Consumir de modo habitual medios culturales, online y en papel, hace que uno no se sorprenda de los ciclos por los que los medios pasan cada año. El verano, por aquello de las vacaciones de unos y de otros (las fuentes y los informadores, se entiende) suele ser la época en la que las cabeceras abren su espacio a contenidos más o menos periodísticos y allí, casi sin percibirlo, se colocan las famosas listas. En el verano hay listas para todo: libros más leídos y libros por leer, citas imprescindibles, las 10 playas con encanto…
Hete aquí que estas famosas listas son el mejor balcón que encuentran los que firman el texto para “colar” sus elevados conocimientos sobre literatura, geografía o vete tú a saber qué cosas que la vida enseña. Precisamente el pasado domingo leía una columna en una importante cabecera online nacional en la que el periodista trataba de desmigar aquellos “libros imprescindibles para el verano”. La cosa empezó bien: un par de novelas firmadas por Vargas Llosa y Marías con su correspondiente comentario. Moco de pavo, por cierto.
Sin embargo, el largo texto acababa derivando en una especie de listado infinito de nombres y novelas de un nivel cultural erudito, casi inaccesible. ¡Ojo! No seré yo quien invite a la lectura de literatura fácil, casi apoyo la totalidad de sus recomendaciones. Más bien desagradaba el modo en el que el autor redactó su columna, en la que daba a entender que él tonto no era, que estaba muy leído y que podría mantener una tertulia con Goytisolo, Dante y Punset todo en uno. ¡Con dos…libros!
Quizá sea que el columnista perdió el norte. O que estuvo poco fino aquel día. O quizá es que pertenezca a esa élite que solo puede hablar en castellano antiguo y disfruta cuando no se le entiende. Realmente, lo que hace falta es que los medios no se alejen de su función divulgativa y dejen de caer en el error de dar rienda suelta a los ególatras relamidos que solo se miran el ombligo y sus lustrosas bibliotecas.