Las manos de Juan Gallego Benot (Sevilla, 1997) huelen a sándalo, a incienso. Y están tibias. Con ellas ha escrito un libro hermoso en el que el amor se convierte en el centro: Oración en el huerto (Hiperión, II Premio de Poesía Joven Tino Barriuso).
Una voz poética que roza a Dios desde la piel, que construye el erotismo en letanías. Y, con ella, poemas sonoros y quietos. Se quedan resonando en cada hueco.
Cuatro poemas de Juan Gallego Benot
V
Eres un verdor tranquillo de una lluvia
anaranjada entre las nubes, que la calma,
eres como un pájaro –sombra desde el cielo–
tú siempre retornando amigo amor amigo mío
verdad tranquila entre mis ojos
recuerdo mío sueño de mí
ahora que por fin te reconfortan mis poemas
y mi voz se te hace dulce como un niño
ahora amor tú eres mi llanura eres una
risa en aquel bar lleno de flores
ahítas de verano
y eres mi calor profundo desde el cielo.
Y me dices que se acerca presuroso,
ardiente si tú quieres y desnudo;
yo preparo una fogata por si ajena
la luna se destiñe de mirarnos
y necesitas una luz o una escalera.
Yo aquí estoy amor dormido
entre el resquicio de bondad que permanece
atado entre tu vientre y la vereda.
VIII
Amor, pregúntame esta tarde. Sabré aprehender
tus palabras con mi alma de carne y de miseria;
amor, desgráname en tus labios con los párpados;
amor, derrama el cántaro en el rincón tranquilo,
viértete en la hondura de mi abierto mimbre:
el agua que te ofrezco está desnuda en mi garganta.
XVII
Si pudiera darte un hijo
con tus ojos y mis manos
no sería más cercano en este sitio
que este joven rostro moreno
tan solo en un rubor aún desconocido.
Sus dedos no asirían la vida
con tanto amor como este ser
tan lleno de nosotros;
¿serán sus ojos caña verde o rama dorada?
¿Tendrá su frente el brillo del trigo?
¿Recibirá la herencia del carbón nocturno?
¿Podrá mi hijo alcanzar los árboles
con su brazo fuerte?
¿Sabrán sus manos a la luz santa del río,
hablará la lengua de los ardientes leones?
Será su milagro un ruiseñor tranquilo,
su voz será la esperanza de la tierra.
Sabrá amar,
sabrá decir que es amado.
XXVIII
Llegué a ti por los caminos oscuros,
perdí la huella del cayado y avancé
por las más peligrosas cañadas.
Estaba intranquilo y te busqué
con rabia de mil hombres,
perseguí tu sombra y confundí
tu rostro con la luz del sol sobre la arena.
Bebí tu vinagre y pisé tu huerto infértil,
avancé dormido por tu ribera oculta;
desbrocé la yerta urdimbre del vestido,
desnudé mi cuerpo fatigado de caricias.
Y ahora la mar, dormida al frente,
y el leve escozor de todas las raíces.
He visto tu llanto de esperarme:
estoy cortado en ti, y por tus manos
vertido.
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Foto de portada: Pablo Caldera