No, en contra de lo que el título puede suscitar al lector, Follándome la vida, jodiendo la muerte, el poemario del actor y escritor murciano Carlos del Moral, no es un libro solo para pervertidos e hipersexuados. Al contrario, se trata de una colección de poemas en los que el autor trata de equilibrar el gusto por la estética canalla, por el ácido lisérgico, con la profundidad de las preguntas universales (quién soy, hacia dónde va el mundo…).
Desde ese lenguaje cercano a la calle, al día a día, alejado de lo excelso y del culturalismo, del Moral va desbrozando su imaginario: la necesidad de gritar su gusto por el sexo, su pequeñez y el miedo a existir, el dolor por un mundo oscuro y la desidia ante el futuro.
Si bien en algunos momentos puede parecer que el autor recurre a un lenguaje que podría calificarse como soez para llamar la atención del público y provocar la sensación de incomodidad y morbo que se crea todavía ante palabras como follar o chocho, tras un ejercicio de integrar ese lenguaje a la normalidad de la página, el lector puede descubrir piezas de un alto sentido simbólico: Antes de ti,/casi no tenía boca,/y parecía que al hablar/se me juntaban/las tormentas/en la lengua, dice en “Incubado en tu boca”, y añade que antes de ti,/imaginaba que yo/no llegaría al mismo/centro de mí,/nunca me conocería.
El poemario a veces carece de ritmo y otras desciende vertiginoso hacia lo más hondo de las pasiones, y eso es, tal vez, porque el contenido es más relevante que el continente para Carlos. Los versos se gestan bajo el sudor de unas sábanas sucias de esperma, en ese momento en el que el hombre, saciado de erotismo, comienza a preguntarse sobre el sentido de todo.
Carlos del Moral apunta certero en esas ocasiones y escribe piezas de reflexión, casi desde un nihilismo positivista en el que, consciente de la desafección del mundo por todo, busca los anclajes que le permitan entender la sociedad, la vida, y los valores que cree defender. En este sentido, el escritor lanza una serie de aforismos en “Errático por las calles, mi cobardía me arrincona (Aforismos sin conclusión exacta, en un sufismo replicante)”: Saber valorar el corazón,/antes que el bolsillo, Desear todo/pero quedarte/con lo poco que te gusta y Recordar lo que te hizo daño,/y tropezar con la misma piedra,/ que el dolor pasado, ahora/ es un trozo de gomaespuma.
Follándome la vida, jodiendo la muerte interesa porque bajo la capa de vísceras se puede encontrar al hombre desnudo ante el espejo. El vulnerable Carlos, el reflexivo Carlos, que no deja de preguntarse sobre la vida y la nada. Y quizá en esa vía, en la de las preguntas honestas, debería seguir del Moral explorando. Sin abandonar el tono canalla, pero tratando de no traspasar la frontera entre la palabra exacta y la provocación gratuita.
Cuando Carlos del Moral apunta certero (Te lo digo para que lo sepas,/me ando mucho por las ramas,/a veces hablo mucho y otras/callo demasiado/(…)/A solas, me gustará mirarte cuando menos te lo esperes,/y en el momento en que duermas masturbarme/mientras te miro), logra que el lenguaje sea una herramienta, que cada palabra represente, en el plano mental, lo que quiere decir de la manera más precisa.
Un poemario que deja al lector con ganas de profundizar en esa puntería del autor, una puntería que le lleva a decir las cosas como son y que no trata de esconder el mensaje en un código imposible. Carlos del Moral es dueño de una pluma directa, un aguijón que rompe el pecho en busca del alma de los lectores, que no deja de preguntar los porqués más inmediatos.
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