Narrar la muerte

Disculpe que no me levante es un testamento que demuestra que hay otras formas de enfrentarse a la muerte y, por supuesto, ayuda a no desear la vida eterna.

La muerte cada instante de la vida. Pese al ruido, al rápido devenir del mundo, a las prisas… la muerte sigue allí, recordando a cada ser humano que el fin puede estar allí, a la vuelta de la próxima esquina. Sin embargo, las distintas sociedades experimentan la muerte, el óbito, desde una perspectiva diferenciada. La madrileña editorial Demipage ha puesto la mirada en Hispanoamérica para poner sobre el papel sus experiencias con la muerte.

Autores que participan en la antología.
Autores que participan en la antología.

Veinte escritores hispanoamericanos de hoy han volcado en Disculpe que no me levante relatos de distintas naturalezas con un denominador común: la muerte como protagonista o eje de las historias. El humor, el drama tratado desde un tono poético y metafórico, el miedo y lo místico se entrelazan para ofrecer al lector múltiples visiones de un mismo hecho. Porque la muerte, al cabo, origina sentimientos dispares y puede ser tratada desde diferentes ópticas. Los relatos se suceden, muerto tras muerto, poniendo ante el lector un abanico variado: que la muerte sea la protagonista no hace que las historias se asemejen entre ellas. Al contrario, desde el realismo más sórdido hasta las distopías futuristas, todo confluye y tiene cabida en el libro.

Algunos textos destacan entre la veintena de relatos que, si bien mantienen un grado considerable de atractivo en la mayoría de los casos, rompen, en un par de ocasiones, la cohesión del proyecto. De absoluta elegancia es ‘El viejo muerto’, en el que Selva Almada muestra cómo en la infancia el fallecimiento de una persona cercana se mira con ojos de extrañeza. Un precioso texto que deja entrever características propias de la producción literaria latina: “Niño Valor y yo nos pusimos en puntas de pie y nos agarramos al borde del féretro con sumo cuidado, temerosos de que el menor movimiento fuese a derramar la muerte y nos salpicase los zapatos nuevos,(…) las ropas de cumpleaños”, escribe la autora argentina en los prolegómenos de su historia.

Almada introduce esa mirada infantil, que prioriza lo cercano, que desfigura (o no) las prioridades al admitir que “la muerte de un hombre parecía no cambiar nada, sin embargo la muerte de un perro lo cambiaba todo”.

El trabajo de los veinte escritores demuestra cómo la muerte es vista en Hispanoamérica: la vida es un bien aprovechable, sal a la calle y vive, parecen gritar la mayoría de los relatos. Es un ejercicio de dulcificar el dolor sin eliminar el drama, naturalizarlo sin convertirlo en un chiste. Disculpe que no me levante es un testamento que demuestra que hay otras formas de sentarse frente a la muerte, que no tiene por qué ser un trauma insalvable y, por supuesto, ayuda a no desear la vida eterna. Afortunadamente.


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