El otro día tuve que ir a un sitio y leer poemas de Diario de un destello. Solo podía leer de ese libro, porque era un acto de la colección Adonáis, y me di cuenta que sigo teniendo muchos hijos en ese libro, le puedo mirar a la cara y puedo leerlo. 

-No se reprocha mucho. 

-Ésa es una de esas cosas fundamentales. Decía mi abuelo: “Que el de sesenta pueda mirar a los ojos al de cuarenta y que el de cuarenta pueda mirar a los ojos al de veinte”. Me sentí capaz de no tener que bajar la mirada ante la persona que fui.

-Usted ha dicho algo así como que escribir para guardar en un cajón no tiene sentido. ¿Quiere usted decir con eso que el escritor, el poeta, tiene que tener la mirada en la publicación? 

-No soy quién para juzgar a aquéllos que quieran guardar lo escrito en un cajón. Hablaba de mí, eso está claro. Lo que creo es que en el acto artístico, y sobre todo en el literario, que se nutre de palabras, que es la herramienta de la que nosotros nos servimos para comunicarnos, la palabra no oída, la voz en el desierto, es un poco melancólica. Yo creo que la palabra tiene sentido cuando es descifrada por otro ser humano que le da forma. Y la forma que le da no tiene que coincidir con la intención de quien la escribe. Eso lo dijo muy bien Montaigne: “La palabra es la mitad de quien la dice y la mitad de quien la escucha”. 

En esa intersección de significado, de comunicación que se crea entre quien dice y quien escucha, yo creo ver la utilidad de la poesía.

-Actualmente, en este mundo de redes sociales, telefonía móvil e inmediatez, ¿es óptima la comunicación que se da entre el poeta y sus lectores? 

-Es verdad que estamos un poco en el tiempo de la inmediatez y de la caducidad inmediata. Pero yo creo que la poesía se adapta, es capaz de ser lo suficientemente camaleónica para adaptarse a estos tiempos. A mí me da la sensación de que la gente joven, las generaciones que vienen después, están más receptivos de lo que parece a la palabra poética. Ahora bien, afirmar a ciencia cierta hasta qué punto un poeta es entendido, disfrutado o correctamente interpretado, es complejo. 

-También es algo relativo. 

-Exacto. Yo creo que una persona que sienta que un poema le está diciendo algo ha conseguido la meta, independientemente de que esté más o menos errado en su interpretación.

-¿Qué le parecen las nuevas generaciones de escritores, los que se están formando ahora? 

-Entre los que tienen aproximadamente diez años menos que yo, que son los nacidos en los ochenta, sí que ya hay poetas con un perfil muy labrado. Después hay una nueva generación de poetas nacidos en los noventa, que mueven muy bien en las redes sociales. Muchos de ellos son poetas de la concisión, de la frase, del destello. 

Tengo la sensación de que la gente necesita frases, eslóganes de rebeldía. La gente necesita creer en este tiempo de tanto escepticismo, de tanto cinismo institucional y comercial que impregna el mundo, donde parece que da igual lo bueno y lo malo, donde la ética, el civismo y todo eso está muy desdibujado. Quiero pensar que hay una generación de jóvenes que necesita creer en los valores inmutables que se creían borrados por la inmediatez y el cortoplacismo. 

-Es una forma de evasión, un revulsivo contra lo que se está viviendo ahora. 

-Así es. Yo veo que ahora los chavales que tienen veinte años escriben más versos que los que tenían veinte hace veinte. 

-Porque… ¿hacer poesía está de moda? 

-Sí, está muy de moda, es muy hipster. Y fíjate: eso es algo que contradice un poco las reglas del mundo en el que vivimos. Estamos en un sistema muy economicista, donde el capitalismo más salvaje y más radical se está impregnando cada vez más en todas las esferas y, por lo tanto, parece difícil que sea tan popular algo como la poesía, que no da un rédito inmediato. 

Hace como quince años, todos querían ser yuppies, ejecutivos agresivos, ahora parece que esa idea ha cambiado. Me parece muy positivo y estamos todos pendientes de qué pasará con esto que ahora estamos viviendo.

Raquel Lanseros ha traducido los poemas de amor de Edgar Allan Poe (Valparaíso 2013) y poesía de Gordon E. Mcneer bajo el título de Mira lo que has hecho (Valparaíso 2014). Para ella, la traducción es otra forma de creación poética en la que el autor original y el encargado de convertir la obra a otro idioma dialogan sobre el papel. 

 -La traducción también tiene un lugar importante en su vida. 

-El que se enamora de la palabra, se enamora de la palabra en su lengua materna y se enamora de la palabra en general. ¡Ojalá uno pudiera saber todas las lenguas del mundo! Yo hablo unos cuantos idiomas y me gustaría hablar más y dominar unos cuantos mejor. A pesar de eso, nunca son suficientes. Por eso, para tener acceso a muchos poetas interesantes hay que leer traducciones. 

Decía Saramago que los escritores creaban las literaturas nacionales, entendiendo por nacionales las literaturas de un idioma, y el español es un idioma grande; y que los traductores creaban la literatura internacional. Y tenía razón. 

-¿Qué particularidades tiene la traducción de poesía? 

-La traducción de la poesía, como es obvio, presenta unas dificultades extra. No tiene nada que ver con la traducción de la prosa, que ya de por sí es compleja. Antonio Rivero Taravillo, que es uno de los traductores españoles más reputados del inglés al español, comentaba algo conmigo hace poco en Sevilla: uno puede centrarse en la forma, y transmitir lo máximo posible la belleza del ritmo, de la musicalidad, de las aliteraciones, de las elecciones semánticas, etcétera, o uno puede centrarse más en el contenido. Eso lo llaman los traductores ‘la bella infiel’ o ‘la fea fiel’. ‘La bella fiel’ sería el desiderátum casi imposible. 

Traducir es una labor encomiable, porque ser un traductor es ser un héroe a lo Madame Bovary, porque es emprender una empresa a sabiendas, desde el principio, de que vas a ser derrotado. No hay forma de transmitir de manera fidedigna el contenido estético y el significado. Es imposible. Uno puede acercarse lo máximo a ese ideal, y eso es una labor de amor por la palabra.

-¿Traducir es más serio de lo que pueda parecer a simple vista? 

-Sí. Y traducir poesía más. Es complejo. Es como ir a un zoco árabe: hay que estar regateando todo el tiempo, es una negociación continua. 

¿También una forma de hacer poesía, rehacer poesía? 

-Eso es cierto. Es verdad que el traductor no deja de ser un poeta pequeño al lado del original. ¡Hombre! Lo mejor sería que hablase todo lo posible el autor original, pero hay decisiones que tiene que tomar uno. Si traduces a un autor vivo puedes hablar con él o con ella y negociar los detalles, pero si se trata de uno que ha muerto no hay interlocutor y esas decisiones las asumes tú. 

Hay momentos en los que dices “puedo hacer esto o puedo hacer lo otro”. Son decisiones que tomas tú y las decisiones pueden tener éxito y gustar o no tener éxito. Una traducción perfecta es imposible. 

-¿Cómo se traduce hoy? 

-Una tendencia que últimamente está muy en boga es la traducción literal, que se realiza independientemente de la forma, con versos más cortos y más largos. El otro día hablaba con un poeta argentino que me decía, y eso es una opinión, que la poesía actual en Argentina carecía del ritmo y de la musicalidad propia del idioma español. Yo pensé que podría tratarse de que la gente lee muchas traducciones y como la traducción ya no tiene ritmo, se acostumbran a eso. 

A mí, por ejemplo, me pasó. Estaba leyendo en traducción a Kavafis y luego tuve que leer a Jaime Sabines antes de poder volver a escribir. Porque, para mí, sí que es importante la musicalidad del poema. Si tú solo lees traducciones, en tu cerebro se pierde la música de tu propio idioma. 

-En su traducción de los poemas de amor de Poe, usted sí que busca, de algún modo, esa musicalidad.  

-Van un poco contra esa corriente última. Yo estuve leyendo las últimas traducciones, porque traducir por traducir no tiene sentido, hay que aportar algo. Cuando me hicieron el encargo, me propuse buscar, dentro de lo posible, ‘la bella fiel’. Es decir, quería traducir la musicalidad de un poeta decimonónico. Porque Poe no es un poeta contemporáneo. Es como si a Bécquer le quitas el ritmo. Tiene una música muy especial, que corresponde al siglo XIX, a la atmósfera de pesadumbre… Traté de intentarlo, otra cosa es conseguirlo. Y es que a mí me parece que en las traducciones literales se pierde algo, porque Poe es un poeta que en inglés posee una musicalidad muy importante. 

-Hay quien dice que usted, en su poesía, tiende a lo universal. No realiza una poesía “de mujer”, de anécdota personal. ¿Observa una tendencia en la poesía de mujeres hacia una anécdota propia de la maternidad, la tendencia sexual…? 

-Precisamente esta mañana una amiga me decía algo muy parecido. Un amigo poeta peruano me comentaba que hay una tendencia de poesía en las mujeres de cincuenta o sesenta años, que hacen una poesía erótica muy repetitiva y con demasiados clichés. 

Yo soy mujer, eso es una cuestión biológica. Y no reniego de mi condición, sobre todo en mi vida privada, donde la ejerzo a todos los niveles como cualquier otro ser humano. La cuestión es que una parte de la identidad de un ser humano no puede representar al todo. Es decir, que sí que soy mujer, pero también española, nací a finales del Siglo XX, me gusta la playa, tengo ésta u otra ideología… El ser humano está conformado por muchos caracteres, y el sexo o la orientación sexual solo es uno. Si solo hablara de mi feminidad, es como si estuviera todo el día hablando de la comida que me gusta. 

Hacia el mundo, y sobre todo hacia el mundo de la poesía, puedo tener una visión de ciertas cosas a través de la piel de la mujer, pero en realidad creo que la poesía se escribe con el corazón y con el cerebro, que no tienen necesariamente sexo. Un ejercicio intelectual tampoco tiene sexo. A mí me parece muy tierna la imagen de la maternidad, pero eso es algo anecdótico. Otra cosa es que yo quiera hacer de eso una experiencia común para todos. Si me quedo en la anécdota, puede que sea una cosa terapéutica para mí, pero eso es todo. 

-Además, si el escritor se para en la anécdota, el mensaje es más limitado. 

-Lo que a mí me ocurre es que tuve la suerte de criarme en un entorno de libertad, gracias a mis padres. No tengo que estar demostrando mi identidad femenina para estar aquí sentada. Y me siento un igual de facto con los hombres desde el punto de vista de la creación poética. No tengo que adoptar un disfraz ni hacerme perdonar ni utilizar cosas que son extrapoéticas

Es cierto que es bastante común, y yo creo que llegaremos a la igualdad cuando superemos ese escollo. A mí me interesa la filosofía, las grandes preguntas, más que lo que me ocurre cuando voy al cine, que lo pequeño y lo anecdótico. 

-Pero ¿ir a las grandes preguntas y obviar lo anecdótico no es un riesgo? 

-Cada uno escribe sobre lo que le conmueve y le interesa. A mí me gusta escribir desde un lugar donde no hay sexo ni edad. Luego todos estamos, obviamente, supeditados a nuestras limitaciones. Pero la poesía no debe tener fronteras, y eso es una actitud personal.

"El traductor no deja de ser un poeta pequeño al lado del original"
«El traductor no deja de ser un poeta pequeño al lado del original»

Imágenes: Samuel Jara

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