Enrique Bunbury en Palosanto.

El ‘nuevo’ Bunbury no convence

Ha tratado de subir al último pico del monte más alto y, desde allí, cantar un “disco universal”, para todos. Pero Enrique Bunbury no ha logrado el objetivo que se propuso para Palosanto, su catorceavo disco de transición… ¿Hacia dónde?

Es cierto que cada nuevo trabajo de un artista debe evitar sonar a más de lo mismo, que necesariamente está llamado a ser un reflejo del estado de ánimo, de las influencias y de las experimentaciones actuales del cantante pero, Bunbury, por sus caracteres vocales y su estilo –absolutamente imposible de definir– se convierte en un artista para pocos. Unos pocos muy fieles, eso sí.

‘Palosanto’ será un disco más en la trayectoria del zaragozano. No logra ser una nueva vuelta de hoja en su carrera, y tampoco es brillante. Las 15 pistas, divididas en 2 actos, pasarán sin pena ni gloria a formar parte de la amplia discografía del ex-héroes, y casi mejor así. Bunbury debería mantener el timón que guía toda su trayectoria: su personalísima cualidad vocal y su estética.

Pero no todo es desdeñable en el nuevo trabajo de Bunbury. Aprovechables son los cortes de la segunda parte del Palosanto, que se abre con ‘Hijo de Cortés’ y que, en definitiva, están orientados en un sentido más acústico y apoyados en la fuerza expresiva de la voz del intérprete.

Enrique Bunbury
Enrique Bunbury

Interesante propuesta la que lanza con ‘Hijo de Cortés’, un tema ágil y directo que no tiene desperdicio. Introduce, como en otras canciones del LP, un coro femenino que resulta atractivo y la vez chirría con la voz de Bunbury, creando una relación de amor-odio que acaba seduciendo.

‘Hijo de Cortés’ desemboca directamente, pasando por alto otras, en ‘Plano secuencia’. La voz de Enrique Bunbury brilla sobre la sutil instrumentación aquí. Lo delicioso es la letra: “Y un tango triste/de amor amargo/ y final de canción/ nos devuelva a nuestro punto de partida/ a la bebida y a la soledad”. Un grito evidente que suena todavía más claro sobre el punteo continuo de una guitarra y los dulces susurros femeninos.

La primera parte del disco, mucho más potente y de tintes rock, pasa desapercibida. Incluso algunos temas, como ‘Los inmortales’ (considerada por algunos la mejor canción de ‘Palosanto’) incluye tal cantidad de instrumentos que llega a convertirse en una canción molesta. Un batiburrillo de todo y nada.

Debemos acercarnos al disco como indica el mismo Enrique Bunbury: escuchándolo con calma, por partes. Así, acabaremos prefiriendo la segunda, que podría perfectamente haberse convertido en un cd digno dentro de la última línea productiva del cantante. Salvaremos de los primeros 8 temas ‘Salvavidas’ y ‘prisioneros’.

Las canciones que han buscado abrir nuevos horizontes en el público empolvarán pronto los cajones de su discografía y solo quedarán aquellas que son 100×100 “Bunburyanas” (‘Prisioneros’, ‘Salvavidas’, ‘Hijo de Cortés’ y ‘Plano Secuencia’, sobre todo). Muy buenos temas perdidos en un mar de reinvención que no debe ganar, en Bunbury, a la fidelidad por su propia voz y estilo.

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