Cursi. Repipi. Engolado. Pasteloso. Sensiblero. Acepto cualquier adjetivo de todos los que, habitualmente, van ligados al nombre de Antonio Gala. Más allá: no me importan.
Su figura, más allá de su obra literaria, está ligada profundamente a mi adolescencia cuando, por la noche, repetía una y mil veces esos vídeos que alguien colgó en Youtube de sus conversaciones con Quintero.
Me he reído con la anécdota de sus intentos por aprender a conducir, de la vez que se cayó de la cama con un libro («¿quién le ha contado a usted eso?»), he repetido sin voz la forma en la que habla del amor en una de las trece noches («todo, todo, todo, todo»).
Gala, con sus ojos encendidos de tristeza, sus bastones, el ascot gallardo en el cuello, forma parte de mí. Por eso me gusta, de tanto en tanto, encontrarme con su nombre en la solapa de algún libro. Esta vez ha sido Dedicado a Tobías (Círculo de lectores, 1989), una serie de textos en los que Antonio se empeña en hablarle a Tobías, su ahijado, a propósito de la vida, del pasado, del futuro,… Todo cabe en las trescientas páginas de este libro, en los que Gala aborda sin pudores ni condescendencias hacia el pequeño temas relativos a la UE, la degradación de occidente o el feminismo.
Han pasado muchos años desde la publicación del libro y lo lógico es dar por hecho que Gala ya no firmaría algunas de las frases que vierte en Dedicado a Tobías. O sí, qué más da: son opiniones de un hombre. Y ya. Tienen mucho más valor esos textos en los que el poeta se pone su abrigo de hombre y le escribe al niño sobre su infancia, sus miedos, sus teckels… son artículos que huelen a cenizas de hoguera.
Dios no es solo dios
Esperaba encontrar en Dios en la poesía actual (Rialp, 2018) una antología que hablase de ese Dios que hay más allá de Dios. En algunos casos (ahí los poemas de Vicente Gallego, los de Pedro Sevilla, los de D’Ors, entre otros) los textos están cerca de esa mística o espiritualidad que buscaba, pero lo cierto es que el grueso de la selección se queda en los soportales de la fe.
No merma esto la calidad de los poemas elegidos por Carmelo Guillén y José Julio Cabanillas (quien, por cierto, es compilador compilado), pero sí que convierte la antología en una selección plagada de lugares recurrentes, que no comunes, y de imágenes que empastan más allá de tratarse de textos diferentes firmados por autores o autoras distintos.
El error, en este caso, está en el lector que estaba seguro de encontrar otro tipo de poemas sobre Dios, pero uno, que ha estado cerca de la espiritualidad y la fe hasta casi cruzar el umbral, se siente mucho más cerca de poemas que se acercan a Cristo, sea ese nombre lo que sea, desde detrás de otros velos.
Una odisea el espacio
Como la Voyager. Así quiere ser [20 vatios Azul pálido] (Olifante, 2020), de José Malvís: una sonda que esparce la vida sin más objetivo que el de llegar a alguien, a algo, desconocido, inexacto. Se trata de un poemario que va y viene de la mente a la biografía del autor con la misma aleatoriedad con la que cualquier persona asume su día a día: ora pensamiento, ora acción, ora recuerdo, ora deseo.
Y así, esta sonda con prólogo de Mar Sancho y Epílogo de Ángel Guinda va creando una especie de mapa físico y emocional del autor, quien dice: «Envejecer / es distanciarte / poco a poco / de tu cuerpo, / ver a un ser extraño / que intenta abrazarte todo el rato».
Por momentos nostálgico, por momentos combativo, se trata de un libro estructurado, pensado y digno que explora por el espacio del lenguaje poético para ofrecer una propuesta en los que la tierra y el espacio toman nombres como los de Leonard Cohen, bendito sea, Nadia Comâneci, gotas de agua conjugadas en el incondicional del futuro…
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