Calor. Hogar de leña. Una cabeza descansando en el pecho de la madre. Y también fuerza, inteligencia, honestidad frente a la literatura. Es Dionisia García (Fuente Álamo, 1929) una poeta valiente, que comenzó a publicar cuando se sintió verdaderamente preparada, cumplidos ya los cuarenta años. El tiempo es relativo cuando se manejan versos que tienen la naturaleza de lo eterno.
Su casa es la de un escritor. Un pasillo largo desemboca en un estudio forrado de libros. Desde los clásicos hasta la opera prima más reciente se acumulan en los elegantes anaqueles de su biblioteca. También los recuerdos: fotografías, pequeños objetos, recortes… Es un testamento vital en apenas unos metros cuadrados. Sobre la mesa aguarda un café templado, un plato de bombones y La apuesta, su último libro (Premio Barcarola, Nausícaä, Albacete 2016).
– ¿Por qué apuesta Dionisia García?
-Siempre pienso que explicar lo inefable es casi imposible y que, cuando lo hacemos, lo que terminamos haciendo es literatura, pero diré que, cuando apuestas, no sólo te arriesgas a perder, sino que también en el hecho de apostar hay una esperanza. En cualquier apuesta de la vida está esa esperanza de que la apuesta se puede ganar, que no vas a perder.
-Y eso se ha materializado en este libro.
-Este libro sigue el mundo de Señales (su libro anterior). Ese libro trata de un humanismo, que traducido sería la preocupación por la persona, por el hombre o la mujer. Indaga en el porqué de muchas verdades, de muchas incógnitas que trato de desentrañar. Esa intención continúa también en La apuesta, aunque yo diría que el tema central de este libro es la trascendencia, el tener una mirada intensa hacia uno mismo y dilucidar por qué estamos aquí, por qué ocurren las cosas que ocurren. Es una especie de diálogo con Dios, por qué no lo vamos a decir.
-Dios vive dentro de sus poemas.
-Sí. Está Dios, ese ser supremo. A mí me decía un médico agnóstico, que después dio un giro para el cristianismo, que el ser humano es tan perfecto que solo un ser superior a él ha podido crearlo. Es cierto: en mis poemas está Dios, pero creo que cada uno elige su Dios. En ese sentido, soy ecuménica, aunque haya elegido estar en un sitio. Soy creyente y practicante con muchas dudas. Parece una contradicción, pero es así. En una entrevista que me hizo hace mucho tiempo Pascual García decía esto mismo.
La trascendencia está ahí, ya lo decían los antiguos. Y no es posible que seamos electricidad solamente. Yo apuesto por eso que quiero creer totalmente. Con mis dudas, con mis cosas, pero ahí estoy.
-¿Quién es Dios?
-Para unos, Dios es una cosa, y para otros, otra. En mi caso, el diálogo es con el Dios cristiano. Y, aunque no debería decirlo, apuesto por ello porque generalmente apostamos por cosas muy banales. Lo digo en Aún a oscuras, que es un libro que sigue la misma traza que La apuesta: estamos aquí la hora de la siesta, y nada más. Y, sin embargo, no nos atrevemos muchas veces a apostar por ese después, por ese otro lado.
-Sin embargo, es usted muy vitalista, luminosa, contemplativa.
-Es que el mundo es muy hermoso. Y yo no sé si lo valoramos.
-En este libro, el tiempo se sitúa como un protagonista principal.
-Siempre se ha dicho que el tiempo está mucho en mi poesía, y eso es cierto. Tengo un concepto sobre el tiempo desde hace algunos años: el tiempo no se mueve, somos nosotros los que vamos pasando. Pero también está la naturaleza, que nos abriga y nos consuela; aparece el otro, ese otro al que se refería Machado cuando nos instaba a no olvidaros del él. Muchas veces pasamos por un lado, sin prestar atención al otro. Es algo que me preocupa y está dentro de esa poesía humanista.
-Poemas como un mar en calma en un libro en el que, de repente, aparece una tormenta que hace que todo se desmorone.
-Es posible que transmita eso. La apuesta es un libro de búsqueda. Y en la búsqueda hay desamparo, y también insistencia: porque no es tan fácil la respuesta. Hay un poema último, en el que yo me despido de las cosas, de los objetos, de los amigos… de todas las cosas. Ahí digo: “de ti no me despido”. Ahí está mi mundo trascendente, humanista. Yo siempre he tenido la vivencia de los objetos, de los lugares por donde he ido pasando…, pero mi obra siempre se ha centrado en esas preocupaciones. Todos mis poemas tienen un núcleo común, un mundo.
-¿Es una acción de gracias?
-En la vida, lo adverso se alterna con los momentos de luz. En el libro hay mucha luz y es que siempre se tiende a ir hacia la luz. Hay momentos determinados en que la luz desaparece y en otros momentos nos encontramos ante un verdadero resplandor. Lo consuetudinario, lo de todos los días, de repente se eleva, se engrandece, y yo no sé por qué ocurre eso, por qué en un momento determinado de pasividad o tristeza de repente viene la luz. No lo sé. Sé muy poco de lo que hago.
–La apuesta ha sido premiado por un jurado en el que han estado nada menos que Marcos Ricardo Barnatán, Luis Alberto de Cuenca y Antonio Colinas. Grandes autores que, a la vez, son amigos suyos.
-Sí, los conozco, los conozco a todos. Yo ni siquiera sabía que iba a ser premiada. Este libro no ha sido escrito de un tirón, ni mucho menos. Los poemas que tenían la misma atmósfera iban quedando en una misma carpeta, y otros que no tenían nada que ver, en otras. Un poeta que me gusta mencionar, Cano Pato, me decía: “Se escriben poemas, no libros”, cuando yo empezaba a publicar. Así lo pienso: escribo poemas y luego ellos se agavillan –que es una palabra rural que me gusta utilizar-.
-Después de ustedes, de su generación y las inmediatamente posteriores, ¿Quedarán poetas?
– Nietzche decía que la sociedad necesita de poetas como el cielo la noche oscura de estrellas. Y ahí están los poetas. Se dice muchas veces que si la poesía de ahora… No, no, no. La poesía está, y está en la misma medida en la que estaba antes. El poeta sigue existiendo. Incluso, yo diría que para los poetas jóvenes hay más lugar, porque hay más medios. Eso, por otro lado, implica que hay más peligros: el pensamiento, la reflexión, es necesario para el poema. Y no se puede escribir sobre lo inmediato, hay que escribir de lo lejano, de lo que se ha vivido hace muchísimo tiempo. Es en ese recuerdo que permanece y que regresa para convertirse en una nueva realidad donde está el poema, porque a veces esa realidad es más hermosa que la vivida.
-Explíquese.
-Por ejemplo: la infancia la vivimos, la juventud la vivimos y, realmente, lo que queda de todo eso es un poso que nosotros engrandecemos al escribir.
–¿Y esa realidad sigue siendo hermosa aunque no se escriba?
A veces viene, a veces no viene. Otras, pasa mucho tiempo antes de que llegue el poema… También hay que romper mucho, aunque a mí me cueste mucho. Y hay que volver a lo hecho, dejarlo en un cajón y después regresar para ver qué ha pasado. Seguramente necesites volver a hacer ese poema, rectificarlo.
-Es usted una de las grandes espadas de la poesía en Murcia junto a Álvarez, Sánchez Rosillo y Soren Peñalver, ¿cree que en el futuro se alcanzará una significación similar de la poesía de Murcia?
-Yo creo que pueden surgir. Hay otras generaciones nuevas que habría que mirar con detenimiento. Yo apoyo y corrijo todo lo que puedo, aunque ya creo que me voy a retirar porque no me queda tiempo. Y es que no puedo evitarlo, no soy capaz de decir que no y dejar de ayudar. Esto no tiene mérito: debe venirme de algún antepasado. Puedo decir que sí hay esperanza.
Pese a ser natural de Albacete, la intelectualidad murciana reclama a Dionisia García como una poeta de la tierra. La escritora ha vivido pegada al río Segura prácticamente toda la vida. Su moreno es el del sol de Murcia y de la contemplación de la ciudad, de su existencia en ella, nace parte de su obra.
-¿Qué supone Murcia para usted?
-Me parece una ciudad fantástica donde lo puedes hacer todo al paso. Y aunque sea decir lo que todo el mundo, la gente es acogedora. Es una ciudad grata, armoniosa. El imafronte de la catedral es una belleza incalculable. Ocurre lo que debe pasar con el Arte: un golpe fuerte que de alguna manera te levante.
Yo no me levanto todas las mañanas de buen humor, pero no dejo que me invada ni la nostalgia ni el hecho de estar viviendo la penúltima etapa de mi vida. No lo dejo. Tengo un aforismo, que no recuerdo muy bien, que dice algo así como: “Al despertarme aplaudo porque me encuentro con la vida”. Tengo la vida, y tengo más de lo que me pertenece. Y mucho más, desde luego, que mucha de la gente que me preocupa.
-¿Ha sabido apreciar toda la belleza del mundo?
-Toda no. Es como la felicidad. Yo pienso que la felicidad no existe, sino que lo que vivimos son momentos fugaces de felicidad, que a veces se prologan más y otras menos. Lo mismo ocurre con la luz, con la belleza. En el comienzo del libro, san Agustín de Hipona dice que el hombre no es capaz de llegar a toda la verdad. Así lo pienso. La pena es que la vida sea tan corta y nos impida seguir acumulando esas vivencias.
-En usted hay recuerdo, mirada atrás.
-Yo he vivido muchos mundos. Soy una niña de la guerra y he tenido que vivir esas desazones y controversias de unas personas con otras. Tenía siete años. Dicen que a los nueve eres ya todo lo que vas a ser el resto de tu vida y yo tengo todo eso muy vivo. Son mis fantasmas, aunque tengo que aparcarlo. Me centro en vivir esto que nos toca ahora y que es tan fugaz.
Ahora intento despojarme de cosas banales sin las que antes no podía vivir. Hace muchísimos años que no entro en este mundo del consumo que tanto tiempo nos roba. No critico el consumo ni la gente que quiere consumir, pero yo estoy un poco apartada del mundo real, pero no dejo de mirar a las personas, cómo se mueven… todo. Miro con amor el mundo que me rodea y que me ha tocado vivir en la última etapa.
-Respecto a esa última etapa… dice en un poema: “quiero que me ayudes a ser en el último tramo”. ¿Quién es usted hoy?
-Es un ser que quiere vivir con lo justo: con sus libros y con sus buenos amigos. Para mí, los afectos, tanto de amistad como familiares, tienen la máxima importancia. Más que nada, incluso que lo escrito. Y yo amo lo que hago desde hace cuarenta años (se refiere a la escritura). Ahora quiero centrarme en mis cosas: en escribir y en leer. Sobre todo en leer. Hay tanto que leer… ¡Y leo periódicos, pese a todo! Cada día miro tres: La Opinión, El País y La Verdad. Y luego quito el telediario. Porque creo que siempre me lo van a decir mejor con la letra.
Dice esto último con una sonrisa pícara, como una niña juguetona que llega más tarde de la cuenta a casa y ya espera los gritos de su madre. En el fondo, pese a la gravedad de sus gestos, Dionisia es un ser amigable, dulce. La conversación se transforma en el cauce de un río tranquilo. A veces, bellos álamos dejan caer sus hojas.
-¿Por qué la poesía, Dionisia? ¿Qué le ha dado?
-Me ha dado, fundamentalmente, muchos amigos, que eso ya es importante. Y luego, el placer de escribir que, como he dicho anteriormente, creo que es un acto de amor. Y también una moral. En esto que digo tenemos que tener cuidado: no es una cosa para tomársela a la ligera, sino para centrarte y ver qué es lo que estás haciendo, porque lo que estás haciendo lo vas a depositar en la mesa del mundo. A lo mejor no llega a nadie, pero es posible que llegue a alguien, por lo que tiene que tener la dignidad que se merece.
-Es una escritora tardía, quizá por ello le resulte más fácil reconocerse en sus primeros versos.
-Lo que me pasa es que empiezo a corregir (ríe). Del libro primero hay poemas que he salvado y otros que he desechado, pero sí es cierto que me reconozco en lo que he podido hacer. Jaime Ferrán, un gran poeta que vive en Estados Unidos, me decía: “Dionisia, los primeros libros hay que darlos para que se reediten”. Yo he tenido dos propuestas de editar el primer libro y las he rechazado.
-¿Por qué?
-Quizá no está bien por mi parte, porque como decía este amigo se tiene que ver todo el proceso. Soy bastante exigente en la crítica conmigo misma. Pienso, como se dice muchas veces, el mejor poema está por salir
Lo primero que escribí fue una obra de teatro que no conservo y, luego, unos poemas dulzones en la adolescencia. Todo eso se ha extinguido completamente. Después, en mi deambular por el mundo, en los pueblos por los que pasábamos Salvador y yo hacíamos lecturas poéticas, teatro hablado… Él fue mi primer maestro, dice que vio algo en mí, que tenía que seguir publicando.
-¿Cuando surgen entonces los primeros poemas dignos?
-Los primeros poemas que yo consideré que tenían cierta dignidad se publicaron en el Urogallo y en algunas revistas.
-Ahí ya era una verdadera poeta.
-Esa palabra, poeta, siempre me ha asustado. ¿Por qué razón? Porque creo que uno o una es poeta en el momento de escritura, cuando sale el poema, en ese instante que es como una revelación. Después el siguiente poema puede no venir nunca o seguir viniendo.
Hay días que yo me siento ahí (señala a la derecha de donde está sentada. Su estudio es un sueño de maderas nobles con años acumulados. Una mesa ordenada de un modo meticuloso situada junto a un gran ventanal. La vida que ocurre fuera se cuela por los cristales) y me levanto sin haber hecho nada. ¿He perdido el tiempo? No, simplemente en ese momento no podía escribir.
-¿Y qué es lo que le lleva, cumplidos los cuarenta, a recomenzar de nuevo, a escribir y, sobre todo, a publicar?
-Hubo otro maestro para mí. Lo veía en la universidad y sabía que era de los últimos cursos. Había leído algo mío y, en un momento determinado, me dijo que podía venir algunas tardes a seguir viendo qué hacía porque le parecía interesante. Era Miguel Espinosa. Él me apoyo en la palabra, no en el poema. Me apoyó en las ideas, que eso también es importante.
-Conocer a Espinosa marcó su biografía.
-Nos sentábamos justo en este salón y, con una palabra, podíamos pasarnos toda una tarde.
-¿Cómo con una palabra?
-Sí, con la acepción de una palabra. Discutíamos sobre qué significaba, cuándo estaba bien usada y cuándo no… Todo eso nos llevaba horas y horas. Sobre el uso del lenguaje, del buen lenguaje.
Debe ser que las vivencias se le agolpan en la garganta y en la cabeza, porque la poeta calla por unos segundos. Quizá esté imaginando a Espinosa, sentado frente a ella, charlando tarde tras tarde. Vuelve.
Recuerdo que le enseñé un relato y me preguntó que de dónde lo había sacado. Y yo no lo sabía. Ese relato está en Antiguo y mate.
-Es cierto: también los relatos forman parte de su obra.
-Es que hay veces que no puedes expresarte con el poema. El poema requiere un estado de ánimo y otro modo de estar. El relato era para mí lo más inmediato en aquella época. Y fíjate, después de los dos libros de relatos Antiguo y Mate y Imaginaciones y olvidos, escribí un libro que se llama Correo interior. Ahí estaba la infancia, mi infancia, esa niñez lejana. Hace poco me pidieron desde una editorial la segunda parte de Correo interior, que está en marcha, pero no tiene la elocuencia de la infancia. Es una biografía novelada.
Es que cada momento ha requerido unas herramientas diferentes.
-Pero sobre todo, usted se reconoce poeta.
-No, eso es algo que me da igual. Yo no he pronunciado, refiriéndome a mí, la palabra poeta. Ya digo que uno es poeta mientras escribe. Puede ser que la concepción de otro sobre ti sea que eres poeta, pero no debe ser algo personal. Cuando uno ya tiene escritos varios poemas, puede situarse en algún sitio, pero que no se le vea mucho. Lo importante es que ha sabido expresar lo que ha querido expresar. Goethe lo decía también: “Yo sé lo que quiero decir, pero nada de lo que digo”.
-Volvamos a Espinosa. ¿Qué le debe Murcia a este autor?
-Creo que le debe mucho y que Miguel saldrá, en un momento determinado, por derecho propio. No sé el tiempo, los años o las décadas, pero Miguel Espinosa era un creador de una gran talla. No hay duda.
-¿No está en el lugar que se merece?
-En este momento, no. Pero sí estará, porque él creó escuela. Ahí están sus amigos, su gente, que nunca lo van a olvidar. Y, sobre todas las cosas, ahí están sus obras.
-Y a usted, ¿qué le debe el mundo de la literatura?
-No lo sé. Yo solo he escrito en una etapa larga de mi vida y lo he dejado ahí por si puede interesar. Si alguno de mis versos es aceptado, yo me doy por contenta.
-¿A qué autores acude cuando quiere reconciliarse consigo misma?
-Yo soy, en eso, muy heterogénea. Leo mucho de todo. Y no dejo los clásicos: a Horacio lo leo y lo releo. Leo también mucha poesía actual porque me la mandan. Y siempre contesto. ¡Y ojo! No quiero que te lleves de aquí una sensación de bondadosa, porque tengo mucho genio endiablado.
Justo al referirse a su genio se incorpora del sillón para coger el plato de bombones que ha dispuesto sobre la mesita del estudio y ofrecer los dulces. Es esa la misma generosidad espontánea con la que aconseja a jóvenes poetas y escritores. Lo hace así, sin esperar nada a cambio, con el único objetivo de que las páginas impresas solo alberguen digna literatura.
-¿Qué le pide al futuro?
-No creo en la posteridad si no se trata de autores muy grandes. Borges decía que ser notable o ser excelente es ser olvidado un poco después. Ahora, en este mundo tan poblado y con tanta diversidad es todavía más difícil que ocurra lo que decía Borges. Y ya veremos, porque a lo mejor la poesía no interesa, quién sabe. Pero yo soy optimista.
-¿Sí?
-Sí. A mí la poesía me ayuda a vivir. Y hay otra cosa que también me da alas y es que yo, con un poquito de reconocimiento tengo bastante, no preciso más. Eso lo decían los griegos, no me lo he inventado yo.
-¿Mira a los ojos a la muerte?
-Yo me voy acostumbrando a esa idea. Y creo que es lo que hay que hacer. Somos así: finitos. Y no hay miedo. Se me va quitando.
-¿A qué cosas teme?
-Tengo miedo al sufrimiento de las personas que quiero, más que al propio. Ahí entran mis hijos, mis amigos y aquellas personas a las que admiro y quiero. Y, como reminiscencia de ser una niña de la guerra, le tengo miedo a la barbarie. Tengo la barbarie en el último recuerdo. Creo que las cosas se pueden hacer de otras formas, sin agresividad.
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