Envejecer era mi abuelo, casi inútil, pegado a una televisión que a gritos le contaba realidades completamente deformadas por los tertulianos de turno. Envejecer era mi abuela, de negro, entregándome las joyas de mi abuelo: «Ahora son tuyas», dijo. Envejecer era despertar cada día temiendo ser ya otro: un olvido, la sombra de la enfermedad, la muerte.
O tal vez no. Tal vez envejecer sea otra cosa. Es lo que quiere reflejar El método Kominsky, una ficción de Netflix protagonizada por Michael Douglas y Alan Arkin que indaga en esa otra vida que se abre cuando el cuerpo empieza a declinar y se le ven ya las orejas a la parca.
Desde un tono cercano a veces al humor negro, El método presenta, a lo largo de dos temporadas, la vida de estos amigos que en la última etapa de sus vidas deben apoyarse, controlarse y animarse el uno al otro. La serie no trata más que de reflexionar sobre esas aspiraciones, deseos y traumas que rodean cualquier vida, pero que parecen acentuarse todavía más en la vejez, cuando ya casi todo está cumplido y poco queda hacer salvo asumir la derrota.
Douglas y Arkin interpretan a Sandy Kominsky y Norman Newlander; el primero es un actor venido a menos que se resigna a aceptar ser un intérprete mediocre e insiste en vivir una existencia ajena al paso del tiempo. Norman es, de algún modo, su antítesis: un exitoso agente de actores que, ya anciano y tras perder el amor de su vida, afirma que ya ha llegado el momento de lanzarse al vacío.
Lejos de tener un tono pesimista o un cariz demasiado existencialista, Chuck Lorre, el creador de la serie, ha conseguido abordar todos estos asuntos desde un prisma divertido, con el que cada capítulo se convierte en un bocado agridulce de plena vida.
Aunque la serie va perdiendo fuelle, sobre todo a lo largo de la segunda temporada, ver cómo esos dos maestros de la actuación intercambian diálogos inteligentes ante la cámara ya basta para echarle un vistazo a la serie: el descreimiento del personaje de Arkin combina a la perfección con el mundo de gominola creado por Kominsky, que se niega a asumir la realidad: que está viejo, que es un actor olvidado y que poco más le queda, más allá de disfrutar de un asqueroso brebaje que le gusta tomar en el bar de siempre, con su amigo, mientras hablan sobre disfunción eréctil, incontinencia, desmemoria y muerte.
Deja una respuesta