Eloy Sánchez Rosillo (Murcia, 24 de junio de 1948) es un poeta español. Lector voraz desde la infancia -marcada por el prematuro fallecimiento de su padre- se introdujo en la poesía con Maneras de estar solo, un libro con el que obtuvo el premio Adonáis.
Es La vida, sin embargo, el libro que más va a destacar en la obra de este poeta, que recurre de manera constante a ciertas imágenes como el espacio de la infancia en toda su poesía. De este conjunto de poemas escribe Antonia Sánchez Hernández, «Éste es quizá su poemario más depurado y maduro. Resulta el producto natural de un proceso claro de despojamiento, de esencialización en su trayectoria poética. Fiel a su poética, que hace de cada libro el testimonio de un tiempo vivido, de un periodo vital, el poeta sugiere en La vida, con un lenguaje cristalino y como sin proponérselo, una sutil y matizada reflexión sobre el tiempo y el recuerdo, una recreación estética de la experiencia intransferible de madurar, rememorar y envejecer».
El escritor, que ha sido situado por la crítica dentro del grupo que Luis Antonio de Villena ha dado en llamar «los poetas ocultos», se ha dedicado durante toda su vida a perseguir el don de un verso redondo, sugerente, comunicativo. Como declaró en esta entrevista, «un buen día la vocación poética, sin consultarme nada, se apoderó de mí y yo no pude sino entregarme a ella».

Cuatro poemas de Eloy Sánchez Rosillo
La tormenta y Patroclo
MIENTRAS descarga una tormenta enorme
que refulge incesante y transfigura
estos lugares míos cotidianos,
yo releo en la tarde la Ilíada y miro el cielo
desde el silencio de mi habitación.
Está el balcón abierto. Paso a paso,
parece que el otoño se aproxima.
Y anda allí arriba Zeus, que en el rayo se goza,
haciendo de las suyas: ha reunido
copiosos rebaños de nubes con guedejas
muy negras y muy grises, y los mueve deprisa
de un sitio a otro con sus truenos súbitos
y su látigo hermoso de relámpagos.
Para mis ojos, qué regalo inmenso.
Sin embargo, aquí abajo, en este libro
que tengo entre las manos, sobreviene
un suceso terrible: la muerte de Patroclo,
un amigo inseparable y camarada
del desdichado Aquiles, el de los pies ligeros.
Malherido en un lance anterior del combate
entre la hueste aquea y la troyana,
sus momentos postreros se precipitan ahora:
ante mi compasión y mi estupor,
le da alcance de lleno con su lanza insaciable
el esforzado Héctor, y la vida se escapa
irremediablemente de este cuerpo tan joven.
En mi pecho se mezcla el alborozo
de la tormenta con el sufrimiento
de los viejos hexámetros, transidos
de emoción muy profunda y de intemperie amarga.
Y así, yendo y viniendo una vez y otra
del júbilo que llega de lo alto
al dolor de esta muerte, ha pasado la tarde.
Comienza a anochecer. Y cuando apenas
queda ya alguna luz, cierro el balcón y el libro.
El poeta
SIEMPRE te he visto así, con esa firme
aceptación altiva de la noche.
Sobre tu gesto el tiempo deposita
la pátina indudable de la estirpe
que te eligió y dio nombre a la costumbre
de andar siempre tan solo entre los hombres.
La ceniza sagrada de otros cuerpos
acumula en tu voz sus viejos cantos,
su manojo de huesos y palabras.
Te han señalado a ti porque adivinan
que eres la rama verde, el tiempo nuevo
en el que se prologan los afanes:
a tu modo dirás que lo aprendiste
en la frecuentación de unas presencias
que nunca se apagaron ni se fueron.
Saben cómo te alcanzan esas sombras
que te imponen su amor, su deterioro.
Tu destino es buscar lo que se esconde
tras la espesa corteza de los días,
evitar que te escuchen los oídos
que alimentan su paz en la dorada
seguridad del pan y los metales.
Habitarás la tierra de tu culpa,
la casa amarga de la soledad.
Pero en tu pecho brillará una herida
y en tu dolor palpitarán los astros.
CANCIÓN DE MARZO
ABRÍ el balcón y vi la maravilla:
estaba ahí la primavera.
¿Cómo pudo ser todo así, tan simple?
Algo raro ocurrió.
El balcón de una casa
cualquiera, en una calle
de una ciudad cualquiera.
Abrí y miré. Eso tan sólo hice.
Y sucedió el prodigio.
Qué cosa tan extraña.
Mi casa era un palacio.
Yo era el rey de la vida.
El balcón daba a marzo,
a un día de jilgueros.
Manzanas
IBA yo caminando por la calle
un día de este invierno,
y en una frutería cochambrosa y oscura,
sin detenerme, al paso,
vi un cesto de manzanas de arrebolada luz
y encendido perfume (hebras de esa fragancia
me siguieron un poco por la acera).
Estaban allí juntas, apretadas, conformes,
y todas sonreían.