Sor Juana Inés de la Cruz (San Miguel Nepantla, Nueva España, 12 de noviembre de 1648-México, Nueva España, 17 de abril de 1695) fue una religiosa jerónima y escritora de gran relevancia en el del Siglo de Oro de la literatura en español.
Siempre demostró una especial inclinación hacia el conocimiento, camino que comenzó a los tres años, cuando comenzó a leer. Tal y como indica María Vila en un artículo del diario ABC: «Juana leía y estudiaba por su cuenta cuantos libros caían en sus manos. Consciente de que necesitaba saber latín para acercarse al saber de los clásicos, se cortaba cuatro o seis dedos el cabello y si cuando le volvía a llegar hasta el punto en que se lo había cortado no se sabía la lección, se lo volvía a cortar en pena de rudeza, que no le parecía razón que estuviese vestida de cabellos cabeza que estaba tan desnuda de noticias».
Ingresó en un convento, aseguran los expertos en su vida y obra, para huir del matrimonio y poder dedicar más tiempo al estudio. Biografíasyvidas recuerda que «en su celda también llevó a cabo experimentos científicos, reunió una nutrida biblioteca, compuso obras musicales y escribió una extensa obra que abarcó diferentes géneros, desde la poesía y el teatro«.
Las críticas y consejos del clero, cuyos miembros le aconsejaban dejar la escritura y consagrarse por completo a la vida religiosa, acabaron por convencer a sor Juana Inés de la Cruz de vender su biblioteca y permanecer en un silencio literario hasta el fin de su vida, entregada por cuidar a sus hermanas en una epidemia.
Cuatro poemas de sor Juana Inés de la Cruz
Con el dolor de la mortal herida…
Con el dolor de la mortal herida,
de un agravio de amor me lamentaba,
y por ver si la muerte se llegaba
procuraba que fuese más crecida.
Toda en el mal el alma divertida,
pena por pena su dolor sumaba,
y en cada circunstancia ponderaba
que sobraban mil muertes a una vida.
Y cuando, al golpe de uno y otro tiro
rendido el corazón, daba penoso
señas de dar el último suspiro,
No sé con qué destino prodigioso
volví a mi acuerdo y dije: qué me admiro?
Quién en amor ha sido más dichoso?
Dos dudas en qué escoger …
Dos dudas en qué escoger
tengo, y no sé a cual prefiera,
pues vos sentís que no quiera
y yo sintiera querer.
Con que si a cualquiera lado
quiero inclinarme, es forzoso
quedando el uno gustoso
que otro quede disgustado.
Si daros gusto me ordena
la obligación, es injusto
que por daros a vos gusto
haya yo de tener pena.
Y no juzgo que habrá quien
apruebe sentencia tal,
como que me trate mal
por trataros a vos bien.
Mas por otra parte siento
que es también mucho rigor
que lo que os debo en amor
pague en aborrecimiento.
Y aun irracional parece
este rigor, pues se infiere,
si aborrezco a quien me quiere
¿qué haré con quien aborrezco?
No sé cómo despacharos,
pues hallo al determinarme
que amaros es disgustarme
y no amaros disgustaros;
pero dar un medio justo
en estas dudas pretendo,
pues no queriendo, os ofendo,
y queriéndoos me disgusto.
Y sea ésta la sentencia,
porque no os podáis quejar,
que entre aborrecer y amar
se parta la diferencia,
de modo que entre el rigor
y el llegar a querer bien,
ni vos encontréis desdén
ni yo pueda encontrar amor.
Esto el discurso aconseja,
pues con esta conveniencia
ni yo quedo con violencia
ni vos os partís con queja.
Y que estaremos infiero
gustosos con lo que ofrezco;
vos de ver que no aborrezco,
yo de saber que no quiero.
Sólo este medio es bastante
a ajustarnos, si os contenta,
que vos me logréis atenta
sin que yo pase a lo amante,
y así quedo en mi entender
esta vez bien con los dos;
con agradecer, con vos;
conmigo, con no querer.
Que aunque a nadie llega a darse
en este gusto cumplido,
ver que es igual el partido
servirá de resignarse.
Feliciano me adora y le aborrezco…
Feliciano me adora y le aborrezco;
Lisardo me aborrece y yo le adoro;
por quien no me apetece ingrato, lloro,
y al que me llora tierno, no apetezco:
a quien más me desdora, el alma ofrezco;
a quien me ofrece víctimas, desdoro;
desprecio al que enriquece mi decoro
y al que le hace desprecios enriquezco;
si con mi ofensa al uno reconvengo,
me reconviene el otro a mí ofendido
y al padecer de todos modos vengo;
pues ambos atormentan mi sentido;
aquéste con pedir lo que no tengo
y aquél con no tener lo que le pido.
Rosa divina, que en gentil cultura…
Rosa divina, que en gentil cultura
eres con tu fragante sutileza
magisterio purpúreo en la belleza,
enseñanza nevada a la hermosura.
Amago de la humana arquitectura,
ejemplo de la vana gentileza,
en cuyo ser unió naturaleza
la cuna alegre y triste sepultura.
¡Cuán altiva en tu pompa, presumida
soberbia, el riesgo de morir desdeñas,
y luego desmayada y encogida,
de tu caduco ser das mustias señas!
con que con docta muerte y necia vida,
viviendo engañas y muriendo enseñas.
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