Anotas la misericordia2

Anotas la Misericordia

Leo este libro (Misericordia, de María Sotomayor, Letraversal) como quien entra en la habitación en la que un anciano duerme. Escribo sobre él como el que observa esos años rendidos contra el colchón. Esa intimidad vulnerable y abierta en dos sobre la noche.

No sé qué quiero decir con esto. Pero por qué querer decir: allí están los poemas, alineados página tras página, pequeños fogonazos que iluminan una tarde en la que llueve como por costumbre y huele a cerilla con su fuego débil cuando rompe.

Creo en este libro, en esta literatura/carne en la que “También un bosque / también un cerebro lleno de imágenes (…) / un poema / una inflamación”, todo lo que hace que se me inunden las manos, que los dedos se preñen de misericordia como cuando se untan de masa de bizcocho y luego el bizcocho se quema.

No sé qué próximo lenguaje se abre al sol
el desorden de su cráneo volviendo
volviendo al armonioso susurro de una garganta
                                       nunca ternura más exacta.

Como un párpado

Poemas breves. Cuatro versos en los que sucede todo y tú estás en el centro. Como el humo en espiral cuando me miras y no hay abril ni luz cuajando la ventana.

Desde ahí te acaricias el corazón
lo terrible es sacudirlo hasta el dolor
hacer visible su estructura
y vaciarlo sin orden.

Como ella, María Sotomayor, en estas páginas de hierro y espuma.
Y lees una vez y otra y cada vez más adentro como el aire. Recuerda: “No estar a salvo de la brisa”, cantar —porque hay música— “segundos antes del suicidio”.

***

Lees y escribes porque este libro brota en ramas robustas y calientes, entre poemas que no dicen, pero que lo contienen todo.

***

Escribo en este libro; escribo sobre este libro; escribo para este libro. Y con esa trinidad engarzada en mis ojos lo digo. En un susurro que grita: Misericordia, Misericordia, Misericordia.

Y pienso que esto no es nada, pero sí necesario. Porque tú también

Retienes una herida
así no puedes cambiar el mundo
piénsalo bien así no puedes
y oyes reír a todas sus caras
cuando por fin la cautiva se derrama en voz alta
y escribe algo que alguien entiende
ellos no lo han conseguido
¿te arrepientes ahora de tu sinsentido?

Por tardes como esta merece la pena. Por tardes como esta, agradeces.


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