Hay libros de poemas cuyos versos están tan pegados a la realidad que podrían perfectamente sustituir a los papeles periódicos. Detallan la vida a modo de diario, definen al hombre de hoy, subrayan sus miserias y reconocen sus miedos.
Como Los días hábiles, de Carlos Catena Cózar, un breve poemario en el que el trabajo se convierte en la palanca capaz de mover el mundo, pero para desestabilizarlo. El poeta ha escrito un libro en el que ningún texto tiene título, mayúsculas o puntuación porque la existencia de los que somos jóvenes y solo conocemos el precariado es así: un día repite al anterior mientras esperamos que el Milagro llame a nuestra puerta.
Las ocho horas de la jornada laboral son las protagonistas de este libro que sabe al frío de un país lejano, al miedo de estar lejos de la familia, al horror de comprobar cómo otros nos han obligado a desperdiciar lo que nuestros antepasados había preparado para nuestra vida feliz.
Los días hábiles, que logró el XXXIV Premio de poesía Hiperión, es un libro de hielo que se pega a las manos y se lee en las madrugadas, cuando hace frío y hay que conjurar el miedo.
No sé explicar un país ni tampoco una patria
pero pienso en la oferta de trabajo de esta mañana
la disposición a dejar mi vida en el extranjero
por un contrato temporal de seiscientos euros
o aquel accidente de bici hace unos años
cómo se me encogió el estómago con el apelativo torero
que mi primo escribió para desearme mejoría.
Después de ocho horas de trabajo, dedicas varias a mirar la vida en la pantalla
Víctor Peña Dacosta también se ha despegado la piel de la realidad para mirarla desde fuera y escribir Obsolescencia programada. El libro, publicado por RIL Editores, es mucho más guerrero que el anterior: Peña Dacosta sitúa al lector ante la careta de las redes sociales, el compromiso sociopolítico y los excesos.
La primera parte del libro se empeña en romper los filtros de Instagram, los estados de Facebook y las frases intensas de Twitter: la red social como el enemigo que todos abrazamos. El poeta critica a golpe de verso la vida impostada tras la pantalla, el falso tono preocupado que mostramos por gente que no conocemos, el alivio que supone contactar con alguien que realmente no importa. Es brillante y estremecedor.
Hay un poema, titulado POSVERDAD, que sirve muy bien para entender el tono, la forma y el fondo de lo que Víctor Peña quiere contar en Obsolescencia programada:
Todos los años mueren treinta hombres
asesinados por sus mujeres.
Pero eso no se cuenta, claro.
Porque no interesa.
Miles de judíos no fueron
a trabajar el 11-S.
Las farmacéuticas frenan
la distribución de curas y vacunas
para enfermedades varias.
El descubridor del TDAH
confesó en su lecho de muerte
que, en realidad, esa enfermedad
no existía.
Algún día se sabrá quién estuvo
detrás de los atentados de Atocha
y la verdad no va a gustar a nadie.
Las vacunas pueden provocar autismo.
La familia Clinton participa
en rituales satánicos que incluyen
sacrificios humanos y pederastia.
El caso Alcásser fue solo la punta
del iceberg de una trama de sadismo
dirigida por altas esferas políticas.
Todo esto es falso salvo alguna cosa.
Lo interesante del libro de Peña Dacosta es cómo el lector se va dando cuenta de la trampa en la que vive (en ella vivimos casi todos) en este mundo de redes sociales, hiperconexión y mensajes optimistas y vacíos.
Un libro francamente útil para mirarse después al espejo y enfrentarse, como nunca desde hace mucho, mucho tiempo, a un yo que casi nos resulta desconocido.
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