Manuel Machado.

Cuatro poemas de Manuel Machado

Manuel Machado Ruiz (29 de agosto de 1874 – 19 de enero de 1947) es uno de los más importantes representantes del Modernismo en España. Su obra es el resultado de la unión de sus deseos cosmopolitas combinados con una profunda querencia por los motivos populares de la Andalucía de su época.

Según explican M. Ruiza, T. Fernández y E. Tamaro, «dio sus primeros pasos literarios en la revista La Caricatura, fundada y dirigida por Enrique Parada, con quien colaboró en los poemarios Tristes y alegres (1894), y Etcétera (1895). Tras conocer a Rubén Darío, a quien consideró su maestro a partir de entonces, la estética modernista penetró profundamente en sus concepciones poéticas, forjadas también en el simbolismo francés finisecular».

Quizá un poco olvidado por los lectores frente a la obra de su hermano Antonio Machado, Manuel se vinculó con el régimen fascista, causa por la que, defienden los historiadores, logró el sillón en la RAE: «En 1938, se lo designó miembro de la Real Academia Española, luego de dedicarle poemas al General Franco. Esto le valió a Manuel el reconocimiento y el salvoconducto para poder vivir dentro de un régimen que exterminó y arrojó al exilio a tantos poetas».

Por ello, el nombre de Manuel Machado ha quedado relegado a las sombras, pese a ser un poeta interesante, gran conocedor del pasado flamenco de su tierra, que incorporó en su obra a través de estrofas de coplas, seguidillas y soleares.

Manuel Machado.

Cuatro poemas de Manuel Machado

Música di camera

Ya galantes no más y delicados
madrigales haré -para las flores
y las mujeres-, sobrios de colores
y vagamente estilizados.

Pintaré la preciosa
gota de sangre, roja como guinda,
en el pétalo rosa del dedo de Luscinda,
al coger una rosa.

O diré los alegros
(silenciosos y ardientes)
de las niñas de los ojos,
de las niñas de los ojos negros…
Y charlaré como las fuentes…

Consuelo,
tu nombre me sabía
igual que un caramelo.

¡Qué pobre
soy desde que me falta
el oro de tu pelo!…

Tus ojos
azules no me miran,
y para mí no hay cielo…

¡Consuelo!

Puente Genil

De celeste y blanco
viste el pueblecillo…,
de blanco y celeste.

Y el viejo a lo noble,
joven a lo alegre,
con sus dos colores
de blanco y celeste.

De árabe pasado
su sabor no pierde,
pero es hace siglos
cristiano ferviente…
Ora, ríe, canta,
de blanco y celeste.

En él no hay más negro
que ojos de mujeres
y rizos de ébano
sobré blancas sienes.
Lo demás, hermanos,
es blanco y celeste.

Viva luz lo inunda,
y, cuando al Poniente
llega el sol, perfuma
el aire… Y parece
como que un cariño
flota en el ambiente.

Lleno de poesía
y de pena alegre,
dejad me que llore,
que cante y que rece…,
porque aquí las horas
no sé lo que tienen,
que invaden el alma
de blanco y celeste.

Verano

Frutales
cargados.
Dorados
trigales…

Cristales
ahumados.
Quemados
jarales…

Umbría
sequía,
solano…

Paleta
completa:
verano.

El jardín negro

Es noche. La inmensa
palabra es silencio…
Hay entre los árboles
un grave misterio…
El sonido duerme,
el color se ha muerto.
La fuente está loca,
y mudo está el eco.

¿Te acuerdas?… En vano
quisimos saberlo…
¡Qué raro! ¡Qué oscuro!
¡Aún crispa mis nervios,
pasando ahora mismo
tan sólo el recuerdo,
como si rozado
me hubiera un momento
el ala peluda
de horrible murciélago!…
Ven, ¡mi amada!  Inclina
tu frente en mi pecho;
cerremos los ojos;
no oigamos, callemos…
¡Como dos chiquillos
que tiemblan de miedo!

La luna aparece,
las nubes rompiendo…
La luna y la estatua
se dan un gran beso.


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