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De maestros y pasado

La poesía de Luis Alberto de Cuenca siempre ha estado allí. En ocasiones se comenta que es una perfecta puerta de entrada para esos jóvenes inquietos que, parapetados bajo el acné, comienzan a memorizar algunos versos en las interminables horas de instituto.

Con esa virtud de línea clara, la obra de este premio nacional baila entre referencias pop, iconos de la literatura universal, relaciones, tiempo, amor, sexualidad… sin perder nunca ese sabor de amigo que te habla de tú a tú. Al menos, desde la publicación de La caja de plata en 1975, cuando sus poemas abandonan la estética novísima y se convierten en un diálogo que interpela al lector en su mismo lenguaje.

Por esa sensación de ser un ‘amigo de toda la vida’ apetece volver de vez en cuando a la obra de Luis Alberto que, ubicada en el lugar exacto al que corresponde, luce en la mayoría de estanterías de los aficionados a la poesía. Una lectura que es más aprovechable todavía cuando se hace bajo el título Los mundos y los días, la poesía completa del autor que desde hace unos años recoge la editorial Visor.

Así, el lector tiene en un solo volumen hasta diez libros de Luis Alberto desde Elsinore -por algún motivo quedan fuera Los retratoshasta El reino blanco, publicado en 2009. Al menos en la 5º edición de Los mundos y los días, que apareció en 2019.

Quedan fuera de la edición que he manejado, por tanto, Cuaderno de vacaciones y Bloc de otoño, que, en palabras del autor, «todavía tienen ciclo de vida independiente«.

ADVERTENCIA AL LECTOR

Oyendo a Dinah Washington –son las diez de la noche
de un veintitrés de octubre–, se me ocurre decirle
al presunto lector de mi «literatura»
que procure evitarla como se evita a un huésped
molesto –un erudito, una rata en el baño–,
y que si, por alguna razón que se me escapa,
quiere seguir leyendo, que entienda lo que lee
como lo que es: un grito (o un susurro) de angustia
y soledad.

Un cuento basta

Un cuentecillo que se lee en media tarde basta para comprender por qué Delibes es Delibes. Las grandes novelas, los libros de viajes y los artículos en prensa de este vallisoletano maestro de periodistas son todo un magisterio de estilo y altura literaria.

El disputado voto del señor Cayo es una novela corta sobre el interés político, sobre las guerras entre partidos, sobre la carrera para alcanzar el disputado sillón del Congreso en las primeras elecciones democráticas de nuestro país tras la dictadura. Pero, sobre todo, este texto de Delibes trata de demostrar el valor del conocimiento humilde y rural de una España que comenzaba una carrera hacia un futuro que quería romper con la vida de sus mayores.

Víctor, un aspirante a diputado que visita en campaña las deshabitadas zonas cercanas a Las Urdes, topa con Cayo, un octogenario que vive en un pueblo con su mujer muda y un único vecino. Con el objetivo de hacer campaña, el futuro diputado y sus compinches tratan de ilustrar al viejo, que acabará demostrándoles que las proclamas, los discursos ‘de bote’ y las consignas no son tan útiles como saber qué plantas sirven para curar un dolor de muelas o de qué manera cuidar el huerto para aprovechar mejor los productos de la Tierra.

El disputado voto del señor Cayo es una lectura agradable, casi entrañable, que además recuerda que no hay que despreciar el conocimiento vital de esas gentes humildes, de los padres y madres de la Tierra.

Nostalgias adquiridas

Qué nostalgia tan extraña e imposible es la que nace ante un objeto de otro tiempo, aunque por edad, la experiencia que ofrece no haya sido posible para mí. Me ocurre con un ejemplar de esas antologías que Mondadori lanzó a finales del pasado siglo, cuando yo comenzaba a aprender a leer, y donde por 350 pesetas podías llevarte a casa algunos versos de sor Juana Inés de la Cruz, Keats o, como en este caso, de Cesare Pavese.

Qué libros tan bonitos, con esas portadas osadas y llamativas, y que debieron suponer un primer bocado de estos maestros y maestras para muchísimos lectores que podían lanzarse al precio asequible de cada volumen.

Estos Mitos de Poesía de Mondadori, me consta porque yo también lo hago, son rastreados ahora por algunos lectores que queremos lograr la colección completa, si fuera posible. Cuestión fetiche, quizás, pero hermosa.

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Entradas para el Museo de cera

Si hay una obra que defina el esfuerzo vital y creativo del poeta José María Álvarez ese es, sin duda, el Museo de Cera. Este libro, construido durante años y años y en el que el escritor de Cartagena ha ido incluyendo poemas de posteriores libros, es un absoluto bocado de excelencia.

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Por las galerías de este monumento al Arte y al don de vivir de casi novecientas páginas, el lector encuentra rincones para emocionarse, para sentir el pálpito de la pasión en sus genitales, para perderse entre autores que no ha leído y siquiera ha escuchado nombrar, para gozar de la grandeza de lo natural, para sentir el sabor salobre de la mar…

Que José María Álvarez es uno de los grandes autores vivos es algo indudable. Y este Museo de Cera, aunque en ocasiones inabarcable por todo lo que contiene, es su mejor testimonio. Por eso repasarlo en estos días de encierro ha sido como salir a la calle, viajar a una de esas grandes ciudades europeas que él enseña a sus lectores a amar, y cruzar el umbral de una galería llena de tesoros: es es lágrima que completa el ojo la primera vez que se contemplan las puertas de Babilonia.

Del sueño al sueño

Julia Uceda de los sueños, ¿desde dónde escribes, poeta? ¿Cómo es el lugar desde el que nacen tus versos? Sea como sea, qué placer viajar En el viento, hacia el mar por tus siete primeros libros.

La edición, con trabajo introductorio de Sara Pujol y que convirtió a la autora en Premio Nacional de Poesía en 2003, está públicado por la Fundación José Manuel Lara y ofrece la posibilidad de comprender la evolución poética de esta gran autora, no-miembro de la Generación de los 50, como a ella le gusta destacar en su apuesta por la libertad estética, política y moral más absoluta.

Apenas 360 que permiten viajar por el compromiso humano de la sevillana, por su relación con el mundo de lo onírico y por la capacidad de imbricar lo real y lo imaginado en libros de gran altura poética, algo que le otorga el indiscutible título de maestra de las letras en nuestro tiempo.

Driving

Me pregunto si alguien, alguna vez,
podrá imaginarme, como yo no puedo,
formando parte de estos bosques, en los que no pienso,
de este mar, que a veces ignoro y del que huyo, a veces,
driving and driving and driving alone—: necesito
decirlo en otra lengua porque su sonido
pone el punto de soledad, de aislamiento, mejor,
a las tres partes: mujer en un coche, bosques, mar.

Siempre creo estar en otra escena
y encuentro mi lugar en la que ya he perdido. Y eso significa,
tal vez, que nunca estoy en parte alguna.

Pero alguien,
alguna vez, supongo con excesivo optimismo
sobre el valor posible de unos cuantos poemas, tendrá curiosidad
por saber cómo fui. Y pintará un atractivo cuadro si contempla
los hermosos paisajes que me acogieron
y que tan fielmente, aunque ya perdidos,
se pueden entrever en toda mi escritura.

Puedo que el conjunto resulte hermoso.
Me gustaría verlo, pero será imposible.
De todos modos, quiero hacerle un favor al curioso futuro:
nada estará completo si se olvida
driving and driving and driving alone—
de este verso extranjero.


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