“…Una chistera muestra su interior al respetable. de repente, la punta plateada de una delgada vara se posa, por un instante, sobre el ala del sombrero. Segundos después, unas manos enguantadas en un pulcro blanco extraen un conejo de donde antes no había nada. Magia…”
Ilusionismo, prestidigitación, misterio, sueño… El mundo de la magia sigue siendo motivo de interés de la mayoría de la sociedad. La imposibilidad de las levitaciones, desapariciones, transfiguraciones o escamoteos crean en el espectador una capacidad de ensueño, de viaje al mundo de las ilusiones, allí donde todo es posible. Generaciones y generaciones, siglo tras siglo, han sido hechizadas por las manos elegantes y hábiles de aquellos que presentaban sus efectos y juegos en mercados, plazas, palacios y teatros.
El primer mago sobre el que se tiene documentación es Dedi (Dyedi). Dedi fue un mago que formó parte de la corte del faraón Keops. Las referencias a este ilusionista fueron encontradas en el llamado papiro de westcar, un texto conservado actualmente en el Altes Museum de Berlín, considerado el primer tratado mágico de la historia universal.
Este documento, compuesto por cuentos de carácter mágico o milagroso, detalla como Dyedi es llamado a la corte para realizar su famoso milagro: unir el cuello decapitado de un ave a su cuerpo y que esta recupere la vida. Allí, en las cortes del Egipto faraónico comienza la aventura del mago, que fascinará a generaciones enteras de públicos, regalando experiencias increíbles a los cinco sentidos, en los 5 continentes.
Es la Edad Media una etapa oscura para el mudo de la prestidigitación. Brujería e ilusionismo se convierten en dos “artes” inseparables la una de la otra. Magos que únicamente se sirven de sus tretas para engañar y divertir a los públicos en los mercados son condenados a la hoguera por brujería. Esa concepción de mago como embaucador vinculado a las artes oscuras no desaparecerá hasta bien entrado el siglo XIX, en el que la magia sufre una maravillosa revolución que la convierte en el germen de lo que hoy consideramos como ilusionismo.
Siglos después, en un frío día de diciembre de 1805 nació el que será quien hoy denominamos “Padre de la magia moderna”, Jean Eugène Robert-Houdin, más conocido como Robert-Houdin. Este mañoso relojero, discípulo de entre otros, el ilusionista “De grissi”, cautivó a gran parte de Europa, elevando las triquiñuelas de los pícaros magos de mercado a la categoría de arte, llevando los juegos mágicos y las ilusiones a un teatro y cortando, definitivamente, con la unión entre magia y brujería.
Robert-Houdin, que debido a su conocimiento de mecanismos, incluyó de manera sobresaliente a los autómatas en sus espectáculos, comenzó su inabarcable carrera en 1945, en París, con un espectáculo llamado “Soirées Fantastiques”. En este espectáculo ya introduce efectos que pasarán a la historia del mundo del ilusionismo, como es el caso del juego “L´orange mervilleux”, cuya genial adaptación forma parte de una de las escenas más bonitas de la película “El ilusionista” y que consiste en la increíble madurez de un árbol (floración y posteriores frutos) en unos instantes ante el público.
Si por algo pasará a la historia este mago, será por sacar los juegos de manos de la calle y meterlos en un teatro, por abandonar las túnicas y los sombreros puntiagudos de brujo y cambiarlos por el traje de chaqueta y la chistera del gentleman del XIX y, como no, por ser el creador del concepto de magia tal y como lo conocemos ahora.
Pudiera parecer que Houdin es el único gran mago de la historia, sin embargo, esto no es del todo cierto, innumerables artistas de la ilusión se han ganado un lugar en el Olimpo de la magia: George Méliès, el ilusionista del cine, que introdujo los avances tecnológicos de grabación en sus espectáculos de magia, Harry Houdini, mago situado indiscutiblemente en lo más alto del podio del escapismo, o Fred Kaps, otro revolucionario en el arte del ilusionismo.
Muchas personas tienden a pensar que en la actualidad y, debido a la sobrexposición a avances técnicos a la que nos vemos enfrentados, la magia ha perdido la capacidad de asombrar o ilusionar, pero nada puede ser menos cierto. Grandes magos siguen trabajando día a día ante multitudinarios públicos, llevando sus sueños, sus magias y sus experiencias a cada lugar del mundo. Personajes como David Copperfield, Juan Tamariz, Lennart Green, Tina Lenert, Kiko Pastur, Dani Da´Ortiz, etc. siguen, día a día, adentrándose un paso más en el océano de lo imposible.
El concepto de magia vuelve a sufrir una revolución. Ahora la mayoría de los juegos se alejan de la concepción poética que tenían los efectos más clásicos. La belleza cede su paso a la impresión e imposibilidad (más si cabe) de los experimentos. Existe un gran e increíble nuevo abanico de posibilidades que incluso las nuevas tecnologías abren a los magos actuales, ya son muchos los que, en sus espectáculos, incluyen el uso de tabletas o teléfonos móviles, dotando a sus juegos de una flamante actualidad y demostrando que la magia no es algo del pasado, sino que más bien evoluciona con los tiempos.
Que la magia sigue vigente queda claro al profundizar y conocer la cantidad de convenciones, congresos y competiciones que se realizan a lo largo de todo el mundo, en las que multitudes de profesionales y aficionados del mundo de la ilusión se reúnen para continuar formándose y compartir momentos mágicos e inolvidables entre ellos y ante el público. Un público que se siente influido por una suerte de “brujería” que logra manipular el tiempo y cubrirlo todo de la inocencia de una infancia que nunca deberíamos haber perdido.
“…y el mago se despide de su público, se saca los guantes demostrando que, bajo ellos, nada estaba oculto y con su corazón palpitante ante las sonrisas de los que, aquella noche, había ilusionado…”