¡Ay l’amour, l’amour!
¡Cogéis un lápiz y os creéis fantásticos!
Yo también sé decir cosas
Yo también soy maravillosa
L’amour
C. A.
Completamente de negro, con la guitarra a la espalda, Carlos Ann sale del hotel al que, a altas horas de la madrugada, llegó después del concierto que ofreció en Murcia. El cantante camina hacia una terracita donde desayunar frente a la grabadora. El músico catalán posee el aura de los que han sido tocados con la suerte de la creación. Ann, que ha ofrecido al mundo una quincena de discos en los que la palabra se articula como protagonista absoluta, es un músico que se enfrenta a la composición y a la escritura desde un plano espiritual. El mundo, las oportunidades, la vida, el universo interior, el dolor, lo erótico… todo forma, para él, parte de la existencia. Y por eso dedica su música a evangelizar sobre ello.
El músico poeta disfruta del ambiente de la plaza de las flores, ríe cuando unos críos llegan a pedir el aguinaldo (es Navidad pese al calor de la capital) y mantiene una agradable conversación con los que se han sentado a la mesa.
–Carlos Ann músico o Carlos Ann poeta, ¿qué surge antes?
-Creo que va ligado. La música y la poesía van completamente ligadas. De hecho, considero que para hacer una buena canción es necesario un texto medianamente bien construido. Si el texto es malo, no hay canción. Lo que pasa es que la música sí que te da la posibilidad de permitirte una serie de licencias. Hay veces que las cosas que son insustanciales quedan muy bien en una canción, porque van arropadas con un colchón musical.
-¿Recuerda los primeros pasos?
-Empecé escribiendo poemas de pequeñito. Bueno… (Ann baja levemente la cabeza y sus ojos, que se adivinan bajo los oscuros cristales de las gafas, sonríen casi avergonzados) pequeños poemillas. Pero también los acompañaba con la guitarra ya desde los diez años. Iba ligado.
-¿Cuál es el detonante? ¿Qué es aquello que enciende la mecha de la pasión por la palabra?
-Yo creo que fue cuando leí Una temporada en el infierno, de Rimbaud. Además, me cayó el libro cuando tenía dieciséis años, y fue una suerte. Porque generalmente ese tipo de libros te llegan cuando eres mayor, en un momento más tardío. ¡Y sobre todo en esa época!, que era muy difícil dar con esos libros. Por cierto, lo leí en francés, con una traducción buenísima que se había hecho, creo, en Argentina. Ahí es cuando me impactó la fuerza de la palabra.
-¿Quiénes son sus referentes poéticos?
-Es que no lo sé. A mí me gusta mucha poesía y me gusta mucha música. Es como si me preguntaras por mi comida favorita, que no sabría decirte. No podría elegir. Yo empecé con el Simbolismo francés: Baudelaire, el Conde de Lautréamont, Rimbaud… Los cantos de Maldoror me impresionó muchísimo. Bebí de casi todo el Simbolismo francés. Lo que pasa es que después profundicé mucho en la poesía rusa, que me cautivó y ya evidentemente en la poesía hispanoamericana, que es brillantísima.
Por extensión a la poesía francesa me cautivó Panero, que es el único poeta que hemos tenido aquí que se podía haber tomado una copa con Baudelaire.
-Cuando crea canciones y escribe poemas, ¿elige las palabras, elige las melodías o ellas lo eligen a usted?
-Todo te elige a ti. Siempre. Incluso las canciones. Yo no considero que sea el compositor, solo soy un canal: un canal que se abre hacia el mundo de la canción. Las letras, las melodías, te vienen a buscar.
Cuando pienso en los grandes compositores de la música, sobre todo de la música clásica, solo puedo ver canales. No eran ellos quienes componían. También ocurre algo similar en la música pop y rock, hay mucho de ello. Las canciones y las palabras no son tuyas.
-¿Y usted se considera un buen canalizador?
-Bueno, yo creo que canalizo. No sé si soy un buen canal o no, pero sí estoy seguro de participar en ese proceso que te cuento. Hay algunos discos, como El tigre del congrés, en los que muchas de las canciones fueron compuestas en el tiempo exacto en que dura el resultado final, canción y letra.
-No entiendo qué quiere decir.
-Es muy sencillo, esas canciones se crearon en un momento, todo de seguido: melodía y letra. Luego me entraba un cansancio tremendo y tenía que tumbarme en el suelo. Al rato, recuperado, me levantaba y salía otra canción. En una noche logré terminar ocho, canción y letra. Me ponía un cacharrillo de esos (señala la grabadora que hay sobre la mesa) y grababa lo que salía, que resultaba ser una canción.
-Un auténtico ejercicio de sangre.
-No. No se trata de verlo como una herida: es un trabajo, una experiencia muy fuerte muy fuerte, tanto que el impacto que te viene de fuera te traspasa totalmente. Pero no veo que haya sangre, ni mucho menos. Diría que es como una pequeñita abducción, la tienes durante un rato y luego se pasa.
-¿No tiene entonces esa concepción de algunos poetas y músicos que defienden que el acto de escribir es casi doloroso?
-Ha habido épocas: el disco de La nada sí que era así, pero no creo que ése sea el objetivo siempre. Yo estoy en la música para pasármelo bien, no para sufrir. Y estoy en este mundo para vivir, no para morir. Y digo esto desde el punto de vista artístico. Evidentemente, hay procesos o épocas en los que sí que eres un ave fénix, pero sobre todo soy vitalista.
-¿Es un creador prolífico? Me refiero a ese episodio que narra en el proceso de creación del Tigre del congrés, en el que las canciones salían rápido y de una. ¿Es siempre así?
-Sí, sí. Tengo que empezar y acabar una canción en el momento, si no, la dejo. Y respeto mucho las agramaticalidades. Por ejemplo: si la grabo y me he equivocado o lo he escrito mal, lo dejo. Intento que el resultado no pase mucho por la mente para respetar el estado puro de la creación.
-¿Con los poemas ocurre igual?
-Sí, totalmente.
Pese a preservar un sentido positivo del mundo, de la vida, Carlos Ann ha creado discos en los que reina la desesperación y el dolor. Muchos son los temas, los conceptos, los sentimientos sobre los que el músico ha escrito y canta. Para él, el ejercicio de interpretar canciones y el de escribir versos son una prolongación de la propia existencia.
-¿Qué temas considera recurrentes en su obra musical y literaria?
-Yo creo que la propia vida. Aunque sí que he pasado épocas en las que la muerte ha estado muy presente, últimamente para mí hay otras cosas, otros planos del ser humano. Me interesa mucho la comunicación directa que tenemos con los astros, trabajar el espacio y el tiempo…cosas que no sean siempre monotemáticas. Me parece que el éxito de un poeta es cuando el poema no es suyo y lo que está haciendo es, al fin y al cabo, ofrendar su obra a energías mayores.
-Otra de las temáticas que tiene mucho peso en su producción es la erótica, que se confunde con el amor y el sexo…
-Totalmente. Para mí, el erotismo y la seducción son todo un arte. Y prefiero eso incluso al sexo en sí mismo. (El barcelonés, que sabe manejar los tiempos dramáticos y lo demuestra sobradamente en escena y en momentos como este: guarda silencio, se incorpora sobre la silla y ofrece una sentencia propia de titular enmarcada en una sonrisa pícara) Es mejor seducir que joder.
-También, y usted lo ha dicho, presta especial atención a las pequeñas cosas, a los detalles sutiles. ¿Por qué es tan importante prestar atención a esto?
-Porque normalmente las personas no somos felices. Es muy difícil que alcancemos la felicidad si siempre estamos anhelando o esperando cosas que no llegan… Los seres humanos somos horizontales: nos han creados con una visión de nacer, crecer, reproducirnos y morir. Muy pocos animales tiene este concepto, que hace que nosotros no podamos estar como muy quietos y poder disfrutar de lo que tenemos. Siempre queremos algo más. Pero, si te fijas bien, tú por ejemplo vas vestido bien, comes, estás respirando, tienes familia o amigos… Y no hay que pensar en cosas tan importantes, mira allí (señala): hay flores. Eso es lo mejor que nos puede pasar, que hayan flores, que haya agua. Ésa es la verdadera riqueza. Y si esto lo valoramos, la felicidad está ahí. No hace falta buscar nada más.
-¿Y cómo sabe cuándo algo que escribe va a ser una canción y cuando es poema?
-No lo sé. Supongo que ellas mismas hacen de reponedoras de un supermercado y dicen “esto lo pondremos aquí, va a ser así y lo clasificaremos de este modo”. Los mismos poemas se ordenan, todo se ordena. De hecho, a veces no hay que poner mucho las manos, porque si lo dejas fluir, todo se ordena, todo va a su lugar.
Junto a Bunbury o acompañado de Mariona Aupí, Carlos Ann ha alumbrado discos basados en la obra de algunos poetas. Conoce la poesía, es consciente de la mística que se esconde tras los versos y, por ese motivo, se ha enfrentado a estos proyectos desde el respeto, obteniendo como resultado trabajos alabados por la crítica y por el público. El último, dedicado a Juan Gelman, fue publicado en el último trimestre de 2014.
-Ha hecho canciones con textos de Leopoldo María Panero y también con otros del argentino Juan Gelman. Son poetas nada sencillos en muchos sentidos, ¿cómo es la alquimia para convertir sus obras en buenas canciones?
-Para mí es muy difícil. Son textos que están escritos desde un punto de vista que no tienen que ver nada con lo musical, por lo que no hay ninguna forma clara, ningún sendero para musicalizar. Lo que pasa es que, cuando has integrado el texto en ti y atrapas la guitarra, va solo. En muchos casos, en el disco de Gelman pasó, llegó antes la melodía, y luego la letra casaba, entraba perfectamente. Gracias al azar, a la suerte, salieron algunas de estas cosas.
-¿Cuál es su definición de poesía?
-La poesía es la expresión del alma. Es la máxima libertad que tiene el ser humano para expresar sus sentimientos más profundos. Eso es lo que quiero pensar, lo que pasa es que también en la actualidad la poesía está como muy corrupta. Eso es preocupante, aunque a la vez la poesía nunca ha dejado de ser lo más underground que existe.
-¿Está seguro de esa última afirmación, teniendo en cuenta el supuesto auge que los versos tienen en redes sociales, por ejemplo?
-Lo digo en este sentido: en la poesía no han entrado las grandes marcas. Por ejemplo, no verás Coca-cola por ningún lado. Es súper underground, y eso es lo que hace que sea pura, que se trate de un arte puro.
-Ha hablado de poesía corrupta, ¿a qué se refiere?
-Veo que mucha gente escribe para publicar (el músico pronuncia esta afirmación silabeando cada palabra, poniendo énfasis). Lo tienen como una finalidad del escribir. Antes la gente no escribía con el objetivo de publicar. ¿Cuántas veces se ha descubierto a un grandísimo poeta después de su muerte? Sin embargo, ahora leo versos, poemas, en los que queda claro que la intención era ser parte de un libro. Y nada más.
-En ese sentido, quizá tampoco le parezcan bien esos saraos que se montan, en los que los poetas firman autógrafos y son casi una Rock and Roll Star.
-Bueno…también es la sociedad en la que estamos ahora, ¿no? De hecho, también es comunicación, es comunicar la poesía. Si antes los poemas se recitaban en plazas, en los que la gente subía a leer, pues ahora se hacen en estos sitios. Creo que todo lo que sea comunicación es bueno, está bien. Prefiero ir a un recital de poesía que a según qué conciertos (ríe).
Sobre todo, Carlos Ann es una persona que ha aprendido a vivir en una zona alejada de la superficialidad. Para él, hasta lo cotidiano es digno de ser incluido en los diarios y necesario para el crecimiento personal e intelectual. Manifiesta un profundo respeto por todo lo que le rodea y por todo lo que habita en su interior.
-Usted ha dicho: “Somos poesía, por eso la necesitamos”.
-Somos belleza, somos únicos. Y, de hecho, cada ser humano es distinguible a los demás. Entonces, fíjate: teniendo este punto de vista, estamos conviviendo con millones de multipersonalidades distintas. Si compaginamos o hacemos jugar a una persona con otra, ya se crea una sinergia poética. Lo que pasa es que eso los seres humanos no lo captamos. Pero, si miras a las personas, sus gestos o lo que desprenden, su energía, queda claro que estamos viviendo en un gran mundo poético, lo que pasa es que estamos completamente ciegos. Nuestra conciencia todavía no se ha despertado, no hemos alcanzado un punto de libertad porque estamos atados todavía a creencias y a formas caducas.
-¿Alguna vez podremos liberarnos y ver ese mundo?
-Yo creo que, viendo hacia dónde va el hombre en los últimos años, dentro de unos pocos se dará cuenta de que todo el pasado fue bellísimo y de que el futuro, evidentemente, también lo será. Y ante todo, descubrirá, descubriremos, que somos poesía.
-Ha puesto Holograma a su nuevo trabajo discográfico, que se presenta el 4 de febrero. ¿Por qué somos un holograma?
-¡Hostias! Esto es un poco extenso ¿eh? Te diré solamente que nosotros realmente no estamos aquí, sino que estamos en otro lugar. Tenemos otro yo, que está viviendo en otro lugar, y somos su holograma.
-‘L’amour’, una de sus canciones, empieza de un modo tremendo: “El niño tiene hambre”. ¿De qué tiene hambre Carlos Ann?
-Tengo hambre de sol. A mí me encanta el sol. Y cuando digo que me encanta el sol no se trata de tirarme en la playa. Durante mucho tiempo, yo estuve mirando al sol fijamente. Es una técnica que se llama sungazing, que consiste en mirar al sol con los ojos abiertos. Llegué a alcanzar 45 minutos de exposición, cuando salía y cuando se iba. Ahora mismo tengo una hambre de sol increíble. De eso tengo hambre.
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