En los estantes, de Javier Gilabert.

Hay una vida en los estantes

«Los estantes importan. Importan mucho en un tiempo que tiene la tentación de escindir vida y literatura. Los libros que hemos leído son experiencia y, por tanto, vida tanto o más que algunos momentos cuyo paso no deja poso«. Son palabras que Antonio Praena dedica al poeta Javier Gilabert y a su libro En los estantes, finalista del II Premio de Poesía Esdrújula.

Una vez «me fui» de casa. Tendría apenas 20 años y demasiada rabia. Cuentan, quienes me dieron cobijo para pasar la noche antes de regresar con el rabo entre las piernas, que durante el probable ataque de ansiedad con el que llegué al refugio solo repetía una y otra vez: «Mis libros, mis libros, mis libros«.

No son más que objetos. Algunos en ediciones baratas e incluso maltratadas: la cola se resquebraja, las tapas se han doblado y las hojas amarillean por los años. Sin embargo, ese apego es cada vez más grande. Y cuesta deshacerse en ocasiones incluso de aquellos que apenas nos han gustado y no vamos a leer ni una vez más. Es una pulsión, son como apéndices o, como escribe también Praena en el prólogo de En los estantes, «Los estantes somos nosotros, porque en nosotros vive la letra de los libros, no desalojándonos, sino incorporándonos, haciéndonos estar«.

Javier Gilabert (Granada, 1973) incardina vida y libros en esta obra, su segunda, en la que da muestras de una poesía pegada a la experiencia, a lo vivido, a lo biográfico. Sus poemas, que, sin serlo, en ocasiones dejan el sabor de lo aforístico, transitan por unas etapas muy concretas: los inicios (en todos sus sentidos), la paternidad (otro tipo de comienzo) y las ausencias forman el corpus temático de este libro.

La cita que abre En los estantes vendría a confirmar lo que el lector se encontrará dentro. Es de Juan Carlos Friebe:

Escribir y vivir no se parecen,
mas cómo se entretejen siendo adversos
cuando, corazas, se hacen corazón.

Desde ahí, y con un verso claro, aparentemente biográfico y experiencial, Gilabert inicia un viaje por la MUDANZA, LA ESTANTERÍA y LOS LIBROS, las tres partes de su obra.

MUNDANZA es un hueco a la altura del pecho. Gilabert sitúa a los lectores de En los estantes en una casa vacía a la que se acaba de llegar. La esperanza es que pronto será un nuevo hogar, pero, por ahora, esos muros ajenos solo causan extrañeza.

Los poemas de esta primera sección circundan la idea de la construcción del ‘yo’. La definición del propio ser, la recomposición tras haberse roto en pedazos, el establecimiento de los límites del cuerpo… La voz del autor parece situarse fuera de sí mismo (Anochece y me poso / completamente ajeno / al peligro que entrañan / tus dos manos). Uno de los poemas que definen esa búsqueda es

Mudanza:

Vivía en una casa con mil puertas
que daban paso a estancias
donde jamás entré,
con cientos de pasillos
por los que nunca conduje mis pasos,
con rincones que aún
permanencen ocultos.

Creía conocerme.
Tardé en darme cuenta
de que estaba vacío.

Hoy, de mudanza, miro ilusionado
estas cajas en las que empaqueté
solo lo necesario:
nuestras cosas.

Javier Gilaber ha escrito En los estantes.
Javier Gilaber ha escrito En los estantes.

Los hijos cuelgan en los estantes

El corpus central del libro está dedicado a la paternidad. Es obvia la inflexión que la llegada de sus hijos a supuesto en la vida del autor, que traslada la óptica de su escritura a los pequeños. Niños en el mar, niños en la cama, niños al rededor de la biografía. Tantos niños que llevan a Gilabert a reflexionar sobre su propia posición como hijo, a propósito del dolor de los padres.

De pronto, una iluminación en forma de poema para aquellos que no hemos sentido el amor de un hijo en carne viva, para los que incluso no lo queremos sentir:

La playa

Ella juega en la arena
vestida solo con una sonrisa.

Despiertan los sentimientos latentes,
-la ternura y el miedo-
avispas que me invaden
removiendo las sombras.

Ella juega en la orilla.
Guardo el libro en su estante,
el más alto de todos.

La poesía de Gilabert esta casi tan desnuda como la protagonista de La playa, su hija María. Los versos van al centro de lo que quieren decir, construyen certeramente las imágenes. La lectura se convierte en un recital, pues no resulta difícil intuir la voz del autor, el sol ya en escapada, leyendo despacio, con ternura, en algún rincón rodeado de estantes.

Llega el frío

Y, por fin, LOS LIBROS. Aquí reina el invierno, que despierta del letargo. El frío, el viento, la tierra mojada y cierto tono elegíaco impregnan estos últimos cinco textos que parecen precipitarse hacia el inicio del libro.

Es en la sed donde el agua revela
el verdadero anhelo,
cuán profunda es la grieta.

Estos tres versos, que cierran uno de los últimos textos del libro, podrían suponer la genealogía del libro: los hijos ya han llegado, ha terminado la mudanza, se ha vivido el luto. Es hora de hacer balance.

Porque eso es En los estantes, un hacer balance en un momento en el que ya se ha de mirar tanto atrás como al futuro. Porque, como escribe Fernando Jaén en un breve epílogo a modo de carta: «(En el libro) figuran el hombre y el poeta, el padre y el amante, el maestro y el amigo. (…) En este poemario los instantes tienen el peso de un libro para perdurar y afianzarse en las horas más terribles».

__________________________________________________
Compra En los estantes en tu librería habitual, en la web del CEGAL o aquí.


Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *