Autorretrato imposible en una hora que no existe

Paco Agrado tiene pulsos de compás flamenco. Los ojos hondos donde grita un niño. Las manos, con la disciplina libre de una bailarina antes de ejecutar el último salto, siempre en el vértigo.

Se aleja el mago de las cartas. Se te sienta enfrente y a horcajadas, doma la silla y el silencio. Entonces, llama a la lágrima y a la risa, sacude el misterio tan solo con palabras y poemas.

Y te promete un viaje que rompe el tiempo: a las siempre en punto del último domingo de marzo.

Entonces, los segundos se detienen.

Entonces, el cosmos se concentra en la punta candente de una vara de incienso.

Entonces, las cartas como horas que atraviesan la materia.

Entonces, un abrazo que conecta y enseña, que te abre transparente hasta casi las entrañas.

Entonces, Lavand y Homero Manzi. El rojo atardecer rojo en los cristales de Nueva York, la valiente soberbia de un joven que se ha tragado el mundo, una oscuridad de la que solo salva Ella…

Imágenes extraídas de las redes sociales del artista

La suya es una mirada que le roba a Borges laberintos, cronopios a Cortázar, ironías a un Ulises ‘pop’ que, a punto de llegar a Ítaca, mira hacia atrás y sopesa regresar al inicio de su viaje, someterse una vez más a la aventura de lo incierto.

El último domingo de marzo. Así ha llamado el ilusionista extremeño a su espectáculo, una sesión de magia donde lo importante para él es definirse, buscar, junto con el público, una ilusión perfecta que va más allá de cartas que se transforman o que se adivinan: mirarse al espejo y ver lo ha quedado allí después de los naufragios y los paraísos.

La palabra es, en esta sesión dirigida por Raúl Alfonso, el verdadero sostén del prodigio. El mago se desembaraza de la presión, del ritmo del ‘chan ta ta ta chan’, para escribirse limpio en ficciones y realidades. Sin olvidar un ensueño va creciendo en cada juego, en cada parlamento, en cada mutis que el mago regala a lo largo de su espectáculo.

Sus escrupulosas manos van construyendo asombros mientras dibujan una escultura transparente: autorretrato imposible de sí mismo. Allí, matérica y en el aire ante el público. Para que tú, espectador, comprendas, entiendas que es un hombre traspasado por la herida, cosido y recosido, obsesionado, hasta las 3.30 de la mañana, cada noche, cada noche, con atrapar un pájaro de fuego entre los dedos.

Verlo allí: ante las negras telas de la Grada Mágica, con los ojos en otro lugar y en otro tiempo, haciendo de la magia un universo. Esa especie de milagro del que ya jamás despertaré.

Hablemos sobre edición y literatura

SUSCRÍBETE A MI BOLETÍN Y RECIBE INFORMACIÓN SOBRE LA CORRECCIÓN Y LA EDICIÓN DE LIBROS Y LA LITERATURA.

¡No hacemos spam! Lee nuestra política de privacidad para obtener más información.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *