La crítica y el tráiler de Drácula hacían intuir que la miniserie de Netflix estrenada el pasado 1 de enero era algo distinto a la estética ‘pop-adolescente’ de la muchas de sus ficciones: la serie basada en el vampiro más famoso de la Historia prometía humor negro, erotismo y una visión actualizada y muy original del clásico creado por Bram Stoker.
De hecho, la crítica profesional invitó a disfrutar de estos tres capítulos con afirmaciones como «un manjar sangriento que te deja con ganas de más» —Lucy Mangan en The Guardian— o «estamos ante un espectáculo digno de ser analizado, discutido, estudiado» —Álvaro Cuenca en Espacio Milenio—.
Y sí, el primer capítulo de esta serie protagonizada por Claes Bang y Dolly Wells parece responder a las buena recepción de la crítica: se adivina un cierto rigor por mantener la esencia de la novela de Stoker a la vez que se introducen elementos interesantes como el hecho de que Van Helsing sea una mujer o la arrolladora y casi adictiva personalidad del conde.
Sin embargo, todo eso queda en un bluf según se va desarrollando la trama, que va perdiendo fuerza minuto a minuto hasta desembocar en un final que casi da vergüenza ajena.
No todo ha de ser sangre
Poco rastro hay en el metraje del erotismo que prometían algunas de las promos y que sí está en otras adaptaciones. Por el contrario, la ficción creada por Mark Gattis y Steven Moffat va sobrada de sangre y escenas que rozan el gore, algo que hace que por lo menos los 90 minutos de cada capítulo no sean un completo desperdicio.
Aunque no todo ha de ser sangre, sí que se agradecen las escenas más sórdidas en el segundo de los tres capítulos, que narra el viaje en barco de Drácula y que se convierte en un cluedo original y convierte el segundo capítulo en el más entretenidoçe de los tres —ojo, que a partir de aquí se dan algunos detalles más concretos de la trama—.
Lo peor del segundo capítulo es que desemboca en el tercero, y que es, en opinión de muchos espectadores de la serie, un completo despropósito. Los 90 últimos minutos de la serie están dedicados a un Drácula que vive en la contemporaneidad y que trata de adaptarse a un mundo que en el principio le es ajeno y al que debe ir acostumbrándose gracias a los conocimientos que adquiere de la sangre de sus víctimas.
Aquí es donde más se acerca la intención de los creadores de la serie al gran éxito logrado con la adaptación de las novelas de Arthur Conan Doyle, ese Sherlock protagonizado por Benedict Cumberbatch que también actualiza, revisa y reescribe las aventuras del detective londinense.
Sin embargo, todo lo que en Sherlock son aciertos, en Drácula son grandes errores que convierten al vampiro en una caricatura cuya historia se descabalga minuto a minuto. Es una de esas ocasiones en las que se toca algo para empeorarlo, pese a vestirlo con el traje de la transgresión y la originalidad.
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