Las voces que el catálogo de la editorial Liliputienses ha traído desde el otro lado del océano a España, de mano de José María Cumbreño, es heterogéneo, diverso, extraño. El editor pone ‘deberes’ a los lectores en cada libro: enfrenta a los hijos de unas tradiciones muy asumidas a espacios experimentales, nuevas propuesta que en ocasiones cuesta comprender, que se sienten ajenas.
Pese a ello —o precisamente por ello— la mayor parte de los títulos de este proyecto no restan un ápice de dignidad e interés a la palabra POESÍA. Por más alejada que sea la estética o la propuesta de autores como Los KFGC, Juan Romero Vinueza o María Florencia Rúa (entre muchos, muchos otros), lo cierto es que hay poesía, trabajo serio, mirada de interés.
Y en eso reside el atractivo del sello: descubre nuevos mundos, te pone bajo la lengua una píldora alucinógena, te enfrenta la sinestesia, habla de otras mitologías distintas a la tuya…
Una vez más lo hace Cumbreño con Cuaderno de verano, un título propio en esta ocasión, publicado en 2019, y en el que el autor ironiza sobre su profesión, la de docente. El autor plantea al lector una serie de ejercicios prácticos a modo de aquellos Vacaciones Santillana que, llenos de juegos y acertijos, tenían como objetivo que el alumno no olvidara lo aprendido durante el curso entre las horas de piscina y playa.
Esa es también la intención de José María Cumbreño, que prescinde del verso para plantear poemas visuales en los que recuerda algunas lecciones importantes. A saber: que no somos más que carne corrupta; que los políticos son el insecto más desagradable que se puede encontrar bajo una roca, que la sociedad es injusta y que los poetas son una especie demasiado venenosa como para acariciar los lomos de sus libros.
Una de las virtudes de esta propuesta es que, aunque al principio desmonta completamente a quien abre el libro, conforme se van pasando las páginas, el lector cae en la dinámica que ofrece Cumbreño: no es poesía, sino una invitación a que quien tenga Cuaderno de verano en la mesita de noche construya la poesía con los enunciados que él propone.
Valga un ejemplo:
Cumbreño pone al lector/alumno a trabajar desde la primera página del libro. Le obliga a posicionarse entre ‘los cerdos pintados de azul y los cerdos pintados de rojo’, a decidir si se es el que dispara al ‘friki’ —ese patito feo que nadie elige para su equipo de fútbol en el recreo— o si realmente se es ese torpe pato, corriendo para huir del disparo del balón prisionero… Todas las lecciones se enfocan en un sentido: el de criticar un sistema social injusto en el que todos somos parte del problema.
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