Ricardo Marín no olvida el día en que, en 1963, introdujo unas monedas en el tocadiscos de La Troya, en la calle San Sebastián, y pulsó la tecla que activaba el Twist and Shout de los Beatles. Recuerda, este por aquel entonces forofo de Elvis Presley, que al escuchar los primeros acordes del tema de los de Liverpool, solo pudo pensar: “Esto es el no va más”. Fue el inicio de una aventura que lo llevó a él, a su hermano Alfredo y a Manolo Contreras, a ver a la banda más famosa de la historia de la música en directo. Afirman ser los únicos ciezanos que se desplazaron a la capital nacional a corear las letras de Lennon, McCarney, Harrison y Starr. Era el 2 de julio de 1965.
Los hermanos Marín cuentan que acudir al concierto fue casi una casualidad: “Un día pasé por el Sotanillo antes de ir a casa a comer y, ojeando el ABC, vi que venían los Beatles un mes después. Se lo dije a Manolo Contreras y a mi hermano, juntamos el dinero necesario y así empezó nuestra odisea de ir a ver a los Beatles”, explica Ricardo.
Y es que los este trío, que poco después formó la mítica banda ciezana Los Jaguars, siempre fueron unos adelantados musicalmente hablando. Se declaran Beatlemaníacos: se dejaron melena, vestían con traje y botines y escucharon sus discos horas y horas. En la década de los sesenta les resultaba difícil encontrar música moderna. “En Ritmo, en Murcia, se compraban los discos, pero en Cieza éramos cuatro gatos”, afirma Alfredo. Y así crecieron, entre LPs de los Rollings, los Beatles o los Animales, entre otros, cultivando la pasión por una forma de hacer música casi desconocida en España.
Ricardo reconoce el importante peso que tuvieron los Beatles en la formación y la razón de ser de “Los Jaguar”. “Hemos llegado a comprar los micros y los instrumentos que llevaban ellos”, apostilla Alfredo, entre risas.
Ser “melenudos”, vestir a la última moda británica y escuchar estos grupos fue difícil en el inicio: “En el pueblo, hasta la gente de nuestra edad nos llamaba de todo”. Un hecho que cambió a finales de la década: “Cuando fueron un fenómeno de masas, ¡todo el mundo decía seguirlos desde el principio! Pero eso no era así, al principio éramos una minoría”, cuentan.
Sobre la desaparición de su grupo favorito explican que era algo que “se veía venir”. Los verdaderos seguidores, como ellos, leían revistas como Musical Express, importadas desde Barcelona, en las que ya se vaticinaba el cercano final de los autores de Let It Be.
Pero el fin del grupo no es el fin de su pasión. Toda la vida han seguido leyendo biografías, empapándose de las historias, los mitos y las leyendas que rodean a los 4 de Liverpool. Para ellos no ha habido nada mejor, “aunque ha habido grupos muy buenos. La diferencia era que los Beatles hacían canciones como churros y el 99,9% era muy buena, el resto de grupos solo tenían algunas cosas”.
Y es que la música ha tenido un papel protagonista en sus vidas: “Ayuda a vivir la vida de otra manera. Hemos tenido un punto de apoyo importante en la música. Hemos echado más horas a la música que hemos vivido. Es una droga que no hace daño”, reconocen.
El día del concierto
Califican la jornada de Madrid como rara: menores de edad los tres, tuvieron que andar escondiéndose de la policía y, una vez dentro de la zona, observar que el aforo no quedaba, ni mucho menos, completo. Sin conocer casi la capital, solo Ricardo había estado antes, llegaron a pasar la noche incluso en la estación de Atocha.
“Recuerdo muy bien que vimos a los Beatles como os estoy viendo a vosotros”, dice Ricardo de repente, “lo que pasa es que no te lo acabas de creer: tres chavales de pueblo que se van a Madrid a ver a los Beatles”. Sobre el concierto, ambos están de acuerdo que en fue una gran fiesta, muchos grupos precedieron a las grandes estrellas de Liverpool. Pese a los fallos de sonido propios de la época, los hermanos Marín no dudan en afirmar que lo que vivieron fue algo insuperable. Sentados casi en el pasillo, vieron pasar junto a ellos a sus 4 ídolos. “Incluso”, reconoce divertido Alfredo, “le di con un melocotón a uno de ellos. Aunque debe quedar claro que no fue a mala leche”.
La plaza de toros de la capital, aquel 2 de julio, aunque no llenó todas las localidades, sí que estaba poblada por grandes conocedores de la música. Una fiesta que estos tres forofos guardan en su memoria con orgullo, pese a que tuvieron que gastar sus ahorros, esconderse de la policía y dormir en la sala de espera de la estación de tren de una ciudad desconocida. Una hora después de mi primera pregunta, sobre esta aventura única, les propongo un juego: Si mañana mismo anunciaran un nuevo concierto de los Beatles en Madrid, ¿Qué harían?
No me dejan acabar la pregunta: “¡Anda! Si lo hicimos antes, cuando no teníamos edad, cuando no teníamos dinero, ¿No lo haríamos ahora?”.
Y, seguro que, cuando en el escenario comenzaran los primeros acordes de Twist and Shout, Ricardo y su hermano, junto con Manolo Contreras, iniciarían un viaje de 50 años al pasado, a ese garito local donde, por primera vez, escucharon el veneno de la música de los Beatles.
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