Fantasmas que abrazan

La figura de Ramón Mayrata me ha fascinado desde la adolescencia. El mago que no toca la baraja, el poeta que habla de escamoteos, el escritor viajero, el orador perenne; así lo presentaban quienes pusieron en mi cabeza la idea de encontrar un libro, Una duda de Alicia, un brevísimo poemario escrito en 1990 del que me aprendí, de memoria, unos versos que me han acompañado desde entonces:

Dirige tu mano hacia una esquina
de la mesa. Como si fueras a coger
el mechero.
Nadie se fijará en el resto
de tu cuerpo.
Sólo existirá tu mano,
pues los hombres tan solo perciben
las acciones finales, jamás los pasos
intermedios.
Yo he coordinado
todas mis acciones hacia un único
fin: el de no existir. Tal es
mi secreto.
Ni siquiera mi mano,
ni un dedo, ni una de mis uñas
puedes percibir. Pero yo puedo
darte fuego. Pues estoy aquí,
contigo, en esta misma habitación,
empuñando tu propio mechero.

Años después, pude romper el mito: el en Café Gijón, Mayrata me convocó. Entonces su historia, la de una fascinante vida que ha acabado con su leve joroba septuagenaria sobre papeles antiguos que hablan de hechizos y supercherías. Porque, entre otras muchísimas cosas, Ramón ha dedicado su vida a investigar en el pasado más remoto de la magia ilusionista.

De ese café, además de un encuentro hermoso, me llevé Fantasmagorías (La Felguera Editores), un libro enciclopédico en el que el poeta y guionista de televisión y radio repasa la Historia de la Humanidad con la mirada del ilusionista, de aquel que busca caminar entre la realidad y la ficción, entre la evidencia y lo etéreo, entre lo necesario y lo deseable.

Se centra Mayrata en el espectáculo de la Fantasmagoría, un ingenio que, a través de la técnica de la proyección, fue capaz de mantener el aliento de los más ilustrados y poderosos con las apariciones de fantasmas y seres de otro mundo.

Con un estilo que oscila entre el relato decimonónimo, la lectura académica, la información técnica y el más bello de los cuentos, Mayrata escribe este fascinante libro de cabecera que ha estado durante meses en mi mesita de noche. Al conjuro de su palabra, capítulo a capítulo, escena a escena, he construido junto a él esta historia de Dioses, Genios, Magos y Demonios.

Colgando del vacío

Leer Ventajas de estar en la ruina, de Emilio Losada, es quedarse colgando del vacío. Versos con olor a noche, a despedida y rotura. Se lee el poemario, que ganó el Premio Andaluz de Poesía Villa de Peligros en 2014, en un rato. Y uno pudiera pensar que es solo eso: una lectura.

Pero, en realidad, el poeta ejecuta un plan de ataque, te pone el cuchillo de la inseguridad en la garganta y susurra algo que te hace pensar que, pronto, todo tu castillo en el aire se desmoronará y estarás en el infierno. Calle, olor a sexo seco, alcohol… Son las ¿ventajas? de estar en la ruina. Placer y osadía desde la portada.

Esta noche recuperará a sus amigos

Esta noche recuperará a sus amigos.

Le volverán a llover los cumplidos, como no hace tanto;
protagonizará el desfile unisex de amor incondicional
ante la puerta del amplio baño de las chicas;
todo será desparpajo y adhesión, besos y arrumacos,
palmadas en la espalda y traviesa risa de niños,
y seguro que la chica del sueño aparecerá de repente
y se le volverá a poner tierna antes de esfumarse a la francesa.

Esta noche recuperará a sus amigos.
Esta noche tiene cocaína.

Una del oeste

Le pregunté a la librera:
¿Dónde está la poesía?

Unos segundos de incertidumbre
y las carcajadas se nos empezaron a caer de la boca.

El placer de leer periodismo

A México. Allí nos lleva el número 2 de la ¿extinta? revista de Negratinta con una nueva entrega que vino a confirmar lo que ya apuntó en su primera publicación y en la web: que estos chicos saben hacer periodismo.

Dirigida por Hamed Enoichi  y Pablo Sierra del Sol Negratinta es, sin lugar a dudas, lección obligatoria en las aulas de periodismo. Desde la deliciosa maquetación hasta la importancia y calidad de las firmas, todo es una invitación a vivir con pasión este oficio.

Y si el número 1 ya fue una declaración de amor al periodismo, este segundo, que pone la mirada en la «convulsa tierra» de México -en palabras de Juan Villoro, extraídas del prólogo de la revista- viene a confirmar que el oficio de informar es una apuesta vital, que es necesario, imprescindible, y que los que, de un modo u otro, tenemos o hemos tenido la suerte de ejercerlo, somos unos afortunados -pese a todo.

Exquisita es la entrevista con la que Pablo Sierra nos descubre a la fotógrafa Silvia Grav, una reflexión sobre el yo y el silencio, sobre los límites del cuerpo, la música, la creatividad… Puro néctar. Javier Molina, ya dentro del dossier sobre México, presenta un relato bolañesco de Sergio González Rodríguez, un experimento narrativo del que sale muy bien parado y que airea la casa frente a los periódicos de pirámide invertida; también lo hace así Nuria Ribas, que repasa la vida del Nobel Bob Dylan.

Más de cien páginas de absoluto disfrute.

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