Una vez más acierta de pleno el premio Adonáis en su 73º Edición. Los días eternos es el título del poemario de la andaluza María Elena Higueruelo (Torredonjimeno, 1994), un libro que aborda el tiempo, que es pasado, presente y futuro; las intermitencias y dudas del amor, el dolor injustificado que azota la conciencia y el temor por un futuro que, en muchos casos, no será.
Acompañada por el mito platónico de la Caverna —le sirve como puerta de entrada a cada una de las cuatro partes en las que divide el libro— Higueruelo busca en las yagas de la existencia para demostrar la existencia misma, ese más allá de las sombras en el que muchos quedamos atrapados cada día.
Los días eternos (@PremioAdonais, @EdicionesRialp), de @eleruelo es un poemario que aporta más significaciones e interrogantes a los ya 'trillados' temas universales de la poesía. Clic para tuitearLa exploración en un lenguaje que difumina sus límites, el ritmo de la métrica heredado de los clásicos y la constante fuente de la propia reflexión hace de Los días eternos un poemario que aporta más significaciones e interrogantes a los ya ‘trillados’ temas universales de la poesía, pese a que la autora crea, y así lo escribe, que «durante siglos muchos hombres / y mujeres mejor que yo han hablado» de ello.
Un dolor ¿tramposo?

Sobrevuela todo el poemario una sensación de no ser digna de escribir sobre algunas experiencias que de algún modo resultan ajenas a la poeta. Es interesante: ¿hasta qué punto este dolor que siento es mío? ¿Qué me legitima a escribir sobre ello? Quizá es una de las dudas más razonables e interesantes de cuantas se plantean en Los días eternos, y que se concreta en poemas como BIOGRAFÍA CERO:
NINGÚN mal aquejó mi vida hasta la fecha;
no hubo guerras que asolaran la niñez,
ni en el hogar hambre o carencia.
No hubo epidemias, crueldad, ni sangre;
asomó siempre el amor en cada gesto,
sobrio, como al ternura en cada palabra.
No hubo tragedias naturales:
no arrolló el viento, no se abrió la tierra,
no clavó el agua en nuestra casa sus fauces.
No hubo traumas infantiles; por lo menos
no hubo a quien culpar de nada
—la inocencia es un apéndice
que el tiempo se encarga de herir—.
De dónde entonces la tristeza,
me pregunto, provenía si no acaso
del pecado precoz de buscar
antes de que madurase el día
el remoto origen de las cosas:
la descendencia de los hijos de Adán,
o ser el sueño de un gigante,
o integrar la ficción en la vida
y padecer en la carne tierna
la pena que nadie entiende, sufrir
en baja voz del culpable el castigo,
o llorar indefensa la pérdida
en alta mar del objeto sagrado.
Pagar deben los hijos de Occidente
con el desprecio de los hermanos
del padre la custodia; sea
esa la deuda y este el legado:
una soledad inexplicable e inmensa
que se traduce en la misma cosa
que la guerra en aquel ángel:
el mismo miedo difuso,
la misma ira repentina,
las mismas imprevisibles
y verdaderas ganas de llorar.
Hola, Daniel,
Te felicito por el blog, es muy interesante.
Tengo un par de peticiones que hacerte; me gustaría, si pudieras, que precisaras alguna afirmación como «la exploración en un lenguaje que difumina sus límites», pues, al menos en el poema que copias, no aprecio esa exploración (he de reconocer que el poemario todavía no tuve acceso a leerlo y es posible que te refieras al conjunto y no al poema concreto); así como «el ritmo de la métrica heredado de los clásicos», pues según puedo constatar en el poema transcrito, no es la métrica lo más destacable de estos versos (más bien prosaicos, a pesar de cierta imaginería de la tradición bíblica). Me encantaría que me aclarases estas dudas que me surgieron al leer el artículo.
No me gustaría que tomaras estas peticiones como un ataque o algo así, pues están escritas sin la más mínima sombra de acritud o mala intención, de otro modo, no me molestaría en escribir en tu blog, por el cual, reitero mis felicitaciones.
¡Saludos cordiales!
Hola, Manu.
Disculpa la demora en mi respuesta. Gracias por pasarte por aquí y escribir: para nada me lo tomo mal, sino al contrario.
Intento aclararte un poco lo que me pides:
Efectivamente, sobre todo hacia la segunda parte del libro, María Elena introduce algunos poemas en los que juega con el lenguaje, explora los ‘juegos de palabras’ e incluso su sonido, además de hacer que algunas de ellas ‘crucen el espejo’. No te desvelo más por si lo lees.
Respecto al tema de los clásicos, tal vez se trate de una afirmación poco clara por mi parte: más allá del hecho de que la poeta utilice o no métrica, quiero referirme al hecho de que conoce a los autores clásicos, como demuestra a lo largo del libro, y en su forma de escribir se nota esa ‘herencia’ de los que han leído.
Un abrazo.