Ser Quijote, ser palabra

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Porque el público ya no le exige nada. O tal vez nunca lo haya hecho. Su presencia escénica es enorme: sale, sonríe, payasea bajo los toques sobrios de un flamenco de taberna… Y habla. No necesita más Rafael Álvarez, ‘El Brujo’, para que uno, espectador aficionado a su trayectoria, salga satisfecho de gastar unos cuantos euros para sentarse en las incómodas butacas del murciano Teatro Romea -¿qué tamaño tenían las gentes hace siglo y medio? ¿Tanto hemos crecido?-. 

Una rosa, blanca, era el verbo en el principio del espectáculo, Los misterios del Quijoteun paseo diluido por la obra de Cervantes. El Brujo, que hace reales las cosas porque las nombra, toma de aquí y de allí y juega entre lo más elevado y el entretenimiento más ligero para, en el fondo, hablar de una única verdad que va más allá de las chanzas, de la denuncia política y del propio Quijote y de Cervantes: la relación del hombre con el mundo que crea a través de la palabra. 

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Como Miguel de Cervantes se inventa una vida a través de la locura, El Brujo utiliza la palabra para inventar emociones, para provocar una erupción en el espectador. Lo hace en Los misterior del Quijote con interrogantes que comienzan con el propio origen de la obra. De ahí, a otros capítulos -la creación de Dulcinea, la escena de la princesa de Micomicona o la liberación de los presos encadenados-que pretenden no solo entretener, sino mover a la reflexión.


La ausencia de elementos en escena -una mesa con escasos instrumentos, un libro y, al fondo, lucernas colgadas del techo- permiten que el juego del teatro sea completo. Exige la imaginación del público desde el minuto cero cuando, invitado por el propio actor/personaje, enhebrando Quijotes y Sanchos, espadas y lanzas, enemigos y bellas ‘mujeres del partido’. Y lo logra; aunque sus continuas entradas y salidas en los distintos personajes pudieran parecer desconcertantes, hacer entrar al público en la historia. Ayuda a ello la luz, perfectamente elegida, trabajada con inteligencia, sutil, exacta. Y quizá no tanto la música, demasiado rotunda en ocasiones y que llega a impedir la escucha precisa de la locución del actor.

Los misterios del Quijote es otra conferencia dramatizada, una oportunidad para mirar hacia dentro desde fuera. Y de la mano de El Brujo resulta sencillo, acaso divertido. Gracias, juglar.

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