Comprendí lo sagrado en tus ojos mirando una guitarra. Si Dios alguna vez ha existido, en tus conciertos estaba ahí, cuando arrodillado ante Javier Mas le cantabas al espacio mínimo que hay entre las cuerdas y la madera barnizada. Un universo concentrado en ese breve espacio, en su sonido mágico.
Contemplabas eso como yo la depresión que desde la nuca hasta la perdición de su espalda hiende el cuerpo de mi mujer mientras me invita a su templo. Es esa misma mirada: la que no espera, la que contempla mientras el mundo se desvanece. Lo sé. Lo sé porque en ocasiones, Leonard, me ha hecho el amor con tu música en la habitación y he sentido miedo de que el mismo Dios irrumpiese para condenarnos por crear algo más elevado que lo que sus manos han construido. Así vivías. Sobre esa visión alejada del ritual de los conciertos, de lo que espera el público. Si lo hacías, si hincabas la rodilla octogenaria en el suelo para rezar junto a los acordes, era, sin duda, porque el misterio estaba ahí. Porque allí se escondía lo sagrado.
En ocasiones imagino que en ese sonido, español porque nace de manos españolas, quedaba algo de ese otro español, aquel gitanillo de Montreal que te enseñó a acariciar las cuerdas antes de suicidarse, y, como en una acción de gracias, de rodillas –porque es la única forma de presentarse ante el creador- honrabas su memoria condenada.
Y hoy ya no estás. Un mensaje de sangre. Un “lo siento” con tu música de fondo –no recuerdo ya ni qué sonaba- me ha despertado. Ayer sí, pero hoy ya no. Y he descubierto, Leonard, que te quiero, que no solo seguía tu obra por placer, que no eres ‘uno más entre otros’. He llorado. Lo he hecho más que por uno de mis abuelos –que murió con una lengua de grietas, del que escuché, hasta su última hora, un trasiego de pequeños ahogamientos- porque contigo hay esa conexión, ese intangible aura de misterio que me conecta al terruño. Un no sé qué por el que siempre he sentido una devoción exacta y un temor leve. Me das sentido, viejo bardo. Me completas, poeta incompleto.
Tal vez en ti, Leonard, estaba el Dios que no encontré, pese a buscarlo durante años en demasiadas cosas. Y quizá por eso atraviesas con agujas aromáticas mi pecho cuando Bird on the wire, Going home, Amen, Diamons in the mine y, ahora, You want it darker me rodean y elevan. Estoy convencido de que por eso tú eres más que otros, porque en ti me reconcilio con un mundo que acostumbro a ver oscuro.
Imagino que has muerto junto a Adam y a Lorca. Que cerca andaban tus nietecillos (¿eran dos?) y que tu sonrisa de monje, que tu sonrisa pícara, que tus labios de valle han cantado un último So long. Estabas preparado, lo dijiste (“I’m ready, my lord”), pero yo no. Hoy te lloro –permítemelo-, pero prometo que mañana volveré a escuchar tu música buscando, en mis ojos, esa luz de lo sagrado.
Hinneni, Leonard. Aquí estoy. Haz en mí tu voluntad.
Gracias por darle sentido al negro.
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