Una voz grave, el don sagrado, se eleva sobre el trabajo en los campos de algodón. Sale del cuerpo enjuto de un adolescente que trabaja mano a mano con sus padres y hermanos. Canta, tal vez, porque no tiene con qué entretener el hambre. Entona viejos himnos para rogarle a Dios por un día más, por unas manos fuertes, por conseguir buen precio por la cosecha.
John R. Cash nació el 26 de febrero de 1932. Perdió a un hermano cuando su piel todavía era sonrosada. Amó a Dios y June, su mujer -otra voz bendecida- y también vivió un idilio con las drogas. Pero, sobre todo, John R. Cash fue una voz irrepetible, la gracia contenida en la garganta. Murió , el 23 de septiembre de 2003, con 71 años y una inabarcable obra. June, su adorada June, había abandonado el mundo tan solo cuatro meses antes. Cash murió, pero el mito ya era más grande que él mismo.
El hombre de negro es ya mayor. Pasa los 60 años y tiene la necesidad de contar, de hablar de su vida, de rendir cuentas y realizar ofrendas. Eso es Cash, la autobiografía de uno de los cantantes más populares del folk.
El libro, editado en español por Libros del Kultrum recientemente en un volumen tan bello como sobrio, viene a ofrecer una visión más calmada que la que el propio intérprete ofreció sobre su propia vida en Cash – Man in black, una primera autobiografía mucho más visceral, de tripa.
Si en aquel primer (afortunado) intento de narrar su vida, John se mostraba absolutamente cautivado por su reconciliación con su Dios, por la eterna ayuda de June y sus amigos para abandonar la adicción, por ser poseedor del don, en este Cash el cantante vuelve sobre los mismos temas, los mismos recuerdos, pero barnizados por el tiempo.
Ahora escribe sobre todo aquel tiempo frenético entre escenarios, carreteras, canciones, hoteles y pastillas con otro tempo. Deja escapar los recuerdos como el viejo abuelo con afición a contar a sus nietos las fábulas de toda una vida. Y así, Cash se convierte en un libro mucho más equilibrado, que apetece leer, poseedor de un ritmo ágil, casi oral.
Evangelizar: eso es todo
Pareciera que lo que Johnny Cash pretende en este libro es, por un lado, poner en orden sus asuntos: recapitular, dar las gracias, pedir perdón; por otro, un nuevo intento de Evangelizar, de mostrar a sus seguidores la fortuna de encontrarse con Dios, ese Dios que persiguió durante toda su vida, pese a tener la certeza de que siempre estaba junto a él. Cada vez más alto. Cada vez más lejos.
Que nadie espere un relato frenético sobre consumo de estupefacientes, destrozos en habitaciones de hoteles de lujo o carreras temerarias a bordo de vehículos demasiado caros. Todas esas historias están en Cash, pero porque sirven al objetivo del hombre de negro: pese a todo ello, pese a haber sido un mal hombre, Dios siempre ha estado allí, esperando.
Sin embargo, la autobiografía no se convierte en una moralina: las páginas están plagadas del humor canalla de un rey de la canción. Desde sus «espacios publicitarios», en los que Cash habla a sus seguidores de este disco que deben comprar o de esa línea de guitarras a muy buen precio que ha diseñado, hasta las más divertidas anécdotas con cantantes tan fabulosos como Elvis, Dylan o Tom Petty.
Enciclopedia del folk
Otra cosa en la que Cash convierte, sin quererlo, esta autobiografía es en una verdadera enciclopedia del folk. Por las páginas de este relato de su propia vida desfilan los nombres más populares de esta música, pero también otros desconocidos y que merece la pena ir apuntando para escuchar.
Hay verdaderos tesoros entre los referentes de Johnny Cash, este descarado intérprete, dueño y señor del negro, que llenaba los escenarios con la misma voz -sí, quizá más vieja y cascada, pero con el don- con la que cantaba junto con su familia, hace ya un siglo, en la pobreza de unos campos de algodón.
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