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Aurora Saura: «Los sueños importantes nunca se cumplen»

Su hogar es sencillo, pero acogedor, como pretenden serlo sus versos. Alguna estantería llena de libros, un par de sofás cómodos y sillas espartanas. Aparece del interior de la casa con una sonrisa calmada. Saluda con calor amistoso y pronto llena la mesa de libros, dulces y café. No es tanto una entrevista como un rato de reflexión en voz alta.

Aurora Saura (Cartagena, 1949) es una de esas poetas por derecho. Lo es porque sus obras contienen versos rotundos, inolvidables, que quedan dando vueltas dentro, muy dentro. Su voz, que no es autoritaria, sino que casi pide permiso, acompaña a una mirada valiente, unos ojos que observan de frente, que desafían, pero abrazan. Y, de pronto, un parpadeo.

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-En uno de sus poemas habla de la eternidad. ¿Qué es?

-En ese poema hay un intento de descripción de lo que sería la eternidad, que la veo como algo absolutamente inmóvil, en donde no hay ningún cambio. Y eso es justamente lo que no quiero. De ahí nace ese poema, que me lo sugirió una imagen a propósito de mis lecturas sobre Física.

-Una poeta leyendo sobre física…

-Yo hubiera querido tener una formación más profunda en Física y Ciencias Naturales y, aunque no la tengo, me voy enterando de alguna cosilla que me interesa y que da pie a escribir poemas.

-¿Para el poeta, la eternidad es el reconocimiento?

-Desde luego, si hay, para mí es esa. Yo no creo en la vida eterna o, mejor dicho, creo en ella desde un sentido muy científico, que sería algo más cercano a la transmisión. Realmente vivimos en los que vienen a partir de nosotros; y nuestros ancestros, hasta los más lejanos, viven en nosotros también. Esa eternidad a mí me satisface, me da cierta tranquilidad, puesto que no creo en la vida eterna celestial ni en ninguna de las vidas eternas que ofrecen las religiones. Y espero, también, que no sea lo del eterno retorno, porque eso sería para salir corriendo (ríe).

-¿Y qué es lo que tiene usted de sus ancestros?

-Hay dos cuestiones; una sería la sucesión biológica o la continuidad biológica de nuestros genes. Ese gen quiere seguir viviendo como sea, aunque sea a costa de fastidiar a aquel en el que vive. Luego está la otra trasmisión, la de las tradiciones y los valores. En ese sentido, a mí la herencia en parte me interesa que se mantenga, pero otra parte de mí la rechaza.

Hay un poema que mucha gente ha criticado por duro, al que le puse de introducción unos versos de Aresti, y que dice así:

La escritora repasa con calma el índice de ‘Las horas’, su primer libro, que vio la luz en 1986, busca el poema al que se refiere como si el tiempo no fuese más que una palabra vacía. Lo encuentra, lo repasa con una media sonrisa de nostalgia. Y lee:

Y ahora, ya pasados los límites de la casa del padre
—que no he de defender—,
cuando quiero olvidarme de las piedras
que componen la casa de mi padre,
aún me siguen las sombras,
los ecos, las voces familiares:
viven en mí las sombras de los muertos,
la obscuridad de un mundo
que en mí ha ido creciendo,
anclando sus raíces.
Viven en mí las voces de otro tiempo,
el mundo traspasado de la casa del padre,
de la que estoy tan lejos,
de la que ayer he huido:
la casa de mi padre que no he de defender.

Arrastro conmigo toda una serie de visiones del mundo, de tradiciones… pero es como si quisiera liberarme de aquello, ir por mi camino. Esa imagen aparece en algún otro poema de otros libros; por ejemplo en Imagen primera, que es el único poema que he dedicado a mi madre: “No había Dios ni patria ni tantas cosas que luego hemos vivido de manera diferentes”. Ese momento era feliz justamente porque no estaba lo que me separaba de ella.

-Es una contradicción constante.

-Quiero vivir con lo que me han dado pero, al mismo tiempo, no quiero vivir con ello, sino hacer mi propia vida.

-¿Y los que vienen? ¿Le preocupa dejarles algo?

-Sí que hay formas de mi herencia cultural y social, sobre todo a través de mi padre, que sí que me han parecido muy positivas mantener. Hablo del gusto por la lectura, el interés por las situaciones sociales… Del mismo modo espero que las cosas que a mí me interesen recalen en mis hijos, en la gente que me ha conocido, en mis alumnos…

Yo creo que algo de eso sí queda, sobre todo en el caso de mis hijos, porque la relación que tenemos con ellos es muy, muy diferente por ejemplo a la que han tenido mis padres conmigo. Y no se trata de tener un trato de igual a igual, pero ese poder hablar de todo, esa confianza de no tener que guardar nada porque nosotros se lo vamos a reprochar… A mí me compensa el pensar que al haber esa relación, algo más queda o, por lo menos, no es tan distante como la que hemos tenido la gente de otra generación.

-Se ha referido en varias ocasiones a la Ciencia y, más concretamente, a la Física. ¿Es compatible con las artes?

-La situación en nuestro país es lamentable en ese sentido. Esa separación, ese “tú eres de ciencias y tú eres de letras” siempre me ha fastidiado, desde que era muy jovencita. De hecho, a partir de los 14 años, los que tenían que orientarse a letras ya no estudiaban más biología ni matemáticas y los otros no conocían las lenguas clásicas.

A mí me hubiese gustado hacer el doble bachillerato, pero claro, yo iba a un colegio (en ese momento vivíamos en San Javier) con unas clases muy reducidas y eran incompatibles. Si estabas haciendo Latín no podías hacer Física. Finalmente hice el bachillerato de letras, pero mi padre era físico y matemático, mis hermanas hicieron las dos Física: mi hermana es profesora de matemáticas y la otra, de economía; o sea, que yo he vivido en una familia muy plural, con mucha compatibilidad. Y mi padre escribía magníficamente; de hecho, colaboró cuando era muy jovencito en la Escuela Popular de Cartagena, porque Carmen Conde vio un germen en él.

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-Es entonces su primer referente.

-Hay colaboraciones suyas con 15 o 16 años en la publicación de la Escuela Popular, un artículo magnífico de un chaval. Eso siempre lo mantuvo, le gustaba mucho leer y me empujó mucho a la lectura, no sé si porque vio que ahí había algo… aunque yo era muy buena en matemáticas en su momento (luego lo he olvidado todo). Yo veía en esa figura, como he visto en otra personas, esa compatibilidad entre el gusto por el arte y la literatura, y al mismo tiempo la orientación científica me parece que es algo muy natural. Un caso señalado es el de la poeta Wislawa Szymborska —yo no la conocía, empecé a leerla después del Nobel—, que tiene muchos poemas así y me ha encantado que tenga imágenes de la Química. Me parece muy interesante ese mundo.

Los libros de Aurora viajan de un lado a otro de la mesa durante la conversación. Son piezas vivas que construyen a la propia autora, trocitos de biografía, como ella misma explica en algunos apuntes manuscritos: “Escribo ahora, como cuando empecé a los nueve o diez años, a partir de un impulso”, o “creo que no hay que plantearse escribir más que de aquello que ‘solicita’ ser escrito”. Es una poeta por una obligación externa e interna; escribe porque, tal vez, ha nacido con esa tarea pendiente.

-Hablando de mundos, ¿cómo es el mundo que ve hoy a través de la ventana, el mundo al que se asoma?

-Me parece que los que escribimos poesía, los que tenemos una imagen poética del mundo, estamos como más atentos (o deberíamos). La idea que yo tengo es que el que quiera escribir poesía tiene que estar más atento a la realidad y dejar que la realidad te toque mucho y se te introduzca hasta hacerla tuya y poderla dotar de esa mirada atenta. Por eso empleo mucho el verbo mirar, la palabra mirada, la idea de ver… porque, en cierto modo, es como una ‘visión’ en el doble sentido: al mismo tiempo lo que ves y lo que tú imaginas a partir de lo que ves, de cómo asimilas eso como si fuera algo traspasado por ti.

-¿Es una mirada más limpia?

-No sé si esa mirada es más limpia, yo diría que es más completa. Algún poeta ha dicho que, en realidad, no es más profunda sino lo contrario, que es como subir, hacer una especie de metafísica; pero a mí me gusta más la imagen de la profundidad.

-¿Sin esa mirada uno no es capaz de construir versos verdaderos?

-Yo creo que no. A veces leo por obligación, porque me mandan cosas y las tengo que leer —por amistad o lo que sea—, y leo muchos poemas —bueno, están construidos como poesía o tienen ritmo, algunos no tienen ni ritmo poético, pero eso es otra cuestión— que son poesía porque han querido plasmarlo así, pero lo mismo podría haberlo hecho contándoselo a un amigo o escribiéndolo de otra forma. Yo he escrito muchas veces cosas que luego he pensado “pues esto no sé”, incluso alguno que he publicado ahora no lo publicaría, otros que sin embargo he dejado ahora sí los publicaría… En cualquier caso, lo que siempre procuro es que haya esa mirada.

En el blog Afinidades electivas, donde unos poetas recomiendan a otros, yo hablo en un pequeño texto de que toda poesía tiene un punto de locura y digo al final que pertenece a Apolo, pero también a Dionisos. Por una parte es el mundo de la belleza, de lo hermoso, de lo interesante y, por otra parte, es el mundo de lo fantasioso, de lo loco, de lo que no sabes por qué te ocurre. Yo creo que en esa doble realidad está la verdadera mirada del poeta, pero a veces encuentras mucho de una cosa y no de la otra. Otras veces lees una cosa y simplemente no te gusta, ya sea mía o de los demás. Desde muy pequeñita he leído y he oído mucha poesía (sobre todo poesía oral), y normalmente esas intuiciones se confirman, como cuando conoces a una persona y no te gusta. A mí me pasa mucho con la poesía.

Ha sido profesora de Lengua y Literatura, e incluso ha sido responsable de centros educativos. Conoce el funcionamiento de las aulas y ha visto a centenares de jóvenes pasar por encima de los versos como si nada hubiera ocurrido. A otros, sin embargo, los recuerda emocionados, poseedores de ese don de hacer versos.

-¿Cómo se define la poesía? ¿Cómo la califica Aurora Saura?

No puedo hacer eso porque yo, al haber dado clase de Lengua y Literatura, he tenido que convivir como trabajo con la poesía clásica tradicional y no he podido llegar a decirle a un alumno, ni a los que escribían poesía, que alguno era muy bueno, además, por qué le decía que era bueno o no lo que escribía. Era más bien un ejercicio de decir “os voy a leer esto a ver qué tal” o “vamos a ver qué encontráis vosotros”. Era como hacer un camino juntos para que ellos llegaran a ser llamados por eso que leía u oían, pero nunca he llegado a poder definirla. Por cierto, hay un poemilla muy curioso que puse un día en Facebook que dice algo así como “¿Qué es poesía?, dijo el poeta y esta vez era verdad: poesía eres tú, le dijo al diccionario de la lengua”. Si no recuerdo mal, es de Ángel González.

Sí, es un poema de Ángel González que la escritora recuerda casi perfectamente de memoria. Casi como cuando recita sus propios textos: la poeta deja caer los versos con una fuerza dulcificada. Ama la palabra, se regocija en ella.

-Y de etiqueta a tópico: ¿es la poesía para minorías? ¿Debe ser para minorías?

-La buena poesía debería poder ser para todos, pero algunas veces el nivel cultural es tan escaso que cualquier referencia que salga un poco del mundo cotidiano mucha gente no la capta. Pero un poema que no tenga referencias culturales así más complejas debería poder ser para todos. Aunque ahí aparece la cuestión de la Vanguardia, la experimentación y, sobre todo, los elementos que se han introducido y que siguen muy vivos en la poesía de carácter surrealista. Antes eso, hay gente que dice “pues yo esto no lo entiendo y como no lo entiendo he renunciado”, pero es una cuestión de hábito también porque a veces los niños pequeños son capaces de hacer frases o leer cosas que te llaman mucho la atención y te hacen pensar en cómo pueden captar o cómo puede surgir de ellos esa imagen y, sin embargo, si luego pierden esa continuidad, si no han seguido leyendo o no han seguido hablando de ese tipo de cosas, hay una atrofia.

Yo creo que la mayoría de gente en España no está preparada para leer poesía, pero es una cuestión puramente educativa, por decirlo así, porque hay muchos poemas nada complicados en el lenguaje y aunque haya imágenes complejas, si uno se ha acostumbrado desde pequeño, no le va a costar.

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-Por tanto, la pregunta se confirma.

-Efectivamente, el público de la poesía es minoritario, y yo creo que hay una razón de índole educativa o cultural grandísima. Claro, hay libros de García Lorca para niños con poemas sencillos, pero de todas formas, algunos de esos poemas que les gustan tanto a los niños no son tan sencillos, y luego los coge un adulto y dice “qué tontería” porque les falta esa base, ese gusto por la poesía.

Incluso hay otro problema durante mucho tiempo ya y es que no se aprende nada de memoria en cuanto a poesía en el colegio. En mis tiempos, por parte de los maestros en primera enseñanza y luego en el instituto, se nos hacía aprender de memoria, y no solo no me parece mal, sino que lo echo de menos. Me parece una lástima que los chiquillos no aprendan cosas como la canción del pirata y yo me la sé todavía. Y romances, ¡la cantidad de romances que yo he aprendido y no me costaba! Los aprendías, en cierto modo, porque te obligaban, pero también era un reto y luego suena bonito. Eso es una pena que se haya perdido. No solamente no se lee poesía, sino que tampoco se oye y como no se oye también cuesta asimilar el ritmo. ¡Y los versos que escribimos sin ritmo ya ni te cuento! Hubo un lector en un grupo de lectura de los que he estado que me decía: “A mí esto no me encaja con que sea poesía; yo si no es rimado…pues no me suena bien”.

-¿Cuándo le atraviesa?

-Aparte de lo que oíamos, del romancero, de canciones populares…, que me gustaban mucho, el primer poema que leí — que me lo leyó mi padre porque yo tendría unos diez años o así, vivíamos todavía en Alicante— fue de Antonio Machado, ese de “girando en torno a la torre ya las golondrinas chillan”, o algo así. Creo que emplea el verbo chillar. Era un poema que no recuerdo si tiene rima o no, pero en todo caso, si tiene rima era muy ligera, y eso me produjo mucho impacto, me produjo mucha impresión. Claro, yo lo tenía por allí guardado, porque mi padre era un fanático de Machado, y me dijo un día “toma, léete esto” y aquello me gustó mucho, así que me dio otras cosas. Inmediatamente me empezó a regalar libros y uno de los primeros autores que leí, aparte de poemas de Machado, fue Juan Ramón Jiménez, pero no sólo la poesía rimada, sino ya en general. Aquello de “tus brazos son más fuertes que el mar“, de Diario de un poeta recién casado… Yo tenía 13 o 14 años cuando lo leí y aquello me gustó tanto que vi que se podía hacer poesía sin rimas, que no pasaba nada, que estaba muy bien. Ahí empecé a escribir.

-Muy joven.

-Sí, empecé a escribir muy jovencilla, en prosa, descripciones. Me acuerdo del maestro de mi padre, yo le conocí e incluso fue una especie de abuelo, era ese tipo de persona capaz de infundir ese gusto por la Literatura, por la Historia… Nos contaba anécdotas e historias sobre la vida de unos y otros, y me regaló mi primera agenda y mi primer diario, con los que yo empecé a escribir. Casi siempre lo hacía sobre cosas del mar, de pescadores, etc… Un día, este hombre me dijo que tenía una prosa mironiana. Y yo pensé que eso tenía que ser bueno (ríe).

Así empecé. Luego llegaron los típicos poemas de adolescente, sobre primeros amores y esos temas, pero, sobre todo, me centraba en cosas sobre paisajes, la primavera… No solo los sentimientos personales, sino observaciones sobre la naturaleza.

Contemplación activa’ sería una buena definición para lo que Aurora Saura trata de hacer con sus poemas. Se sitúa dentro y fuera del mundo, lo observa desde lejos, con una mirada analítica, casi objetiva, y a la vez dentro, manchándose del barro de lo real.

-¿Hay imposibles en su poesía? ¿Mundos a los que no se quiere asomar?

-No me quiero asomar, aunque por una razón que viene de mi educación entre comillas puritana, por ejemplo a los temas escatológicos. Son temas que me desagradan. No me atraen, no me interesan tampoco ni cuando los leo. Eso no quita que pueda reconocer un buen poema que hable de esos temas, pero no me interesan.

Luego hay imágenes sobre pulsiones sexuales o temas similares que surgen pero que, por razones evidentes, no voy a publicar. Hasta ahora, algo muy osado no lo he publicado. Y las razones son esas: familiares, sociales… No es tanto que yo rechace el hablar de eso como que lo estoy escribiendo como por otra parte he escrito siempre, para mí.

Esas son las cosas que rechazo. No tanto lo atrevido eróticamente como el sadismo y las cuestiones escatológicas de las que ya he hablado antes.

-¿Qué lugares comunes son los que pisa en su obra?

-He estado muy obsesionada por el transcurso del tiempo desde que empecé a escribir. De hecho, en algunos escritos de adolescente ya aparece la idea. Somos eso, ser en el tiempo. Alguna vez quisiera evitarlo, pero no tenemos más remedio que sentirnos ahí, en la temporalidad. El enfoque puede ser variado, no siempre tiene que ser triste, pero la idea de que uno no es el mismo casi nunca, que el tiempo te va modificando físicamente pero también en tu dificultad para entender… Siempre me ha interesado plasmar todo eso. Otra cuestión es que no siempre lo que está escrito es lo que más te importa.

Desde que publicara Las Horas en 1986, la poeta ha parido unos cuantos libros. De qué árbol llegó en 1996. Siete años después, Retratos del interior y ya en 2012 Si tocamos la tierra, que fue precedido dos años después por una plaquette de versos mínimos, haikus con sabor al Mar Menor, a las orillas saladas de Cartagena.

-¿Cómo entrega la obra terminada a sus lectores? ¿Con qué expectativas?

-La gente piensa que no escribes hasta que no publicas, pero nosotros sabemos que no es así. Yo no soy una poeta tardía, pero es cierto que publiqué mi primer libro a los 36 años, es decir, no fui precoz para publicar. No pensé nunca en escribir un libro hasta que no empecé a escribir más de seguido, entorno a los años 80. Escribir era algo que hacía para mí, que me gustaba hacer, me ayudaba con otros problemas.

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-¿Cómo comenzó entonces a rondar la idea de ver sus obras en papel?

-Hubo un poema que mandé a un premio del Ministerio de Educación en 1978, le dieron el premio y empecé a pensar que igual no estaba tan mal lo que estaba escribiendo. A partir de ahí mandé dos poemas a la revista Monteagudo, me puse a escribir con mucha continuidad (en dos años escasos escribí un montón de poemas seguidos y casi sobre los mismos temas) y empecé a pensar que podía escribir un libro. Vas repasando poemas, pones uno, quitas otro…, y de ahí fue surgiendo Las horas. Les di los originales a dos o tres personas en las que yo confiaba como Eloy Sánchez Rosillo y algún otro amigo que también escribía. A partir de ahí me animé y presenté el libro a un par de premios. No me dieron ninguno, pero ya lo tenía hecho, así que lo presenté a la editora. Estuvo en allí desde el año 84 y lo publicaron en el 86.

-Y luego vino todo lo demás.

-Entre los tres primeros libros hubo una cierta continuidad de unos cinco años entre cada uno, pero lo que ha pasado con mi tercer y cuarto libro ya es insólito, porque el tercero salió en el año 98 y el cuarto en 2012, en cierto modo porque yo tuve complicaciones de toda índole y porque como nunca me he considerado una escritora profesional, pues no me obligo a escribir.

Yo he ‘perdido’ un tiempo con mi trabajo, no sólo por tomarme en serio las clases y tal, sino también por los centros en los que he estado, a los que me he dedicado en exceso y eso me ha quitado tiempo físico y mental. He asumido ciertos cargos, me he metido en la vida del centro, estaba empeñada en que aquello funcionara de tal manera, en que las cosas salieran bien, que hubiese un funcionamiento democrático… Todo eso me ha llegado a ocupar tanto y en algunos casos lo he pasado tan mal que ya no me podía concentrar y escribía sólo cuando me salía algo, cosas que intentaba retener en la mente hasta que pudiera escribirlas en algún sitio.

Ahora hago esto como ejercicio de memoria, pero en aquellos tiempos es que no podía hacerlo de otra forma: si se te ocurre un poema en un examen, en un claustro o yendo al instituto en coche o lo escribes o no lo escribes porque se te olvida. Por otro lado están los hijos, los padres y los diversos problemas que van surgiendo.

-¿Qué espera que el lector comprenda de usted a partir de sus poemas?

-Pues yo quisiera que no se preocuparan mucho por comprender de mí, que no pensaran en mí, aunque los que me conocen sí que me preguntan si un poema concreto tiene que ver con esto que pasó o con aquel chico. Luego, evidentemente, los lectores pueden ver qué personalidad tengo, qué intereses, y eso está bien. De hecho, hay tertulias donde se pretende conocer al autor realmente, pero a mí lo que me interesaría es que ellos sintieran lo que a mí me ha motivado a escribir ese poema y lo que me ha motivado después a publicarlo y no a guardarlo. Quisiera que sintieran el ‘chispazo’ que hizo despertar el poema.

Además, yo nunca he pensado en los poemas como un todo, mientras que hay autores que quieren que el libro tenga mucha unidad. Me vuelvo a fijar en Ángel González, que decía: “Yo no escribo libros, yo escribo poemas”. A mí me pasa algo así; y luego como no tienes más remedio que sacarlo en un libro si lo quieres dar a conocer, pues vas uniendo lo que tenga más que ver, lo que tenga una tonalidad parecida aunque los temas no lo sean… La idea es que los poemas sean autónomos que, de hecho, es la gran ventaja que tiene la poesía.

-¿A qué se refiere?

-Tú puedes leer un poema y eso que tienes es completo, aunque luego tenga que ver con otro anterior y con otro que viene luego en la misma historia o en la misma época. El poema, si es valioso, tiene que ser autónomo. La idea es que haya ese intento de captar la realidad a través de lo que yo he visto. Volviendo a otro argumento de autoridad, Borges decía: “Yo no busco, encuentro”. Eso que te llama muchas veces no es lo que en ese momento te está interesando más sino lo que de repente te llama y puede ser cualquier cosa y yo quisiera que esa variedad fuera la que captara el lector.

Una vez un tío mío que vino a una lectura de mi libro me dijo que le parecía un libro muy triste, y es verdad que había algunos poemas tristes, pero no todo el libro era triste. Porque no solo escribes cuando estás triste o cuando estás contento, sino cuando estás de cualquier manera. Es cierto que uno tiende más a lamentarse, pero no sólo en la poesía, sino en la propia vida, pero no tengo una visión pesimista de la realidad.

-¿Es una poeta de sueños cumplidos?

-¡Qué va! No. Los sueños importantes nunca se cumplen. Yo creo que siempre tenemos algo que querríamos que no ha salido, ya sea desde el punto de vista literario, personal, profesional… No está mal seguir teniendo sueños y batallar por ellos aunque no se cumplan normalmente. Por eso, mi modelo es Albert Camus en El hombre rebelde, es decir, el hombre no es hombre si no se rebela, si no es capaz de batallar y seguir intentándolo. Es una visión existencial que tiene una parte pesimista pero no es pesimista de manera absoluta, como el mito de Sísifo, si se te cae la piedra hay que volver a por ella y seguir intentándolo. Si no fue así no podrías soportar la vida.

-¿Y si fuese un poema?

Si fuera un poema sería un haiku que me gusta mucho y que leí por primera vez en un libro de Cortázar, que es de Basho, y dice: “Este camino/ ya nadie lo recorre/ salvo el crepúsculo”.

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