Enfrentarse a Mesario, de Rosa Campos, es ponerse, en primer lugar, ante una obra de arte. El primer volumen de la colección “siembrarte”, se presenta al público con una sobrecubierta que contiene, en cada uno de los 100 ejemplares numerados de la tirada, una obra pictórica original de la autora.
Con un mismo motivo central, cada uno de los libros del centenar que han salido al mercado es único, la escritora y pintora ha dejado, ya en esa cubierta, parte de sí. Dos figuras, una femenina y otra masculina, colmadas de motivos naturales, sirven como antecedente de la historia que contienen las páginas de Mesario.
Ernesto es un despojado, un paria, un vagabundo con unas migas de pan en el bolsillo. La primera noche de un año cualquiera tropieza, literalmente, con Milagros, otra compañera del vacío, de la nada. Ese encuentro sirve a Campos para narrar el devenir de un año, mes a mes, para los dos protagonistas.
365 días en los que Ernesto y Milagros aprenden a conocerse, entre ellos y a sí mismos, a descorrer el velo de lo cotidiano y descubrir qué es lo que verdaderamente importa. Una historia que se cierra antes de que el siguiente calendario presida los despachos y las concinas del mundo.
Rosa Campos ha creado un relato sencillo. Sin buscar la excelencia literaria, ofrece un texto coherente con la historia, ágil y con tintes poéticos en algunas escenas. Especialmente brillantes son las descripciones de sus dos protagonistas, a los que muestra completamente desnudos sin tener que dar, apenas, más de 3 o 4 pistas sobre ellos. Mesario no es un relato revolucionario, no es una obra literaria sin precedentes. Mesario es la propia vida, y con eso basta. Porque, a veces, es mejor desterrar el estilo elevado en beneficio de la historia que se narra.
En línea con la obra poética de Rosa Campos, que parece hablarle al mundo desde la inocencia y, a la vez, con las certezas absolutas que poseen los que tienen el privilegio de peinar sus canas, Mesario es un relato del pulso social, del mundo y para el mundo.
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