Se llama Antonio Navarro y tiene el perfil de un filibustero, un pirata cordial, custodio de un mapa que traza orografías inexplicables. Sus armas son los pinceles y los pigmentos, el lienzo inmaculado, virgen, en el que solo él –perfil de estrella de cinco puntas– atisba, como las Fatídicas, el porvenir de una estampa, casi siempre marina, casi siempre de una tierra que conoce palmo a palmo.
Antonio Navarro, corsario ya de la paleta, conoce su territorio conquistado, su Águilas de pico profundo y afilado clavado en el corazón, como las arrugas y las manchas de sus manos de pintor. Ha nacido, vive y morirá, seguro tarde, en esa tierra de límite impreciso. Conoce, porque lo ha observado, porque al mar le ha ofrendado sus ojos, la caricia de la espuma en las orillas, el contorno de la Isla del Fraile en pugna continua con el azul del cielo y su reflejo, la abrupta aguja que, desde lo alto, unge el territorio con su nombre de animal: Á GUI LAS. Y en ese espacio existe, respira manchando una tela tras otra, obseso por pintar ese paisaje real e imaginario, único y solo suyo: la tierra que le confronta con su propia existencia.
El pintor marino, el bucanero del color, dedica cada esfuerzo a trazar ese mapa cromático que existe entre la ciudad que ve el resto y la que palpita únicamente dentro de su cuerpo menudo. Pues él es Águilas, y la venera hasta el punto de deformarla, hacerla propia, inexacta y perfecta a la vez. Cada cuadro es una copia pura y, al tiempo, una deformación necesaria, porque su sangre huele al mar de esa tierra y el mar de esa tierra lo mece como al niño la mano paciente de un abuelo. Porque el espacio y el ser son uno, y orgánicos generan nuevas perspectivas, acaso una puesta de sol mejor, más humana.
De vez en cuando, uno lo mira y ya no es Antonio Navarro, sino Antonio Águilas Navarro, Antonio de boca de pintura y paisaje, Antonio de manos exactas, de trazo ligero o violento. Antonio de colores fabricados a golpe de sentimientos hacia el olor, el sabor, el tacto de ese espacio mediterráneo abrigado por un castillo melancólico.
Si en vez de hombre fuésemos terruño, sería hermoso tener origen allí, en ese pueblo marino; y posar por fortuna para él. Notar en nuestra piel de arena sus ojos creadores, ese milagro único de quien mira un paisaje que le palpita dentro, que nace de su pecho, que existirá en los paños hasta cuando la noche más larga irrumpa sosegada, tierna, y nos haga ausentes.
3 Responses
Ufff.. Ese soy yo??
Gracias, amigo, por verme así tú que eres de tierra adentro. 🙂
Es verdad que la mar me atrae, pero la mar de Águilas, mi mar…
El sabor salado de mi sangre se debe a que es de origen marino desde siglos…
La mar, el mar… ese es mi mundo.
Gracias, Dani. Un abrazo forrado de algas…
😉
Qué lindas palabras para describir a Antonio.
Enhorabuena por el texto y, enhorabuena a su protagonista.
Querido Antonio, me ha alegrado mucho esta pintura-biografía que acabo de leer de ti y tu pintura, debida a la poética pluma de Dani J. Rodriguez, que no tengo el gusto de conocer, pero al que felicito por su acertado retrato de tu alma. Me gusta especialmente tu autorretrato. Un gran abrazo, amigo, recordando aquellos hermosos tiempos de esoterismo.