Alberto Chessa. Rotundo, con el peso de las incertidumbres, roto a veces. Es como si el poeta caminara por una cuerda floja. Estuvo el murciano en el ciclo Mursiya Poética, que organiza el colectivo iletrados. Y fue un germinar de interrogantes: la edad, el peso del futuro, recuerdos más bien vagos de un ayer que se marchó a un rincón de la memoria y, eso sí, algo de música.
El Café Zalacaín estuvo lleno. Era viernes por la noche, pero estuvo lleno. Lo que no será ayer, la plaquette de inéditos y viejos poemas, que Alberto Chessa leyó casi por completo acompañado por las melodías del Chulo Bohemio, palpitaba.
En el origen, un tango:
Ayer me dieron la noticia:
Quieres ser madre y por tu cuenta.
Nada mejor de lo que yo te diga
Sera mejor que enhorabuena.
Enhorabuena, pues, te digo,
Aunque con un regusto a lágrima.
Pensarme padre de tu hijo
Ayuda poco a pasar página.
Y desde allí, poemas mezclados con reflexiones de herida. Porque Alberto Chessa es un maestro del ritmo, de la oralidad. Habla como quien escribe, redondeando cada afirmación, que parece nacida del reposo, de lo largamente reflexionado. Una vez más: la edad, sus hijas, el futuro, la situación social o el pasado en una Murcia que apenas reconoce en el ahora desfilaron entre sus dientes y hasta el público, que celebró a Chessa.
MIEDO Y DIOS
La manera que tenía mi abuela de dirigirse a Dios…
Ojos al infinito, mentón en ángulo de sombra, manos
en cruz sobre el regazo, a la vez que aventaba en aire
con la mecedora.
Cuánto pesaba su cuerpo cada día más enjuto, su
sonrisa feraz en tiempos, y hoy (aquel hoy) silueta de
la noche, el cubilete del parchís que ya sólo agitaba
como se agita un incensario. (Cuánto pesó su cuerpo
inerte cuando hubo que embolsar con diligencia el
cascajo de Díaz Alcaraz, Concepción).
La manera que tenía mi abuela de caminar con
miedo… Cada paso un derrumbe, una amenaza cada
vertical, el pánico a morirse sonando en cada pie,
como sonaban las monedas en el bolsillo holgado
de su bata. El vértigo a quedarse sola, no aquí, en el
otro lado, donde su Dios pudiera desamarla, no salir
a su encuentro, dejar que se perdiera, que acabase
llegando al borde del silencio; ella, que había sido tan
gran conversadora.
La manera que tenía mi abuela de conversar con
Dios y con el miedo… Y sobre todo esa manera
de reblagar las sílabas para adversar todo lo que en su
vida no era luz, rescoldo, acabamiento, el peor final
de todos los finales, que es el que no termina de venir
y acaso empiece nada,
cuando de pronto, sin venir mucha o a cuento, tomaba
aire, impulso, fuerza, y expelía: …¡Pero Señor
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