Cuatro poemas de Gustavo Adolfo Bécquer

Gustavo Adolfo Bécquer (Sevilla, 17 de febrero de 1836 – Madrid, 22 de diciembre de 1870) fue un poeta y narrador español enmarcado dentro del movimiento posromanticista. Su libro más destacado, Rimas y leyendas, lo ha encumbrado como uno de los grandes escritores de la historia del país.

Personaje peculiar, «todo su mundo estará regido por un sinfín de oposiciones. Desde su postura política conservadora salpicada de ideas progresistas y filantrópicas, hasta la alternancia de períodos de máxima actividad y sabia pereza, pasando por un gusto musical que fluctúa entre la ópera y las seguidillas flamencas», según se registra en la biografía de la biblioteca virtual Miguel de Cervantes.

En cuanto a su obra, «desde muy joven realiza ejercicios de creación literaria terminando o empezando obras incompletas, componiendo poemas o planificando futuras piezas teatrales». Todo ello desemboca en una obra muy celebrada todavía hoy, más de un siglo después de su muerte.

«Como en otros grandes románticos europeos», explica la fundación Juan March, «en su obra se descubren elementos que provienen en un sentido amplio de lo mejor de la tradición occidental —clásicos griegos y latinos, Dante, Shakespeare, Cervantes o Calderón— junto con otros que provienen de las indagaciones en las tradiciones germánicas o en el orientalismo. La modernidad de Bécquer reside en su pertenencia a esta tradición múltiple y universal en la que se inserta con naturalidad gracias a una portentosa capacidad de escritura».

Cuatro poemas de Gustavo Adolfo Bécquer

Rima XXV

Cuando en la noche te envuelven
Las alas de tul del sueño
y tus tendidas pestañas
semejan arcos de ébano,
por escuchar los latidos
de tu corazón inquieto
y reclinar tu dormida
cabeza sobre mi pecho,
¡diera, alma mía,
cuanto poseo,
la luz, el aire
y el pensamiento!
Cuando se clavan tus ojos
en un invisible objeto
y tus labios iluminan
de una sonrisa el reflejo,
por leer sobre tu frente
el callado pensamiento
que pasa como la nube
del mar sobre el ancho espejo,
¡diera, alma mía,
cuanto deseo,
la fama, el oro,
la gloria, el genio!
Cuando enmudece tu lengua
y se apresura tu aliento,
y tus mejillas se encienden
y entornas tus ojos negros,
por ver entre sus pestañas
brillar con húmedo fuego
la ardiente chispa que brota
del volcán de los deseos,
diera, alma mía,
por cuanto espero,
la fe, el espíritu,
la tierra, el cielo.

Rima LXVII

¡Qué hermoso es ver el día
coronado de fuego levantarse,
y a su beso de lumbre
brillar las olas y encenderse el aire!
¡Qué hermoso es tras la lluvia
del triste Otoño en la azulada tarde,
de las húmedas flores
el perfume aspirar hasta saciarse!
¡Qué hermoso es cuando en copos
la blanca nieve silenciosa cae,
de las inquietas llamas
ver las rojizas lenguas agitarse!
¡Qué hermoso es cuando hay sueño
dormir bien… y roncar como un sochantre…
y comer… y engordar… ¡y qué fortuna
que esto sólo no baste!

Rima XCI

Podrá nublarse el sol eternamente;
Podrá secarse en un instante el mar;
Podrá romperse el eje de la tierra
Como un débil cristal.
¡todo sucederá! Podrá la muerte
Cubrirme con su fúnebre crespón;
Pero jamás en mí podrá apagarse
La llama de tu amor.

Rima II

Yo me he asomado a las profundas simas
de la tierra y del cielo,
y les he visto el fin o con los ojos
o con el pensamiento.
Mas ¡ay! de un corazón llegué al abismo
y me incliné un momento,
y mi alma y mis ojos se turbaron:
¡Tan hondo era y tan negro!

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